La reflexión crítica ha creado un amplio convencimiento de que el tan propalado «desarrollo sostenible» en el sistema capitalista (puede ser válido en un sistema localizado) es una trampa que cabe denunciar. La lógica del desarrollo en este sistema imperante contradice la lógica de la sostenibilidad. Es entendido como lineal, ilimitado y se da por supuesto que los recursos de la naturaleza son infinitos. La sostenibilidad nos avisa de que vivimos en un pequeño planeta, superhabitado, con recursos limitados, algunos renovables y otros no. Si no elaboramos un desarrollo (que necesitamos) bien dosificado y equitativo del cual puedan beneficiarse todos, inclusive los demás miembros de la comunidad de vida a la que pertenecemos, podemos ir al desastre.
Analistas como el premio Nóbel de química Christian de Duve comienza su conocido libro Polvo vital: la vida como imperativo cósmico afirmando que estamos asistiendo a síntomas mundiales que, en epocas anteriores del proceso evolutivo, anunciaron grandes devastaciones que afectaron a la Tierra. Pero con una diferencia, dice: en otros tiempos fueron meteoritos rasantes o cataclismos naturales que devastaron la biosfera. Hoy el meteorito rasante más peligroso se llama ser humano. Tenemos que cuidar y vigilar este «meteorito» amenazador e imprevisible.
La mejor forma de hacerlo es desplazar el eje del desarrollo hacia el eje de la sostenibilidad. Lo importante es que tengamos una sociedad sostenible, que encuentre el desarrollo necesario que garantice la base material de su reproducción haciendo que, de esa forma, el desarrollo participe de esa sostenibilidad. ¿Cómo es la sostenibilidad?
Una sociedad es sostenible cuando se organiza y se comporta de tal forma que, a través de las generaciones, consigue garantizar la vida de sus ciudadanos y de los ecosistemas en los que está inserta. Cuanto más fundada está una sociedad sobre recursos renovables y reciclables, más sostenibilidad manifiesta. Esto no significa que no pueda usar recursos no renovables, pero, al hacerlo, debe hacerlo racionalmente, especialmente por amor a la única Tierra que tenemos, y en solidaridad con las generaciones futuras. Hay recursos que son abundantes como el carbón, el aluminio y el hierro, con la ventaja de que pueden ser reciclados.
Una sociedad sólo puede ser considerada sostenible si ella misma, por su trabajo y producción va haciéndose más y más autónoma. Si hubiera superado niveles agudos de pobreza, o tuviera condiciones para ir disminuyéndola de manera creciente. Si sus ciudadanos estuvieran ocupados en trabajos significativos. Si hubiera seguridad social garantizada para aquellos que son demasiado jóvenes o ancianos o enfermos y que no pueden ingresar en el mercado de trabajo. Si la igualdad social y política, así como la de género, fuera buscada continuamente. Si la desigualdad económica se redujera a niveles aceptables. Y, finalmente, si sus ciudadanos fueran socialmente participativos y de este modo pudieran hacer concreta y continuamente perfectible la democracia. Según estos criterios, Brasil está lejos todavía de ser una sociedad sostenible.
Tal sociedad sostenible debe plantearse continuamente la pregunta: ¿cuánto bienestar puede ofrecer al mayor número de personas posible con el capital natural y cultural de que dispone? Obviamente esta pregunta supone la sostenibilidad previa del Planeta sin la cual todos los demás proyectos perderían su base y serían inútiles.