MANIFIESTO DEL PUEBLO DE DIOS

Pueblo de Dios con Jesús Liberador hacia Aparecida – Vida plena para todas las criaturas

América Latina y el Caribe viven la expectativa de superar las estructuras injustas, agravadas en la actualidad, por el sistema neoliberal. Las elecciones últimamente realizadas en varios países del Continente señalan esa expectativa. Sin embargo, el abismo entre ricos y pobres continúa siendo una ofensa a Dios Padre-Madre de la humanidad y manifiesta la contradicción con el ser cristiano (Puebla, 28). Confiando en la presencia del Espíritu del Resucitado, tenemos la esperanza de que la Conferencia de Aparecida marcará los caminos de la Iglesia de América Latina y del Caribe en la misión de “anunciar la Buena Noticia a los pobres; proclamar la liberación de los presos y para los ciegos la recuperación de la vista; dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia de parte del Señor” (Lc 4,18-19). Con esta certeza y esperanza, queremos confirmar el proyecto fundador de la experiencia eclesial de la Iglesia latinoamericana y del Caribe.


Como discípulos y discípulas de Jesús, iluminados por los valores del Reino y por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, queremos ser una Iglesia-Pueblo-de-Dios, profética, abierta al diálogo ecuménico e inter-religioso. Una Iglesia que refleje la vida de nuestros pueblos y sus culturas, donde los laicos tengan su lugar, su espacio de iniciativa, de libertad, de autonomía y participación. Por la numerosa presencia de mujeres y su participación imprescindible en nuestras Iglesias cristianas, se ha de repensar su papel en una nueva estructuración eclesial. Por todo eso, ¡queremos ser Iglesia-fuente! Una Iglesia toda ella ministerial y con vivencia de colegialidad que valorice las comunidades, las pastorales, los movimientos, la Iglesia local, las Conferencias Episcopales en comunión con la Sede de Pedro, con todas las Iglesias particulares y otras Iglesias cristianas por todo el mundo.


La opción por los pobres, proclamada en Medellín y reafirmada en Puebla y Santo Domingo, es un mandamiento del Señor y está en la base de toda acción evangelizadora (Lc 4,16-21; Mt 11,2-6). La Palabra de Dios es la compañera inseparable del caminar de las comunidades cristianas. Las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) se hacen presentes en todas las dimensiones de la vida; han transmitido la fe cristiana en un tiempo de grandes pruebas y cambios. A la luz de la Palabra de Dios leída, reflexionada, orada, cantada y celebrada, la Iglesia-Pueblo-de-Dios tiene la misión de comunicar la fe y colaborar (GS, 1.11) en la solución de los graves problemas que afectan a la mayor parte de la población en nuestro continente: desempleo, violencia, exclusión social, migraciones forzadas. La Iglesia cuenta con la acción de todos los hombres y mujeres de buena voluntad del mundo entero. La unión entre evangelización y liberación (EN, 30), fe y vida ya es parte del patrimonio de nuestra Iglesia de América Latina y del Caribe; y caracteriza la lucha por la justicia en la construcción de la paz (Medellín, Introducción, 6; Paz, 16).


La Iglesia latinoamericana y del Caribe, como Pueblo de Dios, se preocupa por el futuro. Los jóvenes esperan encontrar en las comunidades cristianas un espacio de libertad, de participación y de responsabilidad. Quieren verse estimulados para buscar caminos nuevos de liberación y de compromiso. Responsables por la vida de las futuras generaciones, las comunidades cristianas de América Latina y del Caribe se sienten comprometidas con la defensa de la naturaleza y la preservación de la vida humana, animal, vegetal y de las aguas. Sin una nueva espiritualidad integradora y sin la lucha por la liberación ecológica, no habrá futuro. Corremos peligro de destruir el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación (Gn 9,9-17).

La Iglesia de América Latina y del Caribe continúa en el camino de Jesús, sustentada por el testimonio de muchos mártires indígenas, negros, obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, hombres y mujeres que derramaron su sangre como Jesús para defender la vida. Confiando en el Dios de la Vida, Padre-Madre de todos los pueblos, proclamamos nuestra fe en la presencia del Espíritu. Él guía la historia hacia la manifestación del Reino de Dios, testimoniado por Jesús de Nazaret y seguido fielmente por su Madre y nuestra Madre María a quien invocamos con el nombre de “Aparecida”.