Sentirse Iglesia en el inverno eclesial
CRISTIANISME I JUSTÍCIA, 15-Marzo-2007
Conocedores de los juicios de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre los libros del P. Jon Sobrino, sj.: Jesucristo liberador. Lectura histórico religiosa de Jesús de Nazaret (Madrid 1991) y La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas (San Salvador, 1999), queremos compartir con nuestros amigos y amigas unas primeras reflexiones, puesto que Jon Sobrino, desde siempre ha colaborado estrechamente con nuestro Centro de Estudios Cristianisme i Justícia, y que una docena de miembros de Cristianisme i Justícia han sido o son profesores habituales de teología en el “Centro Monseñor Romero” de la Universidad Centroamericana de El Salvador, que Jon Sobrino dirige.
1.- Un documento de la Congregación fe la fe no
significa la desautorización total de un autor
En
los tiempos anteriores al Vaticano II tuvieron problemas con dicha
Congregación hombres como H. de Lubac (más tarde
cardenal de la santa Iglesia y que respondió a su condena con
una célebre Meditación sobre la Iglesia), o como K.
Rahner (el mayor teólogo católico del s. XX) o Y.
Congar, también nombrado cardenal, del que Juan Pablo II
proclamó que había sido “un auténtico regalo
de Dios para la Iglesia” (y que contó sus sufrimientos en el
libro Diario de un teólogo).
Después del Vaticano II
los han tenido nombres como E. Schillebeeckx, Gustavo Gutiérrez
o B. Häring considerados el mayor moralista del siglo XX (y que
también recogió sus recuerdos en el libro Mi
experiencia con la Iglesia).
Y si nos remontamos a tiempos
anteriores podríamos decir lo mismo de grandes hombres como
Teilhard de Chardin, pionero en el diálogo entre ciencia y fe,
o el dominico Lagrange pionero de la crítica bíblica en
el campo católico, que vio retiradas sus obras de los
seminarios y cuyas posturas fueron luego asumidas (y superadas) en la
constitución Dei Verbum del Vaticano II o en un documento de
la Comisión bíblica…
La lista sería
interminable y podríamos llegar hasta santa Teresa de Ávila
que, por problemas con la inquisición, murió sin ver
publicadas la mayoría de sus obras, denunciadas más
tarde repetidas veces como cercanas a los “alumbrados” o a los
luteranos; y que sin embargo es hoy doctora de la Iglesia, declarada
por Pablo VI.
Todo esto son, en el campo del pensamiento y del
lenguaje, episodios más normales de lo que parece. Incluso en
el Nuevo Testamento, hay un aviso de la segunda carta de Pedro sobre
el apóstol Pablo en cuyos escritos, se dice, “hay algunas
cosas difíciles de entender que los indoctos y ligeros tuercen
para su propia perdición” (2 Pe 3,16).
Y todo esto nos
hace ver que cuando la congregación de la fe publica un
documento no pretende condenar a una persona sino sólo avisar
de que en aquel camino hay algún peligro, o no se puede girar
hacia un lado o hacia el otro cuando se va en aquella dirección.
De hecho el Documento de la Congregación de la Fe, no
establece ninguna prohibición de enseñar para el P. Jon
Sobrino, sino que se presenta sólo como una “Notificación”
sobre algunas inexactitudes de sus escritos. Nada más.
2.- No es ahora momento para entrar en todo el contenido
del extenso documento romano
Puede no obstante llamar la
atención a muchos de nuestros lectores, la afirmación
del número 2 de que, para el teólogo, no pueden ser los
pobres ni la Iglesia de los pobres lugar de la cristología
sino que el teólogo “ha de tener constantemente presente que
la teología es ciencia de la fe”. Quizá la
Congregación ha querido subrayar con razón la palabra
“ciencia”; pero eso no nos autoriza a pensar que ha querido
devaluar la palabra “fe”, sino buscar que toda ciencia (también
la de la fe) sirva para la vida. El sabio consejo ignaciano de que
“todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la
proposición del prójimo que a condenarla” (EE 22),
nos impide proceder así.
No se pretende pues desautorizar
al evangelio que proclama a los pobres como “propietarios” de ese
Reino de Dios que constituía el anuncio de Jesús (Lc
6,20), y que se convierten por tanto en “propietarios de Cristo”
para quienes acepten la opinión de algunos Padres que
calificaban a Jesús como “el reino en persona” (la
autobasileia en palabras de Orígenes) a que alude el documento
(nº 7).
La Congregación no pretende desautorizar la
fuente de la fe que es el evangelio, y que proclama la ayuda al
hermano necesitado como lugar privilegiado del encuentro con Dios, en
el que se decide la suerte definitiva del cristiano (Mt 25, 31 ss).
La Congregación de la fe no pretende negar eso, sino sólo,
como concluye el documento: “hacer notar a los fieles la fecundidad
de una reflexión teológica que no teme desarrollarse
dentro del flujo vital de la tradición eclesial”. Este
consejo debe ser atendido y acogido.
Y precisamente en ese flujo
vital de la tradición encontraremos afirmaciones como la de
Ignacio de Antioquía (ya en el siglo II) que desautoriza
tajantemente a todos aquellos que por ensalzar a Cristo se atreven a
negar su “carne” (palabra que en el contexto antiguo no significa
meramente la materialidad del cuerpo del Señor sino que tiene
un sentido peyorativo, aludiendo a los aspectos más negativos
y más despreciables de nuestro ser hombres). Y el santo les
condena porque, con este modo de pensar, “son contrarios al sentir
del mismo Dios y no se preocupan de la solidaridad con los débiles
ni de si uno está encadenado o libre, hambriento o sediento”…
(Carta a la iglesia de Esmirna, 6,2).
Los Padres de la Iglesia,
después de proclamar que a través de Jesucristo es como
se nos revela Dios, añaden que para conocer a Jesucristo no
podemos prescindir de los pobres pues “ellos nos representan la
persona del Salvador, porque el Señor, por su bondad, les
prestó su propia persona” (Gregorio de Nisa, Homilía
sobre el amor a los pobres, PG 46, 460). San Ignacio de Loyola nos
dirá que “la amistad con los pobres nos hace amigos del Rey
Eterno”. Y san Agustín todavía añade que el
amor a los pobres no se reduce a la mera limosna pues ésta nos
puede llevar a sentirnos superiores, mientras que el amor lo que
busca es “ser igual” (Comentario a la 1ª Carta de Juan,
VIII,5).
Efectivamente la tradición cristiana es un flujo
vital que no llevará nunca a la infecundidad salvo a quienes
la entiendan en un sentido inmediatista, o la utilicen, como
denunciaba Jesús de Nazaret, “como excusa para quebrantar la
voluntad de Dios” (Mt 15,3). Pero sería absurdo presuponer
esas intenciones en un documento que lo que pretende es que no
tengamos temor a la Tradición.
3.- En circunstancias que pueden ser para muchos, fuente
de sufrimiento y hasta de escándalo nos mueve a hacer estas
reflexiones el mandato del profeta bíblico: “Consolad a mi
pueblo, dice el Señor”
Juan Pablo II reclamó
muchas veces audacia para la teología y nos exhortó a
considerar como normales este tipo de conflictos dada la limitación
del lenguaje humano. Creemos pues que nada de lo aquí dicho
está en contradicción con el documento de la
Congregación de la fe.
Si se nos puede permitir una palabra
crítica, tendríamos que hablar no del texto sino de su
contexto. Pues hay un dato que nos parece suficientemente
garantizado, dados sus informadores, la salida de tono de un cardenal
de la Curia hace pocos meses: “antes de Aparecida (conferencia del
CELAM en esta ciudad del Brasil) ya no quedará ningún
teólogo de la liberación”.
Sentiríamos
mucho que el documento que comentamos lo convirtieran algunos en
argumento para dar a la reunión del CELAM en Aparecida, una
orientación contraria a la tradición de esas asambleas,
en Medellín y Puebla. Y desearíamos que algunos
componentes de la curia romana sean más respetuosos con la
discreción que impone su responsabilidad. Sólo esto.
4.- Agradecemos que el documento de la congregación
de la fe, tal como aparece hoy, no contenga además de esas
precisiones, ninguna sanción o prohibición de escribir
para el P. Sobrino
Por eso nos sentimos autorizados a
declarar también públicamente que, si esas sanciones se
produjeran más tarde, con la excusa de este documento, nos
parece que serían injustas y antievangélicas. Pues al
magisterio de la Iglesia (como a todo magisterio, pero en grado
superior) le compete el enseñar positivamente más que
el mero prohibir.
Y porque, como es bien sabido, Jon Sobrino ha
sido un impresionante testigo de la fe para mucha gente sencilla que
será gratuitamente escandalizada por ese tipo de violencia. Y
es también (de hecho y porque tuvo la suerte de estar fuera de
El Salvador cuando le hubiese tocado morir), testigo de miles de
víctimas de la violencia establecida en América Latina,
muchos de ellos merecedores del título de mártires
porque murieron por el odio que su fe suscitaba, y que su caridad
heroica ponía en evidencia.
Apelando a la Tradición,
puede ser bueno recordar cómo la iglesia primitiva veneraba a
los llamados “confesores” (o gentes que habían sufrido el
martirio sin llegar a morir en él). Aunque algunos de aquellos
“confesores” habían formulado a veces la fe de manera algo
desenfocada. Pero en ellos se hizo verdad que el Espíritu
puede dar vida a aquello que como mera letra podría no
tenerla.
5.- Sentirse hoy Iglesia
Un documento como
éste es un hecho que los cristianos hemos de recibir como una
realidad dolorosa que forma parte de nuestra vida en la Iglesia. Por
tanto, como nos afecta a muchos de nosotros, es una ocasión
para reflexionar sobre qué significa “sentirse iglesia”.
Como sencilla ayuda, entre otras, a esta reflexión,
recomendamos la lectura del Cuaderno de nuestra colección
Ayudar, de Víctor Codina: “Sentirse
iglesia en el invierno eclesial”.
Cristianisme i Justícia
Barcelona, 14 de marzo
2007