Medellín con nombres propios por Roberto Oliveros (Mexico)


"Si no sabemos en todo momento a dónde vamos, puede resultar útil saber de dónde venimos. Para manejar mi propia vida también necesito entender mis raíces en la historia", escribía el noruego Jostein Gaarder en otro contexto, claro.


Al prepararnos para la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y el Caribe, a celebrarse en el santuario de Nuestra Señora de Aparecida, en Brasil, del 13 al 31 de mayo del 2007 y cuyo tema es "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida", bueno será recordar (volver a poner en el corazón) la Segunda Conferencia celebrada en Medellín, Colombia, del 26 de agosto al 7 de septiembre de 1968, que tuvo como tema central "La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio".


Medellín -como habitualmente es conocido este evento-, "ha sido un Pentecostés para América Latina, como fue para la Iglesia Universal un maravilloso Pentecostés el Concilio. …Medellín marca -así lo vislumbraba el Papa (Pablo VI) en su discurso inaugural- una nueva era para nuestra Iglesia... Medellín es un espíritu, una responsabilidad, un carisma, un abierto horizonte de esperanza...", escribían desde el Secretariado General del CELAM en 1973. Medellín sigue vivo en el corazón de la Iglesia más viva de estas latitudes. Recordémoslo con nombre propios.


PRIMERO FUE DON MANUEL


... Don Manuel Larraín, el obispo de Talca en Chile, el hombre de cuerpo frágil y mirada larga, que dio al CELAM -el Consejo Episcopal Latinoamericano- el impulso profetice que lo marcó en aquellos tiempos. Fue elegido Presidente del CELAM en la segunda de las tres reuniones (1964) que el aquél celebró en Roma durante el Concilio. Y fue reelegido en la de 1966, con el afán de reorganizar totalmente el Consejo en vista de las experiencias tenidas y para poder llevar a cabo las tareas que iba indicando el Vaticano II. Para que no hubiera dudas en el estilo que se pretendía, Dom Helder Cámara figuraba como Primer Vicepresidente.


Cuando acababa el Concilio, Don Manuel concertó con los Obispos latinoamericanos presentes en Roma la celebración de una Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (la primera se había celebrado en Río de Janeiro en 1955 y en ella nació el CELAM) que permitiera la adaptación del Concilio a la realidad de nuestra Iglesia local. Corría la década de los 60, tan cargada de esperanzas e ilusiones en todos los campos.


Pero los sueños de Don Manuel -tuve la gracia de compartirlos con él desde abril de 1965 en que me pidió colaborar desde la sede del Secretariado del CELAM, en Bogotá- se vieron tronchados por su muerte trágica, inesperada, el 22 de junio de 1966. En la Reunión del CELAM, celebrada poco después en Mar del Plata, Argentina, del 9 al 16 de octubre de 1966, fue elegido Presidente Dom Avelar Brandao Vilela, Arzobispo de Teresina en Brasil, que se des-empeñaba como Vicepresidente junto a Don Manuel. Continuó su línea, su pensamiento generoso, y el proyecto Medellín siguió su curso....


Y LLEGÓ PIRONIO…


Monseñor Eduardo Pironio -hoy siervo de Dios- venía de La Plata, en Argentina, donde ejercía como Obispo Auxiliar. Fue elegido Secretario General del CELAM en su Reunión de Lima, celebrada entre el 19 y el 26 de noviembre de 1967. En aquel encuentro se perfiló ya la primera agenda para la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Pironio vino a infundir en


todo el trabajo de preparación, y luego de realización, su talante de teólogo recio y su espíritu místico, marcado por su amor a la Iglesia, a María, inseparables, a todo lo que representase un crecimiento en espiritualidad honda, comprometida. En noviembre de 1972, en Sucre, Bolivia, fue elegido Presidente del CELAM.


Rodeado de un equipo de colaboradores bien con-juntado, contagiado de su entusiasmo bueno, se trabajó arduamente en la preparación de la Conferencia desde todos los ángulos de la misma: los metodológicos, litúrgicos, logísticos... pero sobre todo los que tenían que ver con los temas fundamentales a ser tratados en Medellín. Fruto de estos esfuerzos fue el Documento básico para la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano preparado muy seriamente bajo la dirección de Pironio y acabado de perfilar en la reunión que con obispos, teólogos, sociólogos, pastoralistas, se celebró en Bogotá en enero del 68. Corría el tiempo. Se trabajaba con mucha ilusión. El documento fue enviado a todas las Conferencias Episcopales para recoger sus reaccio-nes, que fueron muy variadas, y preparar una nueva redacción.


En este Documento básico, tras la Introducción General, se presentaba la realidad latinoamericana en sus diversas facetas -complementada por anexos de corte estadístico que sustentaban la visión-; se esbozaba luego una reflexión teológica en la que aparecían ya grandes temas abordados posterior-mente en la Conferencia (Reino de Dios como horizonte último, la liberación en su comprensión amplia y teológica...) y se apuntaban las líneas pastorales que serían enriquecidas en Medellín mismo.


Con todo este equipaje esperamos al Papa...


..Y ATERRIZÓ PABLO VI…


... en Bogotá. Por primera vez en la historia de la Iglesia, un Papa cruzaba el Atlántico y llegaba a estas tierras de esperanza. No había sido originalmente la capital de Colombia el lugar de su destino, pero circunstancias imprevistas pusieron de manifiesto la delicadeza y la coherencia de este gran Pastor que le llevaron a cambiar de rumbo y le tocó a la sabana de Bogotá desplegarse y acogerlo. Primero, para presidir el XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, pre-parado por la Conferencia Episcopal Colombiana. Y luego para inaugurar en la Catedral Metropolitana la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, esperando que ésta "desde el puesto que le compete, ante cualquier problema espiritual, pastoral y social, prestará su servicio de verdad y de amor en orden a la construcción de una nueva civilización moderna y cristiana", concluía Pablo VI en su alocución. Al terminar, agotadas ya sus fuerzas físicas, tuvo todavía arrestos para trasladarse a la sede del Secretariado General del CELAM y bendecir su nuevo edificio, fruto de la generosidad de los católicos alemanes.


Al día siguiente -pensando algunos obispos que con el discurso de Pablo VI ya estaba resuelta la Conferencia- volábamos a la hermosa ciudad de Medellín, en cuyo Seminario Mayor se desarrollaría la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Allí nos animaría una terna presidencial de mucha altura...


SAMORÉ, LANDAZURI Y BRANDO


Quedaban atrás los tiempos de Río donde la Conferencia General estuvo presidida por un Cardenal de la Curia Romana, Piazza, y donde sólo asistieron obispos y arzobispos. En Medellín la presidencia tripartita contó con el Cardenal Antonio Samoré, del Vaticano, hombre enamorado de América Latina -había sido Nuncio en Bogotá, precisamente por los años 50, cuando se creó


el CELAM y él contribuyó a que su Secretariado General se estableciese en Bogotá- y que actuó con una gran delicadeza en el desarrollo de las reuniones, favoreciendo incluso que los documentos finales pudieran ser publicados inmediatamente de terminada la Conferencia, antes de ser aprobar dos por el Vaticano. Junto a él, Dom Avelar Brandao Vilela representaba lo más genuino del CELAM, como Presidente, y de su tradición buena. El Cardenal Juan Landázuri, franciscano, arzobispo de Lima, era el más joven de los Cardenales latinoamericanos y jugó también un gran papel, incluso en momentos difíciles de la Conferencia, como cuando apareció por primera vez en toda la documentación eclesial de América Latina, el tema de las comunidades eclesiales de base.


En el Secretariado, Pironio a la cabeza, con otro obispo argentino a su lado, Antonio Quarracino, que seguiría los pasos de él en el Secretariado y la Presidencia del CELAM, y un equipo bien unido a ellos.


En total, participaron 249 personas entre cardenales (8), arzobispos (45), obispos (92), sacerdotes y religiosos (70), religiosas (6), seglares (19) y observa-dores no católicos (9).


La metodología seguida en Medellín fue de gran importancia. Se abría un nuevo esquema mental basado en algo tan sencillo y tan profundo, al mismo tiempo, como el clásico ver, juzgar y actuar. El método se volvía contenido. La primera semana estuvo con-sagrada a la reflexión sobre los signos de los tiempos en América Latina para pasar enseguida a una lectura teológica de los mismos (¡Pironio de nuevo!) y a sus consecuencias pastorales: la Iglesia que mira hacia el mundo, la Iglesia en su misión evangeliza-dora y la Iglesia en su propia estructuración. A las cinco ponencias y ponentes elegidos por el CELAM, Roma añadió dos ponentes más. Con esta reflexión se lograba una cierta comunión de pensamiento que debería cristalizar en la segunda semana en los dieciséis documentos que componen el conjunto de las conclusiones, centradas en el área de la pro-moción humana (justicia, paz, familia y demografía, educación, juventud), la evangelización y el crecimiento en la fe (pastoral de las masas, pastoral de élites, catequesis, liturgia) y la Iglesia visible y sus estructuras (movimientos de seglares, sacerdotes, religiosos, formación del clero, pobreza de la Iglesia, pastoral de conjunto, colegialidad, medios de comu-nicación social).


El trabajo fue intenso, delicado, compartido. Cada documento pasó por sucesivas etapas de formulación y corrección en grupos y en plenarios, hasta llegar a su aprobación final, casi unánime. José Luis Martín Descalzo, allí presente como periodista, y otros se admiraban del vigor del trabajo y de la calidad del mismo, realizado en tan breve tiempo.


A MODO DE CONCLUSIÓN


Medellín sería el bautismo y Puebla - la Tercera Conferencia, 1979-, la confirmación, diría Jon Sobrino. Ambas acumulan apresuradamente intuiciones válidas, proféticas, como queriendo fecundar aquellos años de gracia (Kairos, que repetiría Pironio) y ofrecer un marco certero, inmediato, ambicioso y original para la presencia salvífica de la Iglesia en América Latina.


Pienso que esas intuiciones se condensan fundamentalmente en tres, articuladas íntimamente entre sí y que constituyen como el perfil propio de la Iglesia local latinoamericana, deseosa de dar consistencia propia a la riqueza del Concilio Vaticano II en nuestras tierras. No se trataba de una nueva Iglesia, sino de una manera nueva de vivir la Iglesia en América Latina, camino del Reino de Dios, lo último y definitivo.




La primera línea tiene que ver con el tema de la liberación, amplia y profundamente entendido. "Como toda liberación es ya un anticipo de la plena redención de Cristo, la Iglesia de América Latina se siente particularmente solidaria con todo esfuerzo educativo tendiente a liberar a nuestros pueblos...- pro-clama el Documento sobre la Educación, 4, numeral 9. Hay densidad teológica y horizontes evangélicos bien claros. Otros varios párrafos en distintos documentos señalarían una línea coherente que cristalizaría luego en realizaciones de pensamiento y de pastoral bien enriquecedores que Puebla refrendaría generosamente.


La segunda hace referencia a la opción por los pobres. En el Documento 14, que trata de La Pobreza de la Iglesia, se afirma que "...la Iglesia en América Latina sea evangelizadora de los pobres y solidaria con ellos, testigo del valor de los bienes del Reino y humilde servidora de todos los hombres de nuestros pueblos..." (8). Y un poco más adelante reafirma que "debemos agudizar la conciencia del deber de solidaridad con los pobres a que la caridad nos lleva" (10). La dimensión de "solidaridad" queda bien puesta de manifiesta. No se trata -se intuía ya- de optar por los pobres, sino de trabajar con ellos por un orden justo.


La tercera línea presenta oficialmente en la vida de la Iglesia latinoamericana a las comunidades eclesiales de base. Tras hacer una descripción de ellas, sencilla y cariñosa, el Documento 15, que trata de la Pastoral de Conjunta, señala que "... el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de estas comunidades en 'familia de Dios'..." (10). Las CEBs se inscriben, pues, en la visión amplia de la dimensión comunitaria, esencial a la vivencia del Reino de Dios. Las tres líneas se entrecruzan de una manera creativa y exigente. Ellas configuran el perfil de nuestra Iglesia, desde 1968, al menos. Puebla lo reforzaría. Y Santo Domingo (IV Conferencia, 1992), concluiría señalando que se desarrolló "en continuidad con las orientaciones pastorales de las Conferencias Genera- les de Medellín y Puebla...".como esperamos lo haga también la V Conferencia.



(Tomado de la Revista “Christus Nº 757 dic.2006)