Queridos hermanos:
Sean bienvenidos a la casa solariega de la diócesis. El más humilde de toda la familia escogido por Dios para ser el signo de la unidad, este obispo, les agradece cordialmente de estar dando con él, al mundo que espera la palabra de la Iglesia; la palabra de la Iglesia, que no sólo sale de los labios, sino que se proclama por toda esta significativa presencia en la única misa de este día.
Queremos con esto darle todo el valor que tiene la misa de todas nuestras parroquias, de todas nuestras capellanías, el valor que tiene la misa cuando una familia doliente la pide para su deudo, que va ser enterrado o para darle gracias a Dios por el cumplimiento de 15 años de una jovencita o para bendecir el matrimonio de dos que se aman hasta la muerte. La misa está recuperando en este momento todo su valor; porque quizá, por multiplicarla tanto, la estamos considerando simplemente, muchas veces, como un adorno y no con la grandeza que en este momento está recobrando.
Yo creo que desde aquí los que están participando en esta misa única, sentirán que es la misa. El hecho es, hermanos, y sean bienvenidos, también, aquellos que no tienen la fe en la misa y están aquí. Sabemos de muchas personas que están aquí sin creer en la misa pero que buscan algo que la Iglesia está ofreciendo; y la Iglesia se alegra de poder ofrecer ese algo que la humanidad busca sin saber que lo tiene tan cerca, en cada misa que se celebra. En cada misa que se celebra hay un doble banquete: El banquete de la Palabra que evangeliza y el banquete de la Eucaristía, Pan de Vida que alimenta al hombre. No es otra cosa lo que estamos haciendo ahora en esta Iglesia peregrina, vestida de morado, de penitencia, hacia la Pascua, hacia el Cristo que resucita porque ha muerto por nosotros. La misa es Cristo. Lo que buscan aquellos que no creen en la misa, oíganlo de una vez, lo que han encontrado hoy es a Cristo.
Yo quisiera comparar esta muchedumbre con la primera lectura de hoy. Es el pueblo que va de la esclavitud de Egipto y canta la Pascua al llegar a la tierra prometida. Y eso es la misa, un encuentro con la tierra prometida, una respiración de esperanza y, mejor todavía, con el hijo pródigo del Evangelio que se acaba de proclamar. El hijo pródigo es cada uno de nosotros, es el pueblo, es el que va buscando muchas veces liberaciones falsas, es el que va buscando la felicidad porque Dios nos ha creado para la dicha, para la felicidad, y al no encontrarla, se sale de la casa del padre como el hijo insensato a buscarla en el mundo, viviendo en la opulencia, en la vanidad, en el desórden, en el libertinaje, y no encuentra más que el vacío. Qué bella figura del hombre buscando felicidad fuera de Dios; buscando un trabajo, no encontró más que ser el guardián de cerdos. Así hay muchos hombres, como cuidadores de cerdos, adoradores de falsos ídolos, hombres que no encuentran la llenura de su corazón con las cosas de la tierra.
Ojalá esta misa en la que se ha proclamado el Evangelio de esta Cuaresma, el hijo pródigo haga pensar a tantos, tal vez al venir a esta misa única atraídos por algo llamativo: "No encontramos en el mundo la felicidad. Vamos a ver si en esa misa, si en esa Iglesia, se nos ofrece algo que de veras responda a esta ansia de felicidad". Y les decimos, hermanos, que si ustedes tienen fe, aquí encuentran la respuesta. La misa es Cristo que evangeliza; la misa es Cristo que dá su cuerpo y su sangre para la vida del mundo. Estas dos cosas son la misa. Estamos en la primera parte precisamente, la Palabra de Dios, llamando a los hombres para que comprendan que en su Palabra está únicamente la solución de todos los problemas: políticos, económicos, sociales, que no se van a arreglar con ideologías humanas, con utopías de la tierra, con marxismos sin horizontes, con ateísmos que prescinden de la única fuerza. La única fuerza que puede salvar es Jesús, que nos habla de la verdadera liberación.
Y quiero recordar aquí con agradecimiento, cuando el Papa actual, Pablo VI, hace dos años, a los obispos que nos reuníamos en Roma, todos de Latinoamérica, nos decía: "Queridos hermanos obispos de Latinoamérica, ustedes andan buscando con inquietud el lenguaje para evangelizar ese continente tan admirable, ese continente tan lleno de esperanza; y el Evangelio de Cristo es la respuesta". Y el Papa decía que esa inquietud por buscar el lenguaje que la gente entienda para llevarle el mensaje de Jesús y esas dimensiones nuevas que el Evangelio está encontrando, porque son irradiaciones que iluminan la actividad del hombre en la tierra, decía el Papa estas palabras: "Que no sea frenada esa inquietud de evangelizar al hombre con sus inquietudes de hoy, que no sea frenada por aquellos que han perdido la sensibilidad de los problemas actuales del mundo y que tampoco sea aprovechada por aquellos que quieren introducir, en el Evangelio de Cristo, otras soluciones que no son las cristianas". Aquí tenemos el sano equilibrio de la evangelización. Que nadie nos frene en este lenguaje que la Iglesia habla, para decirle a los hombres que hay una esperanza en la Iglesia; pero que nadie abuse, también, de nuestro lenguaje, queriendo justificar con el Evangelio otras doctrinas que no son las de Cristo.
En este equilibrio estamos ahora, queridos hermanos, y yo quiero agradecer aquí en público, ante la faz de la Arquidiócesis, la unidad que hoy apiña en torno del único Evangelio, a todos estos queridos sacerdotes. Muchos de ellos corren el peligro, hasta la máxima inmolación del Padre Grande... (aplausos)... Gracias, y ese aplauso ratifica la alegría profunda que mi corazón siente al tomar posesión de la Arquidiócesis y sentir que mi propia debilidad, mis propias incapacidades, encuentran su complemento, su fuerza, su valentía, en un presbiterio unido. Queridos sacerdotes, permanezcamos unidos en la verdad auténtica del Evangelio, que es la manera de decir, como Cristo, el humilde sucesor y representante suyo aquí en la Arquidiócesis: El que toca a uno de mis sacerdotes, a mí me toca... (aplausos).
Estén seguros, hermanos, que la línea evangélica que la Arquidiócesis ha emprendido es auténtica y a todos aquellos que con los queridos sacerdotes colaboran, religiosas y laicos, estén firmes en su puesto, mientras estén en comunión con su obispo. Y Esto es el significado de hoy, una autorización del obispo, maestro auténtico de la fe, para que todos aquellos que están en comunión con él, sepan que predican una doctrina que está en comunión con el Papa y por tanto, verdadera doctrina de nuestro Señor Jesucristo. ... (aplausos).
Queridos hermanos, pero porque estamos siguiendo las verdaderas orientaciones del Papa, Vicario de Cristo, les decimos con el último documento, carta magna de la evangelización, que la evangelización no queda completa, así como esta misa no quedaría completa si terminara aquí únicamente con la palabra; que la evangelización termina cuando se celebra el sacramento de la Iglesia, cuando la Iglesia se siente como un signo de Cristo presente, obediente a la jerarquía y también con unos signos concretos que son los sacramentos. En este momento entramos en la segunda parte de la misa, donde Cristo se hace alimento, donde Cristo se hace hostia, donde Cristo repite su inmolación del Jueves Santo en la noche: "Tomad y comed; esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros". Una evangelización que solamente fuera palabra sin sacramentos, no construiría la verdadera Iglesia. Una Evangelización que sólo fuera Biblia y palabra, perdonen, queridos hermanos separados, nuestra doctrina católica quedaría mutilada, como ha quedado cuando se prescinde de los sacramentos.
Nosotros sacerdotes predicamos la palabra y la damos hecha vida en la comunión: Signo precioso, aquí los sacerdotes rodeando el altar con los copones listos para ser consagrados en el cuerpo del Señor y repartirlo luego al pueblo como alimento de vida. Los bautismos, los otros sacramentos, el matrimonio, son los signos de un Cristo que santifica la vida. Y esto es lo que hace la Iglesia.
Por eso, hermanos, los sacerdotes tienen esa potestad recibida de Cristo, pero en comunión con el obispo. Y es un gesto precioso esta concelebración, el saber que los sacerdotes consideran al obispo como el centro de su liturgia, como el centro de su vida sacramental. Ellos son el cauce, junto con el obispo, para llevar la Palabra de Cristo y la vida de Cristo a ese pueblo que está esperándonos. Y hemos querido dar también el testimonio de los pueblos sin misa, para que se comprenda lo que significa la persecución a un sacerdote. ¿Qué sería el día en que este pequeño grupo de sacerdotes nos fuera quitado de la mano? ¿Cómo quedarían los pueblos sin misa, las parroquias sin bautismos? Hermanos, creo que todos han comprendido el lenguaje de esta única misa. No tiene nada de demagogia. No está siendo utilizada por partido político. No está proclamando una protesta a lo humano. Simplemente está diciendo lo que significa la misa, sea que la celebre el Papa en el Vaticano o el obispo en su catedral o el humilde párroco en la más humilde de las aldeas de la diócesis.
Y esto queremos decirles a todos, que sepan estimar la misa porque en la misa podrán encontrar... (aplausos)... Queridos hermanos, comencé dándoles la bienvenida, ahora me alegro de haberles explicado con palabra humilde lo que significa una misa. Y ojalá que aquellos que no tenían fe en ella sean de aquí en adelante seguidores de este Cristo que se hace presente en la misa de cada domingo, en la misa de cada circunstancia humana. Muchas gracias por ayudarnos a dar este signo que la Iglesia quería dar... (aplausos).
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