Comienzo esta reflexión con una confesión pública. La próxima Asamblea del CELAM (2007) se referirá al tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo”. Es bien poco estimulante para mí y para un buen grupo de mujeres. La falta de estímulo nos viene de la impresión de que una vez más, la continuidad oficial romana va a vencer y que sus certezas, basadas en una visión triunfalista, jerárquica y dualista del mundo va a continuar imponiéndose. Por más que apostemos a una preparación de las comunidades cristianas, en discusiones previas, en cuestionarios e intercambio de ideas; la presencia de Roma en América Latina no va a ser: escuchar los “clamores del pueblo” y en especial la problemática vivida por las mujeres, sino afirmar sus certezas establecidas como eternas.
La mayoría de los príncipes de la Iglesia que participarán en la Conferencia no están en sintonía con nuestros sufrimientos reales. Conocen principios, doctrinas, verdades eternas y quieren que nos adaptemos a ellas como si sólo con un esfuerzo de nuestra voluntad, pudiésemos adherirnos a las enseñanzas de ellos. Y a partir de esa adhesión se pudiese volver el mundo bueno y armónico, como lo afirman desde sus inmutables posturas religiosas.
Creen, por un lado, que los desafíos trazados por las nuevas cuestiones del mundo contemporáneo tienen respuesta en los eternos dogmas cristianos, sostenidos por los que son considerados sus legítimos pastores. Hacen análisis, hasta interesantes, de las cuestiones del mundo globalizado y de sus tecnologías, pero a la hora de tomar alguna decisión, regresan a sus viejos dogmas. Ellos los consultan como si fuesen oráculos capaces de dar las respuestas a los enigmas de la vida y a las paradojas de la existencia. Por otra parte, muchos creen que los problemas, sobre todo de los pobres, tienen respuesta en los rituales de curaciones y bendiciones trasmitidos por la televisión y radios católicas de manera casi constante. En esos rituales no se necesita pensar. Basta que nos dejemos llevar por la atracción y por el poder mediático del pastor frente a nosotros como en un espectáculo donde diferentes emociones son provocadas.
También, estos pastores, en su gran mayoría, están en lugares de poder y privilegio, donde resulta difícil percibir realidades diferentes, sobre todo aquellas que tienen que ver con la lucha cotidiana por la supervivencia en sus diferentes aspectos y matices. No es que desconozcan, a través de la información, los males que azotan a los diferentes grupos, pero por el lugar que ocupan, la mayoría no se mezcla con los sufrientes de nuestro continente, no oyen con atención las preguntas que les son dirigidas, no se dejan tocar por la vulnerabilidad de la existencia y por sus impases insolubles. Esta distancia física, esta distancia del cuerpo a cuerpo, de los impactos de lo cotidiano de la miseria, permiten a la imaginación crear mundos armónicos desde principios idealistas y desde prácticas mágicas. Y esto hace que acaben creyendo más en ese mundo imaginario que en los dolores y preguntas reales que nos rodean por todos lados. Acaban creyendo y haciendo creer que tienen la capacidad de atraer las “fuerzas de lo alto” sobre la vida de los fieles, sin apostar a un cambio del comportamiento personal y colectivo para que algunos males sean sanados o aliviados. Con todo esto, el cristianismo ha dejado de mostrar la realidad de la historia humana y de la responsabilidad que tenemos, para solamente mostrarse como espectáculo de poder y de alienación. Han negado las soluciones reales y apelado más a los bellos principios, romerías, milagros, agua bendita, pompa y canciones sin belleza y arte. Han presentado un rostro de complicidad con los imperios de este mundo, haciendo del poder religioso un lacayo del poder político dominante.
Para la mayoría de las mujeres pobres que se identifican como católicas, la próxima Conferencia del CELAM es un hecho totalmente desconocido. No tiene nada que ver con los hechos cotidianos, y más que eso; como no ha aparecido en las noticias interesantes de radio y televisión que acostumbran oír, no es un acontecimiento de importancia para ellas. Por eso mismo el V CELAM parece irrelevante y sus improbables efectos positivos, sin importancia.
A pesar de saber esto, por descargo de conciencia, antes de escribir este artículo, recorrí mi barrio para preguntar a algunas mujeres católicas entre 30 y 50 años si sabían algo de la próxima Conferencia de los Obispos de América Latina. Nadie sabía. No obstante, para bien de la verdad, algunas sabían que el nuevo papa vendría a Brasil el próximo año. Esta es una noticia que había sido divulgada por los medios de comunicación. Seguidamente les pregunté: “¿Si supiesen de esa Conferencia latinoamericana y pudiesen proponer alguna cosa, qué le sugerirían a los obispos?” La mayoría no sabía responder, pero unas pocas dijeron que esto nunca iba a suceder. Los obispos nunca tomarían en cuenta lo que ellas sienten, piensan y necesitan. No vale la pena hacer un esfuerzo para eso. Una de ellas entre risas me dijo: “Los obispos son como los políticos, sólo aparecen en los barrios en las grandes ocasiones y después nadie les ve la cara…”
Después de esas conversaciones, usando los recursos de Internet, leí el texto preparatorio base, disponible para el gran público. Él parece confirmar mi confesión pública inicial. El estilo teológico es el mismo de los otros documentos eclesiásticos escritos después del Vaticano II. Comienzan por los fundamentos dogmáticos de nuestra fe cristiana, analizan el mundo e indican caminos para mejorarlo.
En estos caminos no parece haber nada nuevo en cuanto a la doctrina y posiciones del magisterio frente al mundo y a la problemática vivida por las mujeres. Ya estamos en la V Conferencia del CELAM, y ya se pasaron más de 50 años desde la primera Conferencia (1955) y continuamos afirmando las mismas cosas con poquísimas variaciones estilísticas y algunas pequeñas añadiduras históricas. La actitud es siempre la de la Iglesia como “Madre y Maestra” o para ser más exacta, como “Padre y Maestro”; como si los grandes desafíos de la contemporaneidad no la enseñasen y la convidasen a reconsiderar sus seculares doctrinas y sus seculares posturas de poder, así como su secular misoginia.
En la misma monotonía textual, en la misma falta de ímpetu creativo, en la misma idealización y hasta cierto punto traición del mensaje evangélico, percibimos la preocupación, con las mujeres del continente latinoamericano. Nada nuevo en relación a nosotras. El don más precioso de nuestra existencia continúa siendo la maternidad (nro. 101) y a tal punto que se erige en santa y digna de ser imitada la médico italiana Santa Gianna Beretta (1922-1962). Ella conociendo que estaba embarazada y gravemente enferma “preservó la vida que habitaba en su vientre y corazón” (nro. 195), prefiriendo la muerte a un aborto terapéutico. No tuvo preocupación por los otros hijos y por el marido, solamente fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia masculina. Irónicamente, continuamos “costillas” de los hombres, pero sobre todo “vientres” y es sólo a partir de nuestro vientre que santidad, heroísmo y martirio pueden existir.
Es sólo a partir de la fertilidad de nuestro vientre que encontramos nuestra vocación fundamental. Nuestra historia se reduce a lo que nuestro vientre cría y a las tareas de cuidado consiguientes. La reproducción, como decía una de las mujeres de mi barrio, es nuestra enfadosa y sacrosanta tarea. Nadie se da cuenta de las dificultades de la maternidad, del peso que ella significa, de las rabias y de la culpa que ella genera. Nadie se da cuenta de la prisión que ella puede imponer, de la interrupción de otras realizaciones que ella puede generar. Se idealiza la maternidad como si fuese un film romántico donde todo sucede armoniosamente.
No hay fertilidad literaria, poética, filosófica, artística, política. Es sólo el vientre maternal lo que cuenta o el vientre espiritualizado en la maternidad espiritual de las vírgenes consagradas sumisas al poder paterno. De la paternidad no se habla como vocación natural de cada hombre. No se exalta la belleza de la paternidad, solamente el poder del Dios Padre. ¿Por qué?
En el texto no se encuentra ninguna referencia o alusión a las bravas “Madres de la Plaza de Mayo”; ninguna referencia a la resistencia de las Madres de Santo de los Candomblés, que sustentaron la vida y la cultura de miles y miles de afro-descendientes; ninguna alusión al liderazgo de las mujeres indígenas en las últimas décadas; ninguna alusión a las organizaciones de las mujeres del campo y de la ciudad; ninguna alusión a las religiosas insertas en los medios populares que alfabetizan, curan y apoyan a millares de personas; ninguna alusión a la teología feminista ni sus múltiples y variadas expresiones; ninguna alusión a las diversas ONGs de mujeres que en América Latina se han dedicado a la lucha contra la violencia de diferentes caras y a alternativas de sobrevivencia. Todas esas personas y grupos no existen para la institución religiosa porque no fortalecen la ideología de dominación patriarcal, cuya marca es instaurar el mundo imposible y el derecho abstracto. Algo más. En el párrafo dos, cuando el documento presenta sus fundamentos teológicos, está escrito: “lo que buscamos supera totalmente las dimensiones y las posibilidades de la vida en este mundo. Buscamos el amor y la paz en plenitud”. ¿Qué es ese “nosotros” que busca la plenitud y cuya “vocación es el cielo”? ¿A qué comunidad o texto se refiere? ¿Quiénes son las personas que la constituyen? ¿Dónde están ellas? ¿Qué tipo de amor y paz buscan? ¿O qué es esta plenitud tan soñada presentada en el texto?
Y si fuésemos más lejos, podríamos preguntar: ¿qué es el deseo del “Paraíso” y el control de las madres de la tierra? ¿Por qué estas alteraciones y apropiaciones? ¿No estamos ya en el tiempo de revisar nuestras imágenes y símbolos?
Parece que el dominio sobre el cuerpo femenino y sus poderes, tienen que ver con el desprecio del mundo, de la materialidad de la vida, de las posibilidades reales de la existencia humana, de los pequeños pasos de nuestra cotidianidad. Esto parece caracterizar la teología cardenalicia, episcopal, presbiteral y papal, presente en el documento. Probablemente, a pesar de las notas disonantes, siempre esperadas en todos los encuentros, esta será también la teología que Benedicto XVI va a bendecir y aprobar en el V CELAM. Su intransigencia y presunción en relación a la llamada verdad eterna y universal del cristianismo, nos sacuden cada día. Habla de diálogo, pero actúa desde el antidiálogo y el irrespeto a las diferencias.
Por todo esto, los textos que nos presentan y las conclusiones a que llegan nos parecen poco útiles y molestas, y también ajenas a nuestra vida cotidiana. Y si todavía, algunas de nosotras, nos interesamos en leer los textos que nos presentan, conocerlos y comentarlos es sólo para convencernos, una vez más, que hay que buscar los caminos de la “vida en abundancia” a través de otras sendas, de otras veredas, de otras palabras, de otras acciones. Aunque lo intentemos, no conseguimos entender a qué discipulado se refieren y de qué vida misionera nos quieren instruir. Ni entendemos el evangelio que quieren predicar, ni las verdades históricas que nos presentan. Todo parece abstracto, distante, escrito en una lengua teológica secular y al mismo tiempo oliendo a moho. ¿Será que imaginan que el pueblo simple entiende todas sus elucubraciones y que va a hacer uso de ellas en su cotidianidad? O tal vez, saben que el pueblo no entiende y por no entender puede continuar sumiso a la voluntad de los divinos pastores que juegan con poderosos conceptos teológicos aunque con poca consistencia real.
Las contradicciones nos habitan y permitir que ellas aparezcan, es señal de salud física y espiritual. Mientras los prelados y sus auxiliares directos, gastan energías buscando recursos para organizar sus Congresos, sus Cónclaves y Sínodos, la vida sigue su curso enredada como siempre, pura e impura, limpia y sucia, de luces y sombras, amorosa y violenta, verdadera y falsa, fétida y olorosa, de flores y pólvora, de droga y besos de amor. Mientras buscan expresar las ideas más fieles a las formulaciones doctrinales del pasado, los jóvenes denuncian con su música “rap”, nacida en los barrios marginados, la violencia que los invade y condena a muerte prematura. Sin nombre, sin título, sin carnet de identidad, sin tarjeta de crédito, mueren centenares y nacen otros centenares revelando la resurrección brevísima de la vida. ¿Y la vida eterna? ¿Y el amor eterno? ¿Y la resurrección de los muertos, y la vocación celeste? Nada que ver con el “instante”, el “hoy”, o el “ahora” que al mismo tiempo oprime y exalta el corazón, que hace nacer y morir en el mismo minuto.
Mientras gastan tiempo y energía para revertir la espantosa pérdida de fieles católicos en América Latina: adolescentes son embarazadas por adolescentes, adolescentes y niñas son violadas por parientes, vecinos y extraños. Abortan y son abortadas por una sociedad y una Iglesia que quiere salvarlas a partir de discursos sobre principios, que están lejos de sus reales sufrimientos. Mientras los representantes de Dios estructuran sus discursos basándolos en una palabra supuestamente revelada, en un pasado siempre considerado mejor que el presente; las mujeres continúan compradas y vendidas, continúan sin palabra y sin poder en el interior de las instituciones sagradas. Son predefinidas, colonizadas, estupradas, disputadas como blanco del tráfico de drogas y de las continuas guerras sórdidas del siglo XXI. La Iglesia se calla ante este espectáculo de violencia y se calla no por la falta de denuncias públicas constantes sino por una teología totalmente inadecuada a nuestro tiempo.
Toda esa dramática y tal vez también ridícula situación, invita a las mujeres a que piensen desde su cotidianidad en reafirmar algunas convicciones y algunos valores que sustentan nuestra rica y contradictoria existencia. Y esto es lo impresionante; nuestro propio cotidiano femenino con sus contradicciones y paradojas, nuestra propia vida subordinada e invisibilizada durante siglos, nuestros dolores corporales y opresiones diversas se convierten en nueva base de la lucha por la vida. Y más todavía, se convierten también en nueva base epistemológica de una teología o tal vez de una sabiduría diferente.
Quebramos la hegemonía de la “verdad sobre Dios, sobre Jesucristo y sobre el hombre” y pasamos a afirmar nuevas verdades, provisorias verdades, desde nuestros cuerpos, desde sus heridas y curaciones, desde nuestras alegrías y renovadas esperanzas. Por eso, ya no queremos más una Iglesia que dicta sus verdades eternas e inmutables. Ya no queremos más pastores que nos guardan como ovejas perdidas o sumisas. Queremos seguir el soplo del espíritu en nosotras, soplo que nos convida a amar la vida en sus manifestaciones de hoy y en sus dificultades de hoy. Nosotras nos organizamos en pequeños grupos, pequeñas comunidades que recuperan la tradición de Jesús y de María, dentro de la movilidad de la historia humana y de nuestra historia de hoy. Queremos tornarnos “sujetas” de nuestras creencias a través de nuestra propia lucha cotidiana, de los sentimientos que se cruzan y entrecruzan, de nuestro propio esfuerzo entremezclado con tantos otros. Queremos tornarnos “sujetas” y tal vez superar el dolor de haber tenido bloqueado nuestro pensamiento y la creatividad de nuestra imaginación durante siglos.
Hoy buscamos la emancipación de la Iglesia patriarcal, como imperio colonizador de las mentes y de los cuerpos. La tierra es nuestro lugar de vida y no el cielo abstracto, distante y frío. Nosotras somos nuestras maestras, nuestras educadoras, nuestras pastoras, nuestras doctoras, nuestras salvadoras en la línea de una hermandad más democrática y simplificada. Es aquí donde experimentamos el “amaos los unos a los otros” y el “perdonaros mutuamente” como comportamientos de reciprocidad siempre renovados. Las condenas de herejía, brujería o heterodoxia ya no nos afligen como antes. Estamos buscando otra economía política de la verdad, así como estamos buscando otra economía para las relaciones entre los países y regiones del mundo.
Con esa perspectiva de pensamiento, sospecho que en la insistencia del documento preparatorio del V CELAM sobre nuestra vocación celestial, hay un miedo terrible al presente. El miedo al presente es en cierta forma miedo a la vida, a su dinamismo, a sus cambios, a su realidad inefable, insubordinable a los conceptos preestablecidos. El miedo al presente nos lleva a entregar ilusoriamente el poder sobre la vida al pasado y a sus imágenes religiosas patriarcales, como si en el pasado hubiésemos vivido en estado de gracia permanente, como si sólo el pasado nos indicase los mejores caminos para vivir el presente. Pero ese amor al pasado, es nada más que el amor al poder, en el presente.
A partir de la exaltación de la verdad del pasado se puede manipular, consciente o inconscientemente, el presente; se puede tornar a las personas esclavas y culpables al no estar conformes con la eterna y divina voluntad que se reveló en el pasado. La ideología religiosa que creó mundos de consolación y de poder, hace que ese mundo material vuelva hoy con toda su fuerza. Se vuelve cómplice de la dominación autoritaria y consuelo para los afligidos que no saben como encontrar puertas abiertas para poderse abrigar del frío y de la violencia del mundo.
Se cultiva el paraíso, el cielo, como posibilidad, para después de la muerte, habitar la Jerusalén celestial y finalmente vivir una felicidad eterna con Dios y sus elegidos; lejos de las contradicciones de nuestro cuerpo. Esta utopía celeste tal vez de corte más masculino, se contrapone a la “topía” de las bienaventuranzas femeninas, aquellas que incluyen mujeres y hombres de buena voluntad, que hacen valer la posibilidad de la vida para hoy, del cuidado hoy, del amor hoy en su precariedad y contradicción.
La experiencia cotidiana critica las representaciones de una buena vida en el más allá e insiste en la buena vida ya desde hoy, a pesar de su carácter frágil y pasajero. Se trata de una buena vida combinada. Una buena vida con gusto a miel y a hiel, a dulce y salado, una vida buena para seres corpóreos terrícolas. Por eso, una de las banderas del feminismo es el derecho al placer, porque el derecho al sufrimiento ya lo tenemos garantizado.
En esa línea es que muchas de nuestras mujeres estudiosas de la herencia cristiana, quieren volver al amor del presente, única realidad que nos es dada y, en este presente encontrar los puntos luminosos que nos ayuden a dar los próximos pasos. Estos puntos luminosos son múltiples y variados. Se pueden expresar en la vida de un niño, en el cuidado de un anciano, en el encuentro con un amigo, en la agradable compañía de un buen libro, en la belleza de una música que habla al corazón, en el cuidado de un jardín, en el entusiasmo de un nuevo amor, en un paseo a la orilla del mar o en un campo después de una lluvia inesperada. Se puede expresar en las organizaciones de barrio, en la participación a los diferentes foros sociales mundiales, en una celebración ecuménica y en tantas expresiones de amor al prójimo que hacen estallar los viejos odres de las instituciones religiosas.
Rescatar la salvación en lo cotidiano, en el presente, invitarnos a percibir los puntitos luminosos de nuestra vida colectiva, ayudarnos a tejer nuevos significados… es una misión de la iglesia de las mujeres o simplemente la misión de una comunidad que busca ser una “comunidad de iguales”.
La gran novedad del momento es que hay una presión sobre la Iglesia Católica Romana institucional, a través de diferentes organizaciones de mujeres de la sociedad civil. La institución puede negarse a escucharlas, pero como en la vida todo está interrelacionado, hay algunas novedades que van poco a poco penetrando independientemente de nuestra voluntad. De repente la gente encuentra personas que ocupan altos cargos en la institución y que se abren a posiciones no oficiales; la gente encuentra grupos que asumen compromisos diferentes de los oficiales y poco a poco la masa que se creía fermentada por un solo fermento homogéneo se ve mezclada con otros de igual o hasta de mejor calidad. En esta situación, la tentación de caer en nuevos idealismos es muy grande. Por eso, no quiero olvidar las necesidades religiosas de las/los más pobres.
El aumento de la pobreza en América Latina, o el aumento de la violencia contra las mujeres y los niños, lleva a mecanismos de búsqueda de protección. Las iglesias son un camino en la búsqueda de protección. Si esta protección continúa siendo una forma sutil de dominación, estaremos transformando las iglesias en espacios de alienación y muerte para la mayoría. El momento exige escoger entre una protección que niega las dificultades reales de la vida espiritualizándolas y una protección que es solidaridad entre hermanas y hermanos viviendo una misma problemática de violencia y opresión.
Nosotras teólogas feministas y muchos otros grupos estamos intentando trabajar en la línea de enfrentar los problemas actuales. No huir de ellos e intentar responder dentro de lo que la realidad histórica, social y sicológica nos permite hoy vivir. Son pequeños pasos, pero son pasos.
Sólo queda echar el cerrojo a esta breve reflexión y convidar a lectoras y lectores a continuar pensando sobre los problemas presentados. Quiero recordarles que en cuanto mujeres, nosotras somos apenas tema de estudio para los hombres y no la otra mitad de la humanidad amada y respetada. Nunca habrá “nuevos cielos y nueva tierra” si no conseguimos instaurar un mínimo de relaciones de justicia entre nosotras/os. Si no hay igualdad de derechos también en la Iglesia institucional, no habrá alianza entre nosotras/os y no habrá reciprocidad en el cuidado de la creación entera de la que formamos parte.
Nuestras bonitas palabras tendrán que transformarse en actos de amor en relación a nuestro prójimo, mujeres y hombres de todas las creencias, ideales y razas. Como simbólicamente “un camello no puede pasar por el ojo de una aguja” si no se hace pequeño, así los hombres no se convertirán sino se sienten ellos mismos capaces de parir vida y ser responsables por la vida. Esto significa colocarse como igual y diferente en los otros cuerpos, en los cuerpos de la otra mitad de la humanidad e intentar en proximidad y simpatía abrazar la causa de la dignidad de las mujeres como su propia causa. Como nos recuerda el profeta Jeremías convidándonos a una nueva alianza: “Gritos de pavor hemos oído, de terror y sosiego. Preguntad y averiguad: ¿Es que da a luz un varón? ¿Qué veo? Todos los varones, como parturientas, las manos a las caderas, los rostros demudados y lívidos” (Jr 30, 6). De este texto tan sugestivo en este momento de nuestra historia, intuyo que las manos en las caderas serán de cansancio por la guerra y la lividez en los rostros, de pasmo ante la violencia, obra de sus manos. Los hombres continúan esclavos de su poder, de sus ideas y de sus pasiones de dominación. Continúan usando su Dios para dominar cuerpos y culturas y continúan usando su sexo como arma contra los cuerpos de mujeres y niñas. ¿Hasta dónde llegará esa locura y esa demencia general? ¿Habrá caminos de conversión?
A pesar de los pesares, quiero todavía apostar al día en que los hombres acreditarán que desde su masculinidad podrán dar a luz y entonces “en este día romperé el yugo de tu cuello y haré saltar las correas. Entonces los extranjeros ya no te dominarán” (Jr 30).
Las mujeres dejarán de ser colonizadas por los hombres y por el Dios de los hombres. Una nueva alianza será tal vez posible. Alianza surgida a partir de los “vasos de barro”, una alianza de respeto mutuo y belleza dentro de la inmensa fragilidad de la vida, de la VIDA que nos creó mujeres y hombres.