EL PAPA, CORAZÓN DE LA IGLESIA

DÉCIMO TERCER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO


2 de Julio de 1978

2 Reyes 4, 8-11.14-16a
Romanos 6, 3-4.8-11
Mateo 10, 37-42

 

Muy queridos hermanos:

Lo que estoy sintiendo en este momento en la Catedral repleta de fieles, con representaciones del clero, del seminario, de la vida religiosa y de las diversas comunidades de la Arquidiócesis, así me he estado sintiendo durante estos días desde que salí rumbo a Roma; y allá, sobre todo, cerquita del Pastor común de la Iglesia Universal. Y ahora, al regresar y encontrar que el eco de una invitación para encontrar al Papa ha hecho posible esta aglomeración que nos da una idea, dentro de la pequeñez de nuestro templo, de aquella inmensa Basílica de San Pedro, el día en que el Papa celebraba sus 15 años de ser Pontífice, y pensar en aquella muchedumbre en toda la Iglesia que se esparce por el mundo. Sentía yo el orgullo, la satisfacción, la alegría de no estar solo, de que conmigo estaban todos mis queridos sacerdotes, las, comunidades religiosas, parroquiales, de base y todos aquellos que sienten la unidad bellísima de esta Iglesia.

Por eso al regresar, hermanos, yo les agradezco que aquel espectáculo internacional de Roma, convertido aquí en un ambiente íntimo de familia, es siempre el mismo palpitar, la misma Iglesia. Cuando yo veía circular junto a la tumba de San Pedro o junto a la cátedra del Papa peregrinaciones excursiones llegadas de todas partes del mundo, me parecía algo así como el torrente sanguíneo de la humanidad que pasa por el corazón para oxigenar después a toda la Iglesia. Porque eso es el Papa: ¡El corazón de la Iglesia! Y todo aquel que oxigena su sangre, su vida, su piedad en esa unidad con el Papa, es un miembro sano, vivo de esta Iglesia que estamos viviendo esta mañana en esta Catedral de San Salvador; y a través de la radio, en muchas comunidades allá lejanas, o junto a muchos enfermos, o junto a tantos seres queridos que no han podido venir, pero que siente este momento de plegaria, que juntos con su Pastor, estamos todos elevando al Señor "pro Pontífice nostro Paulo", por nuestro Pontífice Paulo, en el quince aniversario de su elección y de su coronación como Romano Pontífice. Por eso quiero agradecer a todas las personas que han hecho posible esta solidaridad: Con sus oraciones, con su apoyo moral, con su presencia espiritual, de manera especial también, a los forjadores de la opinión pública, a los periódicos, a la televisión, a la radio, que hicieron eco al viaje de este peregrino de Roma, Centro de la Catolicidad. Sé que las informaciones, los diálogos y todo cuanto he tratado de mantener en unión con ustedes, ha estado llegando. Y me complace de que nuestros medios de comunicación sean tan eficientes y tan amados por nuestro querido Pueblo de Dios.

Allá en Roma, la información, los diálogos detenidos y serenos con los representantes de la autoridad central de la Iglesia. Las aclaraciones en algunos malos entendidos o surgidos de informaciones falsas o interesadas; la presencia mía me pareció tan providencial que le doy gracias al Señor, para que allá donde ya saben cómo amo y soy solidario de la Sede del sucesor de Pedro, no podían dudar de mi fidelidad al Papa. Y he ratificado una vez más que moriré, primero Dios, fiel al sucesor de Pedro, al Vicario de Cristo.

Les decía: "Es fácil predicar teóricamente sus enseñanzas, seguir fielmente el magisterio del Papa en teoría. ¡Es muy fácil! Pero cuando se trata de vivir, cuando se trata de encarnar, cuando se trata de hacer realidad en la historia de un pueblo sufrido como el nuestro esas enseñanzas salvadores, es cuando surgen los conflictos. Y no es que me haya hecho infiel... Jamás! Al contrario, siento que hoy soy más fiel porque vivo la prueba, el sufrimiento y la alegría íntima de proclamar, no solamente con palabras y con profesiones de labios una doctrina que siempre he creído y amado, sino que estoy tratando de hacerla vida en esta comunidad que el Señor me ha encargado. Y yo les suplico a todos ustedes, queridos hermanos, que si de verdad somos católicos, seguidores de un Evangelio auténtico y por auténtico muy difícil; si de verdad queremos hacer honor a esta palabra de seguidores de Cristo, no tengamos miedo de hacer sangre y vida, verdad e historia esa doctrina que de las páginas del Evangelio se hacen actualidad en la doctrina de los Concilios y de los Papas, que tratan de vivir como verdaderos Pastores, las vicisitudes de su tiempo.

No olvidaré, por eso, aquel momento precioso en que el Papa, después de recoger las informaciones de todos sus Dicasterios. formando como una síntesis de lo que el tiene que decir en la breve audiencia al Obispo que llega a visita Ad Limina, recoge unas palabras de aliento, unas palabras de consuelo, de fortaleza que llegan a sentirse en el corazón del Pastor como el carisma que Dios le ha encargado a Pedro y a sus sucesores: ¡Confirma a tus hermanos! Eso traigo ahora, queridos hermanos. Una confirmación, una ratificación una palabra de aliento, de bondad, de comprensión de aquel dulce Cristo de la Tierra: El Papa.

Estrechándome las manos con un cariño y una fortaleza de quien se siente sostén de todos los Pastores y de toda la Iglesia Universal, me aconsejaba y me ayudaba a seguir siendo fiel a ese ministerio en servicio de este pueblo, para el cual él expresó frases muy cariñosas que yo quisiera transmitirles, pero que la emoción de aquel momento hacen olvidar al pie de la letra; pero que decían sustancialmente que nuestro pueblo salvadoreño él lo conocía desde hace unos cincuenta años cuando él trabajaba en la Secretaría de Estado, antes de ser Pontífice y llegaban noticias de la vitalidad, de la laboriosidad, de los problemas de este pueblo. "Es un pueblo -me decía- que lucha por sus reivindicaciones, busca un ambiente más justo. Y ese pueblo hay que amarlo, hay que ayudarle. Tenga paciencia, tenga fortaleza, y ayúdeles. Y dígales que el Papa lo ama, lo quiere y sigue sus vicisitudes; pero que jamás busque soluciones en la violencia irracional, que jamás se deje llevar de las corrientes del odio. Que trabajé en construir la unidad, la paz, la justicia sobre la bases de Dios, sobre las bases del amor". Y que gusto me dio decirle entonces: "Santo Padre, esa es mi predicación. jamás el odio, aunque la calumnia lo asegure, jamás la violencia". Su palabra de orden del primero de Enero de 1978 ha sido para mí una clave de mis predicaciones: No a la violencia, sí a la Paz". Y el Papa sonríe y bendecía a un pueblo que él sueña feliz por los caminos del Evangelio.

Por eso, queridos hermanos, al buscar en esta mañana en que nos hemos reunido para honrar la persona, la misión sagrada del Romano Pontífice, para celebrar -el día del Papa, yo no quiero salirme de las lecturas bíblicas que se han escuchado hoy. Y podríamos decir que las tres lecturas hacen como el triple homenaje a la triple misión del Romano Pontífice: Primera: Es un Santo, es un .hombre de Dios, un digno de Cristo; Segunda: Es un profeta enviado por Cristo; y en Tercer lugar: es un sacramento, es una presencia visible de una vida de Dios que se quiere dar en felicidad, en vida divina a los hombres. Trato de desarrollar estas ideas.
 

1º. EL PAPA ES UN SANTO, ES UN HOMBRE DE DIOS, UN DIGNO DE CRISTO

En primer lugar, veo al Papa, y como la sunamita de la primera lectura, quisiera decirles a todos ustedes: ¡Lo acabo de ver! ¡Y ese hombre de Dios es un santo! Es un santo, en su fragilidad, en sus 81 años atormentados por la artritis, casi arrastrando sus pasos, pero con una mente lúcida! ¡Y sobre todo un corazón que es todo un volcán de amor para la humanidad. Es un santo! ¡Es un discípulo verdadero de Cristo!

Cuando hoy se leía en el Evangelio: "El que no deja a su padre y a su madre, y a sus hijos y a su esposa, y todo lo que tiene por mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí". Y cuando dice el evangelio de hoy "Que hay que dejarlo todo, porque el que quiere encontrar aquí sus comodidades, su instalación, su vida, la perderá. Y que, en cambio aquel que por amor al Cristo y a su Evangelio la renuncie, la encontrará'. Todas estas frases con que Cristo aconseja a los que han de ser apóstoles en la historia, las he visto das al pie de la letra en Pablo VI, el hombre desprendido de todo.

Era la audiencia del 21 de junio cuando él decía: "La fuerza de las circunstancias nos obligan a hablar de mi misma persona aunque no es mi gusto hablar de mí. Pero hoy se cumplen 15 años de haber sido elegido a este cargo apostólico. Esto sólo quiere decir que desde entonces soy más vuestro, os pertenezco, no soy mío". Esta es la entrega del Papa; un hombre que no vive para sí, un hombre que todas las palpitaciones de su amor son para sentirse padre, conductor, guía, pastor de la humanidad. Un hombre con un corazón tan sensible que lo hacen llorar las ingratitudes de sus malos hijos, pero lo hacen sonreír el cariño de quienes lo aman y tratan de corresponderle. ¡Un hombre bueno, un santo!

Cuando lo veía me acordaba de aquella escena en la playa del Tiberíades: "Simón, hijo de Jonás, me amas?" Y Pablo VI le responde la respuesta de Pedro: "Sí Señor, tú sabes que te quiero". "Apacienta mis ovejas". Y sólo un Papa puede saber el precio de ese amor; apacentar al mundo entero. Se necesita tener un corazón gigante para no acobardarse ante las embestidas de tanta maldad, de tanta indiferencia de un mundo que se desacraliza, que le da la espalda a lo divino. Y un Papa que quiere seguir ese mundo para traerlo a su verdadera felicidad.

Decía él cuando lo saludaban los Cardenales el 24 de junio, día de su onomástica -él se llama Juan Bautista-. El día de San Juan los Cardenales lo visitan y dice un discurso, en el cual él hace como una inspección a la vida de la Iglesia. Y dice: "Permitidos que convirtamos este homenaje a mi persona en un homenaje a la Iglesia. Ya no vivo para mí, vivo para la Iglesia -y comenzó a describir las metas de esa Iglesia, precisamente en una santidad- no hay verdadera Iglesia cuando no hay verdadera santidad. Parecía un eco al Evangelio de hoy. El que no lo deja todo y toma su cruz y sigue al Señor, no es digno de El". La palabra de la Iglesia, queridos hermanos, en los labios del Papa es un llamamiento a santidad.

Pero así como él me decía -hablando ya privadamente conmigo-: "Prediquemos no sólo con la palabra, que nuestra predicación sea también con el testimonio de nuestra vida". Recordaba una frase que él decía una vez: "El mundo de hoy necesita tanto maestros como testigos, testigos del amor, testigos de la santidad". Y él se ha propuesto a ser un testigo de la santidad. ¡Es verdaderamente un santo! Al mirar a Pablo VI, cada católico siente como aquel águila de los salmos, que un águila más grande lo provoca a volar. Las alturas de la santidad. Las ha escalado: Su fidelidad a Cristo, su amor al pueblo, la perfección de una persona que ya no vive para si, sino que vive para ser ejemplo y meta de todos aquellos que quieren seguir a Nuestro Señor Jesucristo. El es el verdadero seguidor. Y decía: "Cada uno tiene que seguirlo en su propia vocación: los sacerdotes con una santidad sacerdotal; los religiosos y las religiosas, con una santidad de vida consagrada; los casados con la fidelidad santa de su matrimonio; los solteros con la castidad propia de quienes deben de hacer a Dios el homenaje, el holocausto de su propia carne; la juventud, la niñez".

A todos nos quiere santos; y cada uno en la propia meta de su propia vocación. Por eso, cuándo piensa uno cuál es la vocación, el papel apropiado del Papa en este Cuerpo Místico donde cada hombre y cada mujer tiene un puesto para el bien del conjunto del Cuerpo Místico? Recordaba eso que ya he dicho, el carisma del Papa: Confirmar a sus hermanos en la fe. Ser fuerza y cohesión del Cuerpo Místico, ser lo que Cristo le indicó un día en la persona de Pedro: 'Te llamarás piedra, porque sobre esta roca voy a edificar mi Iglesia". El Papa es roca, es piedra, es solidez, es fundamento. Por eso, cuando uno, predicador de esta Iglesia, siente la dicha de estar en contacto directo con esa roca que es el Papa, que le estrecha las manos y le fortalece el ánimo, se siente que está a plomo sobre una construcción inmortal que, aun, cuando soplen los vientos del infierno, no prevalecerán. Porque es Cristo el que está construyendo sobre esa roca firme la santidad de su propia Iglesia.

Esto quisiera queridos hermanos, al transmitirles ese amor del Papa al pueblo salvadoreño, y al invitarme a comprenderlo y a lo de cerca consolándolo, animándolo, apartándolo de los malos caminos del odio, de la violencia, y de la venganza, del resentimiento, de las luchas fratricidas. Cómo quisiera, hermanos, que ese amor que el Papa vive tan íntimamente, tan sinceramente, se hiciera el amor de cada corazón de los que estamos tratando de honrarlo en esta mañana. Y si no sacamos de aquí otro propósito, que el de dar a nuestro corazón toda su capacidad de amar, y tratar de construir un mundo nuevo a base de este amor que Cristo y su Espíritu inspira en nosotros; sólo eso bastaría, hermanos, para que el Papa se sintiera muy feliz y nuestro homenaje al Papa fuera, verdaderamente, un homenaje digno de este pueblo.

Respuesta cariñosa al amor, que por mi medio les manda a expresar el Pastor de todos los pueblos, y por tanto, el Pastor de los salvadoreños. "Animo a su Pastor. Comprendo -me dice- el momento difícil que le toca vivir. No es posible que todos piensen igual que Ud. Tenga paciencia, sea fuerte, ame, siga fielmente el Evangelio". ¡Bendito sea Dios, hermanos! Que la confirmación en mi camino es precisamente. por donde voy caminando. Tratando de serle fiel al Evangelio, a la doctrina de la Iglesia. Y yo quiero darle gracias al Señor, junto con ustedes, de que cuando pregunté en Roma, si habían encontrado errores en mi fe -y allá tenían muchas de mis homilías- me han dicho con claridad: "No, errores en la fe puede estar seguro que no los hay". ¡Bendito sea Dios! Les predica, pues, quien está en comunión de fe con aquél que es el Maestro de la fe.
 

2º. PABLO VI ES UN PROFETA ENVIADO POR CRISTO

Y este es mi segundo pensamiento: el enviado, Pablo VI es aquél de quien ha dicho Cristo en el Evangelio de hoy: " El que recibe a mis enviados a mí me recibe. Y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me envió". Yo encuentro en estas bellas palabras del Evangelio de hoy: La comunión del hombre con Dios, sobre todo de aquellos hombres que quieren entrar en la comunión de fe para predicar una revelación que no es nuestra.

El Papa preguntaba, el día en que respondía a los Cardenales, si la fe que la Iglesia profesa es la auténtica fe que Pedro recibió de Cristo. Y al constatar que junto a la tumba que está allí muy cerca de su cátedra, la cátedra de Pedro de 1978, puede decir que es la misma que enseñó la cátedra de Pedro en los años primeros del cristianismo: Hay una coherencia, hay una fidelidad.

Y aquí encontramos el segundo carisma del Papa: La infalibilidad, la seguridad de, estar enseñado una doctrina tal como la recibió de Cristo. De tal manera que, todo hombre que predica en la tierra tiene que confrontar su predicación con la predicación del sucesor de Pedro. Y al poderle decir a su pueblo, lo que yo predico a ustedes es lo mismo que el Papa predica, es el depósito que él cuida y conserva; hay una felicidad profunda en el corazón del Pastor, de poderle decir a su pueblo: Sigamos en esta doctrina, conozcámosla cada vez más. Y hay un ánimo nuevo de seguir predicando en estas homilías la doctrina del Señor. Se me preguntó en Roma si no me parecían muy largas mis predicaciones. "Soy el primero en sentirlo -les decía yo-, pero cuando yo veo un pueblo atento a mi palabra, yo aprovecho los minutos. Y yo agradezco a mi pueblo que me escucha. Y cuando sé que más allá de la multitud de Catedral, la radio casi monopoliza el auditorio a esta hora, estoy seguro de que el Espíritu de Dios en mis pobres palabras está llevando la revelación, el mensaje del Evangelio. Trato de ser tan fiel al Evangelio, que aún cuando esta palabra molesta a un sector o a otro sector, trato de definirla plenamente como la doctrina auténtica de la Iglesia. Y no quiero que sea una doctrina manipulada por ningún grupo particular, por ninguna tendencia política de partido, por ninguna oposición ni por ningún oficialismo.

No quiero que nadie use mi palabra, mi palabra de Dios, para intereses solamente de la tierra. Estoy con aquel que busca la justicia, por la justicia que busca, pero sin compartir los caminos por donde él, autónomo, puede buscarlo. Ya sé que la Iglesia no me permite ir por caminos de violencia, por caminos que no son los caminos de Jesucristo. Pero gracias a Dios, esa infabilidad por la cual se puede asegurar, que la doctrina de Pablo VI es la doctrina de Pedro y la doctrina de Cristo, es de verdad, bendito sea Dios, la doctrina que el humilde Arzobispo de San Salvador predica a su pueblo, y crece en la fe junto con su pueblo. Porque yo también, hermanos, recibo la predicación de ustedes. Yo sé con la doctrina teol6gica de la Iglesia que ese don de la infabilidad, que sólo Dios posee, lo ha dado al pueblo de Dios. Y que ese pueblo de Dios tiene un órgano que es el Papa.

El Papa expresa el carisma de la infalibilidad al mismo tiempo que el pueblo lo siente y lo vive. Por eso, el pueblo sabe sentir cuando la predicación no es auténtica. Ustedes tienen un sentido muy fino que se Rama el "sensus fidei" sentido de fe- por el cual un miembro del pueblo de Dios, puede detectar cuando un predicador no está a tono con la doctrina verdaderamente revelada por Dios.

Pero cuando un pueblo escucha, asiente y sigue; no digo yo hermanos, que muchos de los que me escuchan no me escuchan por motivos religiosos. También esta objeción tuve que responderla en Roma. Sé que muchos escuchan con intenciones políticas, con intenciones de cogerme en alguna frase, con intenciones de retarme en algo incorrecto que yo diga. Pero sé que la mayoría de quienes me escuchan, escuchan como quien busca la revelación de Dios. Y si alguien no lo hace así, sepa que no está en sintonía conmigo. Porque yo estoy predicando como Pastor, como maestro de la fe. Y solamente quiero una cosa: Que esta fe que yo predico, encuentre eco de fe, de religión, eco de amor en el corazón de todos ustedes. Y es así cuando el pueblo de Dios es garantía también, para asegurarle al predicador que su doctrina, su enseñanza va por los caminos de la verdadera revelación.

Y en esta forma, el servicio al pueblo es desde la Iglesia. No es un servicio demagógico, no es un servicio político. La Iglesia no está politizada. Si la Iglesia toca aspectos políticos es desde -su competencia de revelación de Dios para decirle a la política lo que no está bueno, lo que es pecado. Y ella tiene el deber de señalar en la de los hombres, y la moral abarca todos los aspectos de la vida humana. El Papa recordaba que hace 10 años, su encíclica Humane Vitae, dio las normas seguras que todos tienen que seguir. Y aunque muchos digan: "¿Por qué la doctrina de la Iglesia se va a meter en la intimidad del matrimonio?" Sí, tiene derecho, porque es guardiana de la Ley de Dios y de la naturaleza. Y en nombre de esa ley habla- también de la intimidad del matrimonio. Así también en nombre de esa doctrina de Dios, de unos mandamientos de Dios, de una justicia de Dios, reclama, en el campo político, lo que no es licito. Y esto no lo puede callar. Y meterse a hablar así, no es meterse en política sino predicar, desde su competencia evangélica, el reclamo de Dios a la humanidad.

El domingo pasado, al medio día... en la Plaza de San Pedro, rezó el Angelus como lo hace todos los domingos. Y antes de rezar a la Virgen, el Papa siempre tiene una pequeña alocución. Les digo que me hizo llorar el domingo pasado, cuando contó, antes del Angelus, la tierna historia de un niño italiano llamado Mauro, de 11 años, que cuando vio que secuestraban a su hermanito de 15 años, dijo: "No lo lleven a él. El está enfermo, llévenme a mí mejor". Y los secuestradores se llevaron al niño de 11 años. Y cuando sus padres lograron recoger algo del rescate para ir a salvarlo, el que llevaba ese precio, recibió con la cacha del revólver un golpe cruel en la cabeza porque no llevaban lo que pedían. Y su propia madre de ese niño se ofrece para que lo dejen libre. Está desde abril en manos de sus captores. Y el Papa condenaba severamente la maldad de este mundo en que vivimos, pero al mismo tiempo elogiaba la ternura de aquel que él llamó "el pequeño corderito". "¡Mauro estamos contigo, no estás solo. Tú eres un héroe de la humanidad, tú eres un modelo de ternura y de bondad de esa que el mundo de hoy tanto necesita'!.

Cuando el Papa denuncia casos concretos, pensaba yo con alegría: ¡Es el papel de la Iglesia! Yo no hago otra cosa aquí, en la cátedra de mi Diócesis, que señalar aquellas cosas injustas para reclamar en nombre del Evangelio y de la justicia. Así como también con justicia elogiamos los pasos buenos que se dan: ¡Quién no va a sentir, por ejemplo en esta mañana, como sangre propia el dolor del sacerdote Hermógenes López, asesinado brutalmente el 30 de junio cerca de su parroquia en San José Pinula, a 24 kilómetros de Guatemala? En esta Misa nos queremos solidarizar con ese asesinato que nos ha hecho pensar mucho en la manera en que murió nuestro inolvidable P. Grande.

También ahora queremos solidarizarnos con el reclamo del Señor Vicario General de la Diócesis de Santiago de María, cuando denuncia la captura injusta de José Adán Romero y Carlos Chicas en Ciudad Barrios, mientras van cumpliendo misiones de su ministerio pastoral. Yo los conozco a los dos, y son verdaderamente hombres que trabajan por el Reino de Dios. Y puedo dar testimonio de que -lo que pide el Vicario General de Santiago de María es justo, como justa es también su protesta por este atropello injusto.

Me solidarizo también con el sufrimiento que vino a contarme la familia del Dr. Eduardo Antonio Espinoza Fiallos, profesor de Medicina en la Universidad. Capturado y llevado a la Policía Nacional donde hay testigos, según la familia, de que lo han visto allí. Este pobre médico necesita ciertos tratamientos y no se sabe cuál es su situación actual.

También con los miembros del Comité de Madres y Familiares de Presos y Desaparecidos. Tengo que ser solidario con la denuncia del desaparecimiento de Miguel Amaya Villalobos y Roger Blandino Nerio a las 11 y 1/2 de la noche el 29 de junio, del Centro Penal de Cojutepeque; por solidarizarse con la huelga de hambre de las madres. Estaban a la orden del 4º Juez de lo Penal, y ni siquiera en la Dirección de Centros Penales se quiere dar una noticia a la pobre a. El Ministro de Justicia está en la obligación de responder a este reclamo de la familia y de estos desaparecidos, ya a las órdenes de un juez.

Igualmente, se denuncian maniobras por implicar injustamente a los presos políticos de la Cárcel de Santa Ana en un intento de fuga. Tenemos que sentir también, como propio, el sufrimiento de aquellos que están sufriendo el hambre como un medio para reclamar una noticia de sus seres queridos. Una de las madres está muy grave y no se atiende el llamamiento que está haciendo su dolor. En El Paisnal, dos campesinos asesinados: Roberto Saracay y Santos García Molina. Después de haberlos sacado a media noche y golpearlos, aparecen muertos. Luego, hay injustas maniobras en la empresa minera de San Sebastián, donde se dice que hay complicidad del Ministerio de Trabajo. Tampoco se normaliza la situación laboral de la Textil INCA y de la empresa IRA.

Cuando se miran todas estas manifestaciones de dolor, de violencia, de sufrimiento, qué oportuno me pareció, hermanos, leer allá en Roma, en el periódico que sale bajo la vista del Papa "L'Observatore Romano", un artículo del Director del periódico que se titula "Lostato democrático e la violencia". Y dice entre otras cosas: "El objetivo que se debe tratar de alcanzar en un estado democrático es hacer cada vez más hipotético e irreal el caso en que el recurso a la fuerza de parte de individuos y grupos, pueda justificarse por la existencia de un régimen tiránico de nuevo tipo; en el cual, las leyes, las instituciones, los gobiernos, más que conocer y promover, conculcan sistemáticamente las libertades fundamentales y los otros, derechos naturales- del hombre, reduciendo los súbditos a la condición de oprimidos. Si el estado democrático tutela y promueve en base a la constitución a las leyes la libertad y los otros derechos del hombre; y predispone y emplea los instrumentos apropiados para asegurar justicia y paz a los ciudadanos; y además les da la posibilidad de pronunciarse mediante elecciones libres y representativas en el ejercicio del poder y la sustitución eventual de sus sectores; entonces, no sería más admisible el recurso a la violencia de parte de individuos y de grupos".

Esto es lo que se enseña en el Vaticano: Un amor a la libertad, una proclamación de estos derechos. Cuando el Arzobispo de San Salvador predica así como lo acabo de hacer, no hago otra cosa que hacer eco a la misma predicación que allá en Roma, junto al Papa, se realiza. Porque un Evangelio que no trate de señalar las lacras concretas de la humanidad pecadora para salvarla y arrancarla del pecado y hacerla feliz, no es el verdadero Evangelio salvador de Nuestro Señor Jesucristo.
 

3º. EL PAPA ES UN SACRAMENTO, ES UNA PRESENCIA VISIBLE DE UNA VIDA DE DIOS QUE SE QUIERE DAR EN FELICIDAD, EN VIDA DIVINA A LOS HOMBRES

Y por eso termino, queridos hermanos, con este tercer pensamiento de la segunda lectura de hoy. Diríamos que el Papa en el primer pensamiento, lo presentaba como un santo que encarna el anhelo de santidad de la Iglesia. En el segundo pensamiento, lo he presentado como un profeta enviado por Dios a conservar y a anunciar su doctrina revelada y con la cual tenemos que confrontar todos los que predicamos en la Iglesia. En tercer lugar, donde San Pablo nos habla del bautismo como cuna de hombres nuevos, voy a decir que el Papa es el gran sacramento de la renovación del mundo.

El es un hombre como todos los hombres, pero Dios le ha depositado el carisma de ser el centro de la unidad sacerdotal. (Es el gran sacerdote! Si es cierto que nuestro episcopado y nuestro sacerdocio deriva directamente de Cristo Sacerdote, el ejercicio de este episcopado y de este sacerdocio depende de la jurisdicción que el Papa da a los que se han ordenado. Por eso, tenemos que dar cuenta al Papa de nuestra predicación, y él tiene derecho a orientar nuestra actitud pastoral y hoy regreso de Roma, hermanos, con estas orientaciones y estos carismas tan nuevos que podemos continuar mientras el Papa quiera que yo sea el Pastor de esta Diócesis y tenga confianza en mi humilde palabra y en mi conducta, para dar este anuncio del Evangelio.

Y sobre todo, hermanos, esta santidad sacramental. San Pablo nos ha dicho hoy que un cristiano no es otra cosa, ni nada menos, fue un hombre incorporado a la muerte y a la resurrección de Cristo. En esto está la verdadera redención. Por eso, la Iglesia no puede confundir su predicación, su misión con otros modos de liberación meramente terrenal. La liberación que la Iglesia predica es ésta: La del Papa, la del bautismo, la de los sacramentos, la de la confesión. Aquella que le dice al pecador: Yo te absuelvo de tus pecados. Yo rompo las cadenas que son la causa de todas las esclavitudes del mundo. Porque el mundo no sería tan malo si los hombres estuvieran perdonados de sus pecados. Pero hay maldad porque los hombres son esclavos del egoísmo, del orgullo, de la ambición, de la envidia, del. poder abusivo. Por eso hay pecado; y porque hay pecado, por eso hay también desgracia, hay distinción en la humanidad que debía de ser la familia de los hijos de Dios.

Es hermoso pensar, para terminar, que San Pablo nos habla de que esta incorporación del cristiano en Cristo es definitiva. Todo el que no se bautiza, si de veras quiere permanecer fiel a su Cristo, ya no morirá más; solamente traicionando su fe y su convicción religiosa da la espalda a Cristo y se convierte en pecador. Y así tenemos la desgracia de muchos pecadores bautizados, de muchos paganos bautizados, de muchos idólatras bautizados. No están cumpliendo su papel del bautismo. El Papa es el gran sacramento porque en él se refleja la Iglesia. De él deriva la jurisdicción, la capacidad de un sacerdocio que bautiza hombres en todo el mundo y que incorpora seres humanos para hacerlos miembros nuevos de una humanidad nueva.

Queridos hermanos, que este homenaje al Santo Padre culmine en un propósito de fidelidad a nuestro bautismo, en un propósito de santidad. Que no vamos a luchar por liberaciones meramente temporales, sino que vamos a trabajar por la verdadera libertad de los hijos de Dios, por romper las cadenas que amarran el corazón y el alma; y para hacer de cada uno de nosotros un instrumento hábil para crear un mundo nuevo. Que de nada servirá hacer estructuras nuevas, hacer leyes buenas si no hay hombres nuevos que, con un corazón renovado en Cristo, sepan hacer de la Patria una verdadera sociedad nueva.

Les agradezco el homenaje que conmigo están rindiendo al Santo Padre. Vamos a entrar ya en la intimidad de nuestra Eucaristía, y al elevar esa hostia y comulgaría, sentir que ese Cristo que nos alimenta de vida eterna es el que está sosteniendo, hasta la consumación de los siglos, a ese ser importante de nuestra Iglesia en el cual esta mañana nosotros ponemos todo nuestro amor, nuestra confianza, nuestra solidaridad: El Papa.

Creemos en un sólo Dios...
 

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