Ilustrísimo Monseñor Encargado de Negocios de la Santa Sede, queridos hermanos sacerdotes y fieles:
En su breve pontificado, Juan Pablo I, nos da la impresión que solamente tuvo el tiempo para dar al mundo la respuesta breve, pero densa que Dios da al mundo actual. La historia se encargará de recoger esas facetas tan ricas, que ya van en los comentarios de toda la comunidad universal de la Iglesia, porque en el breve espacio de un mes, Juan Pablo se ganó el corazón del mundo. Sería imposible pues -ahora, al venir a celebrar la oración solemne de la Arquidiócesis por su eterno descanso y animar su esperanza de una Iglesia que se levanta de la tumba de cada Papa para seguir adelante- sería imposible, digo, recoger toda la historia de estos 33 días breves, porque era precisamente eso: la respuesta de Dios al mundo actual.
Inspirándome en ese pensamiento, yo sólo quiero destacar estos tres aspectos: lo jerárquico, lo cristiano y lo mariano.
¿Por qué Dios nos está llamando la atención, en tan breve tiempo, hacia la cumbre de la jerarquía? En menos de dos meses, dos muertes y dos elecciones del Pastor Supremo de la Iglesia. Es la máxima expresión de la autoridad que Cristo quiso poner para gobernar al pueblo que El congregaba, como sucesor de la alianza entre Dios y el pueblo. La jerarquía, llevada por hombres frágiles, indica una voluntad de Dios, sea el canal por donde se orienta y se gobierna la Iglesia. Pero como signo sacramental de esa verdad eterna y de esa gracia eterna que se da a los hombres, la jerarquía no es toda la gracia de Dios ni es toda la verdad de Dios, es un signo de que Dios quiere comunicarse con los hombres, y por eso el mundo exige a esa jerarquía la transparencia del espíritu que debe de comunicar y al mismo tiempo comprende que no puede la jerarquía agotar toda la riqueza que Dios quiere comunicar al mundo, y que la jerarquía no es más que el instrumento sacramental por donde Dios transmite su verdad y su gracia a la Iglesia.
Así también podemos decir que la Iglesia no es todo el Reino de Dios. Si la jerarquía es como el esqueleto de la Iglesia, la Iglesia misma que reclama de esa jerárquica transparencia, plenitud de Dios, comprende que ella sola no está más que como un pueblo congregado por Dios en torno de esa jerarquía; pero al servicio del Reino de Dios y del mundo entero, y que, por tanto, todo su esfuerzo como Iglesia jerárquica no puede concentrarse en una autocontemplación. La Iglesia no es un fin en sí; y mucho menos lo jerárquico, no es un fin en sí. La jerarquía para la Iglesia y la Iglesia para el mundo. Por eso, cuando muere un Papa el mundo entero, y desde luego la Iglesia entera, clava sus miradas en Roma, sabiendo que allí está el signo de este pueblo de Dios; pero que este pueblo de Dios peregrino y misionero tiene que fijarse más bien en un segundo aspecto que yo quiero traer ahora a propósito del Papa que muere.
El Papa es grande, porque Dios lo ha escogido para ser su Vicario en la tierra. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Tú eres la piedra de consistencia en la cual toma unidad y estilo la Iglesia que Yo, Cristo, construyo. No la construye el Papa ni los Obispos, no somos más que los humildes peones del gran artífice de la Iglesia. Construiré mi Iglesia y si las puertas del infierno y de la muerte no prevalecen, no es porque descanse en los hombros frágiles que apenas pueden soportar un mes la tremenda carga, sino porque ese símbolo del Papa está sostenido por lo que es vida eterna, lo inmortal., lo santo, lo divino: Cristo, Nuestro Señor. Y esto es lo que hace grande a Juan Pablo, como a los últimos Pontífices tan santos y tan cristianos: Ser cristiano y tratar de traducirse en instrumento del. cristianismo para el mundo, hablar de Cristo. Porque Juan Pablo, podía decirse de él lo que el Evangelio de San Juan dice del primer Juan cristiano: "No era él la luz, pero vino a señalar la luz". Y si Juan Pablo encendió una lámpara que iluminó toda la noche en que murió y que amaneció iluminando el día de la historia y esa luz es la luz de Cristo -la luz de Cristo, la luz de la Iglesia- es porque señaló los caminos de la verdad Iglesia. Dicen que murió con el libro de La Imitación de Cristo y que, mientras leía, la luz quedó encendida y en sus manos el librito del Kempis, La Imitación de Cristo.
Sea o no sea, lo cierto es que es un gran seguidor de Cristo y que Juan Pablo es la expresión auténtica de lo cristiano. Su humildad proverbial, que hasta la hizo la palabra lema de su escudo: 'humilitat', que lo hizo congeniar tan profundamente con los niños -porque es la humildad la que hace acariciar al niño como Juan Pablo en las audiencias solemnes- para decirle al mundo de hoy lo mismo que Cristo, que es necesario hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos.
Humildad que se expresa en la simplicidad de un pontificado que renuncia a la tiara y a la silla gestatoria, y que quiere aparecer como un hombre sencillo que recuerda la pobreza de sus orígenes. Y esta es otra nota auténtica del cristianismo, el Papa pobre, el Papa que recuerda con cariño los días en que tuvo que pasar temporadas sin zapatos, y que tuvo que saborear la pobreza verdadera en el hogar de su padre obrero y de su madre empleada de hospital.
La iglesia de los pobres no es una demagogia. Es que Cristo también quiso gozar la alegría de ser pobre; y así el Papa nos señalaba ya los caminos de una Iglesia que encuentra en la pobreza, la inspiración auténtica de Cristo que comenzó su predicación: "Bienaventurados los pobres".
Defensor de una doctrina auténtica, sin pretensiones de un inquisidor, sino de una doctrina que se capta en la vivencia misma de la Iglesia y que es garantizada por esa fidelidad con que El se profesa cristiano. También defensor y propugnador de una disciplina que no consistirá en legalismos, sino en condiciones y en amor, porque el amor es el que mueve la Iglesia.
En una palabra, hermanos, el espíritu cristiano. Y porque ese espíritu cristiano es lo que la jerarquía de la iglesia tiene que llevar al mundo, Juan Pablo es amado por toda la Iglesia porque supo ser no sólo el jerarca que manda y que dispone, sino el cristiano que se pone como ejemplar y que, como Pablo, puede decirle al mundo: ¡Sed imitadores míos así como yo lo soy de Cristo!
Y, por eso, la figura cristiana de Juan Pablo en la cumbre del Pontificado se hace característica también por esta tercera nota que yo quiero destacar: lo mariano.
Qué encantador resulta en su primera homilía -cuando está recibiendo el homenaje de reyes y de representantes de gobiernos cuando se siente el pobrecito en la cumbre de los honores de este mundo- decir que invoca a María y que, si María fue su orientación, su guía, su consuelo en los días de su niñez, en los días de su seminario, en los días de su sacerdocio y de su episcopado, la invoca con corazón de niño para que siga siendo su Madre durante su pontificado y poder proclamar con la fe de María que Cristo es Dios y que la Iglesia tiene que vivir de esa fe y cuanto más mariana lo sea, lo será más cristiana, porque nadie fue tan cristiana como María y María le enseñó al corazón del Papa ese sentido cristiano de ternura, de simpatía. María le enseñó, sin duda, esa sonrisa amplia que lo caracterizó en el mundo; porque sólo teniendo el corazón de una madre y sintiendo tan íntimamente como María la misión y la santidad de Cristo se puede ser su representante simpático en la tierra.
Por eso hermanos -y he querido traer esta nota mariana para concluir estos rasgos póstumos de Juan Pablo, porque providencialmente su presencia de cadáver y la congregación nuestra ahora ante su tumba es en el mes del Santísimo Rosario- puedo decirles con inmensa satisfacción que su único mensaje radiofónico que pudo dirigir a nuestra América Latina se refería precisamente a María. Y yo quiero recoger sus palabras, breves como su pontificado, fue un mensaje que no duró más que un poco más de un minuto y que se dirigía al Ecuador, donde se celebraba el 24 de Septiembre la clausura del Tercer Congreso Mariano Nacional. Y sólo Ecuador pudo tener la dicha, entre los países latinoamericanos, de recibir lo que ya soñábamos recibir en Puebla, el mensaje de amor del Papa para América Latina.
"Con sumo gusto -decía el Papa- queremos unir nuestra voz a la vuestra desde esta Roma dentro de la catolicidad, para tributar un homenaje de filial devoción y amor a nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María. Sabemos que estáis celebrando el Tercer Congreso Mariano Nacional bajo el lema: Ecuador por María, a Cristo.
Haced de este lema todo un programa de vida y de acción apostólica. María, la madre de Cristo, madre de la Iglesia y madre dulcísima de cada uno de nosotros, sea siempre vuestro modelo, vuestra guía, vuestro camino hacia el hermano mayor y salvador de todos: Jesús. Y sea también ella, en este momento difícil y lleno de esperanza, la estrella de la evangelización en Ecuador y en toda la América Latina."
Este fue todo el mensaje del Papa, que terminó bendiciendo a América Latina. Y podemos decir desde esta diócesis de América Latina que es la diócesis de San Salvador que con este gesto, ya en vísperas de su muerte, el corazón del Papa se unió con el corazón de América para siempre en un solo amor que caracteriza a América y caracterizó al Papa: el amor a la Santísima Virgen María.
Queridos hermanos, vivamos la lección breve pero densa, como respuesta de Dios al mundo de hoy, que nos deja Juan Pablo. Una Iglesia jerárquica, garantía de su unidad y de su consistencia, pero en servicio a un mundo; y por esto tiene que ser una Iglesia ante todo cristiana y una Iglesia que se sienta filialmente cariñosa con María la Virgen.
Quiero terminar pidiéndoles una oración muy especial por el Señor Encargado de Negocios de la Santa Sede, que ha tenido la bondad de acompañarnos a pesar de estar en este momento de tribulación -cuando le acaban de avisar que su padre está en una enfermedad muy grave, casi agónica- y ojalá que esta oración por el Papa, por la Santa Sede la que él viene a representar ahora, signifique también, pues, una súplica de nuestra Iglesia que siente como suyo el dolor de todos los cristianos, la angustia de todos sus fieles.
Queridos hermanos, adentrémonos en esta Eucaristía porque tenemos tanto que rezarle a Dios; mientras el Papa Juan Pablo ya es nuestro intercesor en el cielo. Nuestra Arquidiócesis de rodillas, enlutada junto a su cadáver, recoge con fe, con amor, con agradecimiento su breve pero densa lección. Así sea
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