He tenido el honor y el gusto de acompañar la procesión del Santo Entierro. Ha sido una muchedumbre innumerable la que, saliendo de El Calvario, hizo el recorrido, pasando luego frente a la Catedral y luego encaminándose hacia El Calvario. He querido venir a visitar a sus propios estudios, a estos nobles trabajadores de YSAX, a quienes debemos esa fecundidad del mensaje de la Semana Santa que ustedes, estimados radioyentes, han estado sintonizando, y sin duda pidiéndolo muy adentro del corazón. Yo también he participado muchas veces en este mensaje de Semana Santa; y he recibido impresiones de todas partes, del fervor con que en nuestra Arquidiócesis y en toda la república, se está celebrando este solemne triduo pascual. Así se llama, porque es la Pascua de los cristianos, desde la Cena del Señor en que nos dejó el memorial de su pasión, de su muerte y de su resurrección, hasta el Sábado Santo por la noche, con la solemne Vigilia Pascual. De tal manera, que el Santo Entierro no es más que un episodio, muy solemne ciertamente, y nuestro pueblo le dá toda su importancia, pero no es toda la Semana Santa. El Santo Entierro en San Salvador es una procesión de lo más hermosa y termina en El Calvario. Allí, El Calvario, es durante todo el Sábado Santo, el santo sepulcro.
Sería bueno que visitáramos ese lugar sagrado, El Calvario, así como en cada parroquia, en cada pueblo, en cada ermita, les invito, queridos Radioyentes católicos, a vivir el Sábado Santo como quiere la Iglesia que lo vivamos. No es un día de paseo, no es propiamente sábado de gloria. En la nueva liturgia, que ha recobrado todo el sentido de la verdadera celebración Pascual, el sábado es un día todavía de luto, es un día de silencio junto a la tumba del Señor. Es la expectativa de la esposa viuda, Iglesia; la Iglesia que espera la resurrección del Señor, la Iglesia que junto a la Virgen de la Soledad está esperando con serena tristeza, después de la muerte trágica de su esposo, la resurrección del Señor. María y la Iglesia somos todos nosotros junto al sepulcro del Señor, esperando la hora solemne de la Pascua.
Después del Santo Entierro, esta es la situación, la actuación, la psicología, la fe, la esperanza de la Iglesia. Por eso les invito, pues, desde los propios estudios de YSAX, a compartir estos sentimientos de tristeza serena, de esperanza en la gloria del Señor después de su trágica muerte que fue para bien del mundo, que fue voluntaria, porque Él lo había dicho: "Yo entrego mi vida y la tomo". Esperando ese momento en que tomará de nuevo su vida, vivamos este Sábado Santo, en esa santa expectativa de la resurrección del Señor.
Un pensamiento muy propio después que Cristo muere en la cruz y es llevado al santo sepulcro, y junto al sepulcro nos quedamos consternados de todo lo que ha pasado, es el pensamiento que el credo expresa con estas palabras: "Descendió a los infiernos". Hay en esta frase toda una teología de lo que sucedió en estas horas, cuando el alma de Cristo se separa de su cuerpo mientras su cuerpo yerto es llevado al Sepulcro. ¿Qué fue de aquella alma bendita? ¿Si el alma de los hombres que mueren va a Dios, a dónde fue el alma de Cristo?
Nuestro credo nos dice: "Descendió a los infiernos". Entendiéndose por infierno, aquellos lugares misteriosos donde esperaban los santos, la gente buena del Antiguo Testamento, desde Adán hasta los que murieron en tiempo de Cristo: Juan Bautista, San José. Allí había un pueblo que, para ellos, el Viernes Santo por la tarde y el Sábado Santo fue como un verdadero Domingo de Ramos. Se alegraron los espíritus, llegaba la redención, se abrían los cielos. Con Cristo, que resucitaría en la noche del Sábado Santo, iban a surgir también de este limbo, de este lugar de felicidad ciertamente; pero no todavía la gloria, todo lo bueno y santo que la humanidad había producido hasta los tiempos de Cristo.
Todos los hombres encuentran su salvación en Cristo, hasta los que vivieron antes de El, y por eso El es redentor también del Antiguo Testamento. Cuando el credo asegura que Cristo "descendió a los infiernos", nos quiere decir que en estas horas de la separación de su alma y de su cuerpo, su alma va a unirse con las almas de todos los que esperaban. Imaginemos qué alegría la de Adán, la de Eva, la de los patriarcas, la de los profetas, la de los santos que esperaron al Señor. Si para nosotros es toda una alegría el sentirnos redimidos por Cristo, mucho más grande tuvo que ser aquella hora del encuentro de las almas con Cristo.
Este pensamiento puede ocupar la mente de todos los católicos junto a la tumba del Señor en el Sábado Santo y acompañar en espíritu a Jesucristo, en ese encuentro que se debió clamar también como en Jerusalén el Domingo de Ramos: "Bendito el que viene en el nombre del Señor". Toda esa procesión de almas redimidas por Cristo, van a acompañarlo como una hermosa procesión hacia el sepulcro donde su cuerpo yace inerte. Y cuando el alma de Cristo vuelva a introducirse en aquel cadáver y va a operarse la resurrección, y Cristo completará su paso de la muerte a la vida, no va solo, va con su cortejo de redimidos que inician la gran procesión de los redimidos del Nuevo Testamento.
Allí estamos ya nosotros en la esperanza de nuestra propia salvación. Y un día, todos los hombres, desde Adán hasta el último hombre de la historia, formaremos el cortejo de la redención de Cristo como lo vio el Apocalipsis en aquellas muchedumbres que no se podían contar y que cantaban: "Gloria y honor, poder y alabanza al Cordero que fue degollado y que murió para redimirnos". Esta alegría la viviremos, hermanos, si somos fieles a esa redención que Cristo nos trajo.
He aquí, pues, los grandes pensamientos del Viernes Santo por la noche y del Sábado Santo, hasta que llegue la hora en que la bendición del fuego nuevo nos esté anunciando que ya llega la hora de la resurrección del Señor. Vamos a celebrarla en nuestra Catedral el Sábado Santo a las 8 y media de la noche. Será la solemne Vigilia Pascual, que se iniciará con la bendición del fuego nuevo. Esperamos organizar una bonita fogata de donde sacaremos el fuego para encender el cirio e iniciar la procesión de Cristo resucitado, simbolizado en el cirio, que encenderá las velas de todos los que vamos a participar. Por eso les invitamos a que cada uno lleve su propia vela para que participemos en esta luminaria de Cristo, que en la mitad de la noche ilumina como un día las esperanzas de todos los que en El creemos.
Y seguirá las lecturas de episodios bíblicos que se referían a esta noche santa y a nuestro bautismo; porque vamos a renovar también nuestros compromisos bautismales, y celebraremos así, redimidos, bautizados, en gracia de Dios, en nuestra propia vida, la resurrección del Señor. Pasemos este Sábado Santo que ya se inicia, hasta la hora de la Vigilia Pascual, en esta preparación espiritual para participar íntimamente con la alegría de Cristo resucitado.
Puede ayudarnos también este otro pensamiento: Durante la Cuaresma, los catecúmenos, o sea los que se estaban preparando para el bautismo, recibían su preparación próxima y era precisamente el Sábado Santo por la noche cuando iban a ser bautizados. El Concilio Vaticano II, recordando esta historia de los catecúmenos y del bautismo del Sábado Santo en la noche, de la Cuaresma que los preparaba, nos invita a que la Cuaresma nos prepare para renovar nuestro bautismo. Gracias a Dios ya somos bautizados; pero, ¿cuántos bautizados necesitarán un buen catecumenado que les hiciera pensar en la grandeza, en la responsabilidad, en lo que significa, ese acto del bautismo? Los que se iban a bautizar el Sábado Santo por la noche comprendían, mejor que muchos de los católicos de hoy, el inmenso honor que significa morir y resucitar con Cristo. Esto es el bautismo.
Por eso los antiguos bautisterios eran como en forma de una tumba a donde bajaban, uno a uno, los que formaban la procesión de los catecúmenos, como para sepultarse; y allí el pontífice los bautizaba y los confirmaba, y salían como quien sale de un sepulcro, vestidos de blanco, representación preciosa de Cristo que sale resucitado de la tumba; y se iba formando aquella bella procesión de túnicas blancas con la vela del bautismo encendida en sus manos. Eran los neófitos, eran los bautizados que se encaminaban luego en procesión cantando las alegrías de la redención para celebrar la solemne Pascua, su primera comunión. Y vestidos de blanco pasaban toda la semana pascual afianzando sus compromisos bautismales mientras visitaban las tumbas de los mártires, de aquellos hombres y mujeres que supieron vivir hasta la muerte sus compromisos del bautismo.
¿Por qué no aprovechamos, queridos radioyentes, queridos católicos, el Sábado Santo para hacer una revisión sincera de cómo estamos viviendo nuestros compromisos del bautismo? ¿Cuáles son esos compromisos? Todavía se pronuncian frente a los niños que se bautizan, pero muchas veces sin darnos cuenta de lo serio que es decir: ¿Renuncias a Satanás, a sus pompas, a sus seducciones? Sí renuncio. ¿Crees en Dios Padre, en Cristo, en el Espíritu? Sí, creemos. Ese renunciar a lo que se opone a Dios y ese consagrarse por el credo a Dios, eso es el bautismo.
Qué bueno fuera en la Vigilia Pascual del Sábado Santo en la noche, que todos lleváramos, en el arrepentimiento de no haber sido fieles a nuestro bautismo y en el propósito firme de vivir ese bautismo con más intensidad, la mejor participación a la fiesta de Cristo resucitado. No hay mejor felicitación para nuestro Divino Redentor que estampar muy hondo en nuestra alma su muerte y su resurrección. Eso es el bautismo, participar en la muerte de Cristo para morir a todo lo malo de la vida, para desterrar de nosotros todo egoísmo, toda injusticia, todo odio, toda violencia, todo lo malo, todo lo diabólico, toda la perversidad que lleva nuestra naturaleza; y por otra parte, resucitar a una vida nueva, vida de santidad, de sencillez, de humildad, de castidad, de todas esas virtudes que forman el cortejo de las almas santas. Todo bautizado tenía que ser un santo. Esta es la noche del sábado, la que nos invita nuevamente a un propósito de santidad para ser fieles, coherentes con nuestro bautismo.
He aquí, pues, que mientras estamos junto a la tumba de Cristo, en espera de su resurrección, estamos revisando nuestra vida, nuestros compromisos con El. No queremos ser Judas, no queremos ser apóstoles cobardes; queremos ser fieles de aquí en adelante. La hora lo exige. No son momentos éstos para vivir un catolicismo dormido, no son momentos éstos para acomodar un cristianismo a nuestro modo de pensar, a nuestro capricho. Es necesaria la hora en que Cristo dijo: "El que no está conmigo, contra mí está. El que no recoge conmigo, desparrama". Es la hora de la integridad, es la hora de la entrega. Junto a Cristo, que muere y está sepultado, este recuerdo, esta vivencia, tiene que florecer en nosotros en el propósito de un catolicismo íntegro que sea fiel hasta sus últimas consecuencias. Esta es otra reflexión muy fecunda junto a la tumba del Señor, mientras esperamos la hora de su resurrección.
Hemos querido transmitirles este mensaje que puede llenar el pensamiento de estas horas solemnes en que muchos cristianos no saben que hacer y piensan que el Sábado Santo ya fue el fin de la Semana Santa. Es una expectativa y vamos a vivirla hasta la hora en que la Iglesia nos dice que sí, ya es la hora de la gloria, de la alegría, la hora solemne en que vamos a asistir a la resurrección de nuestro Señor. Queremos participarles que esta solemne Vigilia Pascual tendrá lugar a las 8 y media en al Catedral, pero que los que no puedan venir a la Catedral averigüen, en sus parroquias -las horas son según los párrocos crean más conveniente, en algunas hasta la media noche, pero nunca se pueden celebrar antes de la puesta del sol- vean en sus parroquias a que hora es la Vigilia Pascual y participen. Y si este mensaje está llegando también hasta los que pasean, los que no han vivido la Semana Santa litúrgica, les invitamos a que siquiera se acerquen a este acto, el más solemne de la Semana Santa. A quienes sólo asistieron a la Procesión del Silencio o del Santo Entierro y se fueron luego a sus paseos, les decimos que vuelvan siquiera un momentito a la solemne Vigilia Pascual, que en la Catedral va a ser a las 8 y media de la noche, invitándoles a que todos traigan una vela para que a la hora de la bendición del fuego nuevo participen, también, con este gesto que expresa que esa luz de Cristo se ha hecho muy nuestra, como esa vela que es muy nuestra para llevarla después a nuestra casa. Ella será la que iluminará la hora de nuestra aflicción, tal vez de nuestra agonía, de nuestra muerte, como aquella que nos entregaron en el bautismo con las palabras de que la lleváramos encendida como signo de fe hasta el encuentro con el Señor.
Sería bonito ver que al terminar la Vigilia Pascual, por todas las calles de San Salvador y de los pueblos y de los cantones, esas luces en las manos de los fieles, iluminan una esperanza en los caminos de la patria: la esperanza de Cristo, la única esperanza que nos puede salvar.
Entonces, queridos radioyentes, el sábado en la noche, a las 8 y media, nos veremos en la Catedral y quiero tener el gusto allí de decirles a todos a esa hora: Feliz Pascua. Acostumbrémonos a este saludo también, cristianicemos lo más bello que sea esta noche, una noche mucho más alegre que la de Navidad porque Cristo nace no para morir, sino para que la muerte no lo domine más. La resurrección de Cristo, la noche pascual, la más grande de la historia, es la que vamos a vivir, la que está ya frente a nosotros, el Sábado Santo.
Mientras llega esa hora, queridos radioyentes, ustedes y yo, elevemos muchas plegarias. Bendito sea Dios, ha sido una Semana Santa muy fervorosa; de muchas partes me han llegado informes muy consoladores, asistencia que se duplica, comuniones interminables, los confesores no han dado abasto a tanta petición de penitencia. Cómo de veras ha florecido el catolicismo en nuestras parroquias, cómo lo estamos pidiendo una hora pascual. Por mi parte quiero avisarles también que estoy preparando para la próxima semana, una carta pastoral que llevará ese título: La Iglesia de la Pascua. Es nuestra Iglesia que florece en la resurrección de Cristo; así como ha sufrido en su cruz, en su cuaresma, una cuaresma y una cruz de la cual deriva la serena alegría, la fecunda alegría de una Iglesia que ofrece la esperanza verdadera a los hombres. Oremos mucho; la oración será nuestra fuerza. Dios está con nosotros, Dios nos prueba y sabe que la prueba es fecunda, que el dolor de la cruz florece en pascuas de resurrección.
Queridos radioyentes, desde los estudios de YSAX, esta voz de la Iglesia, ha hablado para ustedes, su humilde servidor y amigo, el Arzobispo de San Salvador.
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