Queridos Hermanos:
Nuestra fe descubre en esta reunión tan solemne que el protagonista, el personaje central de esta reunión, es Cristo nuestro Señor.
Yo les invito a levantar hacia El nuestra mirada, porque sólo El puede pronunciar una palabra de Dios que se necesita en este instante; sólo con una fe muy grande en que la Iglesia no dice palabras de la tierra, sino palabras del cielo, prolonga el mensaje de Cristo a los hombres, se puede entender su lenguaje, que es el lenguaje eterno de Cristo en un eterno diálogo con los hombres, los hombres que ven el absurdo, que no encuentran explicación de las cosas, como Marta, que le dice a Jesús, casi reprochándole: "¡Si hubieras estado aquí no hubiera muerto!". Y Jesús, que la calma con la serenidad de quien tiene en sus manos lo eterno, los corazones, la vida, para decirle: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá".
¡Qué grande es la palabra que Cristo tiene que decir en este instante! Grande por el dolor que supone esta muerte de nuestro querido Canciller, el Ingeniero Mauricio Borgonovo Pohl, que en paz descanse.
Grande es la palabra que Cristo tiene que decir, porque es grande el crimen y la violencia que significa este cadáver aquí. Grande tiene que ser la palabra, porque ningún hombre, ningún poder, ningún hermano, puede decir ahora la palabra de concordia, de amor, que el pueblo salvadoreño necesita en este instante.
Grande de veras tiene que ser esta palabra por el dolor. Comprendemos querida doña Sarita (y en ella sentimos a toda la familia), porque hemos estado muy cerca de ustedes. Y para la Iglesia es una satisfacción haber compartido el dolor, esta agonía sangrienta, terrible. Difícilmente se encuentra a alguien que haya muerto con una agonía que es expectativa de todo un pueblo. ¡Qué dolor!
Comprendemos esta angustia, y solamente Cristo puede decir una adecuada palabra de consuelo. Gracias a Dios que ese Cristo vive en su Iglesia; aunque se tergiversen sus intenciones, la Iglesia es Cristo, que continúa consolando, que sigue llevando el consuelo al dolor. La Iglesia, que no tiene otra palabra más que la de Cristo, puede decir esa palabra, porque ella es inmortal; compuesta por hombres frágiles, pero lleva el espíritu de Cristo. !Cuánta esperanza despierta esta palabra eterna!, esperanza del cielo que invita a la querida familia Borgonovo Pohl y a todos cuantos sentimos en lo íntimo este dolor a elevar el corazón hacia esa meta suprema donde Mauricio vive, donde, junto a Cristo resucitado, saliendo de ese escondrijo donde ha estado, no sabemos dónde, percibe que hubo mil corazones con él, que hubo angustias de muchas almas; y el consuelo en su cielo deriva en un torrente de luz y de consuelo para la familia que oye esta palabra de vida eterna.
Y esta esperanza no es alienación, como dice el comunismo. Nuestra religión predicando la esperanza, no aliena al hombre; la iglesia, no es comunista, sino que es esperanza de Dios, esperanza de vida eterna; predica a los hombres lo que es la esperanza, la alegría de lo que esperamos, y les dice a los hombres que vale la pena luchar, ser honrado, morir aunque sea víctima de estos atentados tan crueles, pero se tiene la satisfacción de haber servido con honor a la familia, a la patria, a la humanidad.
Dios no se deja vencer en generosidad; la recompensa de Mauricio será grande y para la familia este consuelo tiene que ser también muy grande.
Decía también que sólo Cristo puede decir la palabra dura, la palabra grande ante el crimen. La Iglesia, que continúa la lección de Cristo, rechaza la violencia. Lo ha repetido mil veces, y ninguno de sus ministros predica la violencia. La Iglesia predica como Cristo, "El que a espada mata, a espada muere"; la Iglesia continúa la voz de la Biblia: "La sangre de tu hermano clama"; Dios nuestro Señor reclama contra la injusticia, contra el crimen, contra la violencia, y gracias a Dios la Iglesia ha estado muy decidida también, en esta situación de nuestro querido Ingeniero.
Ha estado con el que sufre, ha rechazado la violencia y en este momento frente al cadáver de nuestro querido canciller también vuelve a repetir: "La violencia no es cristiana, la violencia no es humana... nada violento puede durar". Y ha dicho también que el hombre es, ante todo, la vida, los sentimientos humanos, "que no es el hombre para la ley, sino la ley para el hombre". Que es necesario considerarlo así, humanamente, cristianamente, y sólo cuando se olvidan estos considerandos, se puede llegar a ese crimen horrendo de matar al hombre, por las motivaciones que sean. El mandamiento "NO MATARAS" siempre está gritando desde Dios al corazón del hombre.
No pueden seguir viviendo tranquilos los que llevan la violencia a estos extremos horribles.
Finalmente, queridos hermanos, y esto quisiera que fuera la voz más grande en este momento: un llamamiento a la concordia. Sólo Cristo puede decir en este instante a nuestra patria: "Amaos los unos a los otros". Sólo Cristo viviendo en su Iglesia puede decir: "La fuerza del cristiano es el amor, la fuerza del cristiano no es el odio, la venganza, el resentimiento". Lejos pues, de nosotros, queridos hermanos, esa ola que muchos esperan, de crímenes, de venganzas. ¡De ninguna manera! No es contestando violentamente a la violencia como se va a arreglar la paz del mundo. Es como dice San Pablo mejor: "No devolváis mal por mal, ahogad el mal con el bien", una ola de bondad, una ola de amor, un ambiente de comprensión.
Querido Mauricio, tu cielo, después de un purgatorio tan horrible, sea éste: pide a nuestro Señor, a Dios que es amor, que haga llover su amor sobre todos tus paisanos, sobre todos los salvadoreños, que sepamos perdonar, que sepamos dejar la venganza al único que puede vengar, Dios nuestro Señor, y que todos nos dediquemos a construir esta patria que se agrieta. Y todos desde una Iglesia que lleva un mensaje de amor, sepamos dar al mundo la solidez que el mundo necesita.
Queridos hermanos: que esta oración por nuestro querido Ingeniero Borgonovo Pohl, oración necesaria porque toda alma que emigra a la eternidad, no sabemos el misterio de sus culpas, de los perdones que necesita de la misericordia de Dios; pero estamos seguros que Dios contempla este espectáculo de oración, de sufrimiento, y ojalá también de corazones dispuestos a la bondad.
Y esta oración no sea solamente por el eterno descanso de nuestro querido amigo, sea también una oración muy fructuosa sobre nuestra patria, que se una a Mauricio que desde el cielo nos contempla. ¡Qué hermoso sería el mundo si todos nos amáramos unos a otros! ¡Si no hubiera la violencia de la que él fue víctima, si comprendiéramos mejor la relaciones humanas! Una oración que nos haga sentirnos más hermanos, una oración que sea descanso para él; no le perturbemos su descanso. Odiándonos podemos estorbar su descanso, amándonos podemos apresurar su cielo. No sabemos ese misterio del más allá, pero está en relación con el más acá: en la medida en que aquí el mundo se hace antesala del cielo por el amor, por la compresión, por la esperanza, por la fe, también ese cielo se abre a la felicidad, a la recompensa. Hay una mutua relación.
Hermanos, que nuestra tierra después de ver este crimen se convierta en una antesala del perdón de Dios nuestro Señor.
Vamos a celebrar nuestra Eucaristía. Que esta palabra divina, no porque la pronuncie una persona humana, que no es más que el instrumento burdo de la palabra eterna de Dios, encuentre eco en vuestros corazones, y unida ya al Creador que se hace presente en la eucaristía, en el cuerpo y la sangre que se entrega por vosotros, sea una oración que nos haga sentirnos más hermanos, y que a Mauricio le dé el eterno descanso y a su familia el consuelo cristiano.
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