... pequeñez que se confía en Él. Comencemos por reconocer con sinceridad, todas aquellas cosas que nos apartan de Dios. Que ese sentido de peregrinación, todos los que estamos en esta reflexión, católicos, somos un pueblo peregrino, y a lo largo del año litúrgico la Iglesia va marcando con luces de fe este itinerario. Cada domingo es un paso más en este caminar hacia el encuentro del Señor. Y el misterio de Cristo se va desplegando a lo largo del año, desde las expectativas navideñas, hasta la culminación de la cruz y de la Pascua. Y desde la Pascua sigue la peregrinación llena de alegría, pero de una alegría que brota de una cruz; y por tanto dolor y gozo son la característica de esta Iglesia de la Pascua, de esta Iglesia peregrina.
Terminábamos así, el domingo recién pasado, como una clausura solemne de la Pascua, con Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Ocho días después, la peregrinación se detiene como para hacer un resumen de todo este recorrido y tenemos ante nuestros ojos el origen y la meta de esta peregrinación. Venimos de Dios y caminamos hacia Dios. Es el domingo de la Santísima Trinidad. Domingo muy importante, porque viene a decirnos la razón de nuestra esperanza, la explicación de esta alegría íntima que lleva el peregrino de la tierra, sabiendo que viene de Dios, que ha nacido del amor y que camina en la esperanza de un Dios inmutable, eterno, que nos espera con sus brazos abiertos. Es hermoso que esta mañana, pues, nos detengamos a contemplar a la luz de las bellísimas lecturas que acaban de escuchar.
La primera lectura nos da una respuesta filosófica, metafísica, que tal vez no nos impresiona tanto, como no impresionaba ya esa explicación metafísica de Dios, y el Concilio llega a decir que este fenómeno del ateísmo moderno -que haya tanta gente que haya olvidado a Dios- es porque nosotros que creemos en Él, no lo hemos sabido presentar. Y mucho más grave, si no hemos sabido vivir de acuerdo con esa fe.
Leía esta semana una frase tremenda cuando dice: "El mundo y los hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios sin mundo y sin hombres". Esto es terrible. Tal vez creemos en un Dios aislado de nosotros, en un Dios casi como que se desentiende de nuestras angustias y de nuestra tribulación. Pero, gracias a Dios, Cristo y toda la literatura del Nuevo Testamento y también la del Viejo Testamento, recobra en nuestros días una presentación de un Dios que vive con nosotros, un Dios vivencial; un Dios, diríamos, funcional; un Dios como decía el Viejo Testamento, el Dios de Abraham, el Dios de Jacob, el Dios de Isaac, el Dios de nuestros padres, o como escribe San Pablo, el Dios de nuestro Señor Jesucristo.
Así se hace más interesante esta figura divina. Es un Dios que va con nuestra historia. Es un Dios que se manifiesta en la zarza ardiente que vio Moisés: "Soy el que soy". El texto es difícil y quizás de los que más han estudiado los exegetas cristianos. "Soy el que soy" se puede entender en este sentido metafísico, la esencia misma de Dios, su ser que no puede dejar de ser. Pero es mucho más simpático presentarlo como el Dios de la revelación; el Dios que no es el producto de mis pensamientos; el Dios que no es como la corona de mis esfuerzos por descubrirlo, sino un Dios que me sale al encuentro, un Dios que se revela. Un Dios que me dice en Moisés: soy el que soy, el que estoy contigo, el que está con tu pueblo, el que en esta hora en que se oyen los lamentos de un pueblo atribulado, esclavo de los capataces del Faraón, está oyendo esos gemidos y quiere valerse de ti para liberarlo. Un Dios que se preocupa de la esclavitud de los hombres para hacerlos libres. Un Dios que vive con los pueblos subdesarrollados para que se desarrollen en la verdadera imagen que él quiso hacer de cada rostro humano. Un Dios que se preocupa de nosotros: Así nos presenta y es nuestra reflexión de esta mañana: desde la Iglesia, sentirnos nosotros precisamente como Iglesia, una comunión con Dios.
Este es el mensaje que yo quisiera grabar en vuestros corazones esta mañana: La Iglesia es una comunión de los hombres con Dios. Es el primer nivel de esta comunión, de allí descenderá naturalmente un segundo nivel: La Iglesia es la comunión de esos hijos de Dios marcados por el bautismo, unidos en Cristo, el Hijo de Dios. Y en tercer nivel: la Iglesia en comunión con el mundo entero, con la creación. Y ésta es la grandeza de nuestro pueblo cristiano. Cómo quisiéramos, hermanos, en esta hora y siempre, quiero repetir una vez más que nuestro trabajo en la Iglesia no es el producto de unas circunstancias; es la convicción de que un pastor de la Iglesia, unos sacerdotes de la Iglesia, unos cristianos que sienten con la Iglesia, tienen que identificarse cada vez más con su razón de ser. Haya o no haya persecución, construyamos nuestra Iglesia en la convicción de que la Iglesia es una comunión de todos los hombres para acercarnos a Dios.
Así comienza su primer documento magistral el Concilio Vaticano II sobre la Iglesia: "La Iglesia es en el mundo el sacramento", es decir, la señal y el instrumento para unir íntimamente a los hombres con Dios y unir a todos los hombres entre sí". Para eso está la Iglesia, ésta es su primera razón de ser.
En este primer nivel, pues, de la comunión Iglesia, encontramos a un Dios que se hace presente en esta Iglesia. Les recomiendo mucho leer ese primer capítulo de la Constitución de la Iglesia, donde nos presenta a la Iglesia como un misterio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Resulta que Dios no es un ser aislado, solitario. Cristo nos ha revelado que Dios es comunión, que Dios es tres personas con esa capacidad que debía tener toda persona creada a su imagen, una apertura para recibir al otro y para darse al otro. El Padre es como el yo inicial. El Hijo es como él tú, con quien se entabla una corriente de amor tan intensa, que resulta un nosotros, la comunidad en un amor indestructible, el Espíritu de amor: el Espíritu Santo. Ese nosotros que se pronuncia en la Santísima Trinidad, capacidad de darse y de recibirse mutuamente, construye en la tierra la comunidad Iglesia.
Pero en primer lugar es un Dios que se da a esta comunidad que lo ha encontrado en Cristo. Cristo es el hombre en el cual Dios se hace visible. Cristo es como la zarza que vio Moisés iluminada de Dios. "Vimos su gloria como de unigénito del Padre", decían los apóstoles, "y os revelamos esa vida que él nos trajo, para que también ustedes entren en comunión con nosotros y con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo".
De Dios deriva la vida de la Iglesia. De la verdad divina deriva su predicación en la tierra. De su vida eterna deriva el perdón que se da a los pecadores arrepentidos, la santidad de las almas que crecen hasta las alturas de la contemplación. De Dios deriva toda su fuerza, toda su razón de ser. Esta es la relación más grande y más íntima de la Iglesia, una relación con Dios. De allá deriva toda su misión y toda su razón de ser. Por eso la Iglesia canta el día en que los magos van a adorar al niño Jesús, y Herodes -gobierno de la tierra- tiene evidencia de un nuevo rey que ha nacido. La Iglesia le dice: "No tengas miedo, Herodes. No viene a quitar poderes temporales. El que viene a dar reinos celestiales". Sería bueno recordarlo en nuestros días también, cuando se tergiversa la misión de la Iglesia como una competencia política, como un afán de querer el poder político. Esto es Herodes, viendo en Jesús un rival; esto es Herodes, hasta mandando a matar para conservar su poder. No viene a quitar poderes temporales! No viene con competencias de poderes de la tierra, una Iglesia que viene de Dios, para dar al mundo el amor, la gracia, la verdad, el perdón!.
Cómo quisiera que se comprendiera esta misión sublime de la Iglesia que deriva de una comunión con Dios. Y todos nosotros, queridos hermanos católicos, comprendamos que esta es nuestra primera obligación: nuestra relación con Dios. Hay momentos en que el Espíritu de Dios nos pide un esfuerzo más grande para hacer más visible la presencia de Dios en el mundo. Y se hará visible en la medida en que nosotros todos: obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, matrimonios, estudiantes, profesionales, todos los que nos llamamos católicos, tratemos de intensificar esta comunión con Dios por la renovación, por la conversión, por la santidad. El pecado en todas sus formas es la niebla que se interpone. Alejemos de nosotros toda clase de pecado, y entonces el pueblo de Dios, la Iglesia de Dios, los católicos unidos en comunión con Dios, haremos presente en el mundo la figura santa de Dios. Dios es comunión y la Iglesia participa de esa comunión de Dios.
Y este es el segundo nivel, hermanos: es la comunión de los bautizados. Cristo, que nos trajo la verdad y la vida de Dios, fundó una Iglesia. Yo quiero leerles textualmente un párrafo del Concilio -es el número 14 de la Constitución sobre la Iglesia- para que vean quien de verdad es miembro de esta Iglesia que está en comunión con Dios. El que llena estas condiciones está en comunión con la Iglesia fundada por Cristo. El que falta a una de estas condiciones, que no se llame católico si voluntariamente la rechaza esa condición. Ya está excomulgado por su propia voluntad.
He aquí el texto del Concilio: "A esta sociedad de la Iglesia, fundada por Cristo, están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo", esto es lo primero: poseer el Espíritu de Cristo, es decir, no un cristianismo a nuestro gusto, sino al gusto de Cristo, que fundó la Iglesia, el Espíritu de Cristo. Segundo, "aceptan la totalidad de su organización". La Iglesia como humana es una organización jerárquica: un pontífice, centro de toda la Iglesia; un obispo en cada diócesis; una organización, sacerdotes en cada parroquia. El que acepta esta organización, otra condición, "y aceptan también todos los medios de salvación establecidos en ella y en su cuerpo visible están unidos con Cristo". Todos los medios de salvación establecidos en ella" son los sacramentos, son las leyes de la Iglesia. Es su verdad: "Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los obispos". He aquí las personas concretas. El que no está de acuerdo con su obispo no puede llamarse católico. Así como el obispo que no está de acuerdo con el Papa no es ya un ministro de la Iglesia.
Ustedes conocen el caso famoso de Lefebvre, un arzobispo de Francia que se declara en rebeldía contra el Papa. No se puede llamar católico, ya no está en comunión con la Iglesia. Si se propone como modelo, quiere decir que se quiere un cisma. Si yo mismo no estuviera en comunión con el Papa, no sería digno de esta honrosa dignidad de ser el pastor de la Arquidiócesis; pero es el Papa el que tiene que decírmelo, no otros. Y el Papa me acaba de confesar su comunión conmigo y mi comunión con él. Estamos en comunión, hermanos, y nadie dudará de que quien les está predicando hoy, sea un pastor verdadero de la Iglesia, en comunión con el Papa.
Podemos decir que una que no está en comunión con su obispo no debe comulgar eucarísticamente tampoco. La comunión es un signo de la comunión con la Iglesia. Yo sé que hay personas que comulgan y que después destruyen esta unidad de la Iglesia, murmurando de sacerdotes y de obispos. Si todos aquellos que están destruyendo la unidad, hablando contra los sacerdotes, difamando los medios de publicidad, echando culpas que no tenemos, ya se están excomulgando a sí mismos. Una excomunión del obispo no sería más que una sanción, ya oficial, de ese repudio que el pueblo les está dando ya. La organización de la Iglesia sabe lo que es, y así como en un organismo un cuerpo extraño se expele, se expulsa, el cuerpo místico de la Iglesia siente la invasión de cuerpos extraños y los expulsa como células muertas.
Sigue el texto del Concilio, "por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica", aquí están las características de nuestra unidad de fe. El que no admita el credo que el obispo profesa con la Iglesia, ya no está en la unidad de la fe católica. El que no admita uno de los sacramentos de los siete sacramentos ya rechaza una de las señales de unidad: no es católico. El que no acepte el Gobierno de la Iglesia, como una jurisdicción, una potestad, tampoco es católico. Y el que estorba ese gobierno de la Iglesia no dejándola administrar su función en un pueblo, -por ejemplo nosotros no podemos ir ahora a Aguilares a celebrar nuestra misa, a cuidar a nuestros católicos de aquel pueblo mártir- nos están estorbando en nuestro gobierno, no se pueden decir católicos. Y la comunión eclesiástica, esta es la plena comunión que Dios ha transmitido por Cristo a este pueblo de Dios visible en sus ministros, en sus pastores, con una potestad de gobierno, con una unidad de fe, con unos sacramentos, con una organización. El que quiera pertenecer a este pueblo de Dios organizado por Cristo, que se llama la Iglesia Católica, tiene que aceptar estas condiciones, y si no las acepta y si voluntariamente la rechaza, es un cismático, es un destructor de la Iglesia, moralmente un excomulgado por su propia voluntad.
Naturalmente, hermanos, que esta comunión a este nivel de bautizados es precisamente como una condición de salvación. Entonces, fíjense bien en esta pregunta: ¿El que no está en esta Iglesia, no se salvará?. No he dicho eso. He dicho que aquel que conoce las condiciones para pertenecer a este pueblo de Dios y voluntariamente las rechaza, está fuerza de la salvación; pero que si hay alguno no católico, que por su convicción de conciencia, cree que está en la verdad, ya sea en el protestantismo, ya sea en el judaísmo, ya sea como mahometado, como pagano, y allí trata de cumplir las leyes del Dios como él las concibe, ése está en el corazón de Cristo, en el corazón de la Iglesia, aunque no está en el cuerpo de la Iglesia. Así como al revés, hay muchos que por el bautismo están en el cuerpo de la Iglesia, pero por su actitud, por el rechazo de las cosas, no están en el corazón de la Iglesia; se llaman católicos pero no son católicos y están fuera de salvación. Y los que están fuera de la Iglesia, pero con buena voluntad viven su religión, su congregación, están camino de salvación, están en el corazón de la Iglesia. No fuera de Cristo: Cristo desborda la Iglesia Católica y se hace presencia de salvación en el protestante, en el mahometano, en el judío, que está allí de buena voluntad. Es Cristo el que le está salvando.
A este propósito, quiero contarles que esta semana tuve una de mis más grandes satisfacciones, cuando una confesión protestante se acercó y platicamos profundamente para manifestar ellos su adhesión a esta Iglesia, y para decirme que no quieren tragarse el anzuelo que les están presentando los perseguidores de la Iglesia, como si ellos fueran los buenos cristianos y la Iglesia ya se hubiera apartado de su misión. Los protestantes se acercan a la Iglesia Católica para decirle que no se ha apartado de su misión y que ellos se adhieren a esta Iglesia y que no quieren ser cómplices de una persecución a sus hermanos católicos. Yo quiero agradecerles en público. Y una de las señoritas que llegaba, me decía: "Insista en aquel llamamiento que usted hizo cuando el entierro del Padre Navarro", en que decía que si el Padre Navarro era la figura de una Iglesia que por la calumnia y la persecución de los hombres ha perdido su credibilidad, ya no se cree en ella, como el beduino sigue gritando: sigan el buen camino. Y llamábamos a todas las fuerzas morales, llamábamos a los protestantes que tienen el evangelio en sus manos, para que prediquen este Reino de Dios en el mundo; llamábamos a todas las fuerzas, y ahora lo hacemos de nuevo, para que en vez de sembrar discordias y calumnias, sembremos el bien, hagamos la bondad en el mundo. Un llamamiento pues.
Quiero secundar también el que ayer hacía la Voz de los Estados Unidos, interpretando a Amnistía Internacional, que ha examinado a 75 torturados y ha encontrado en ellos consecuencias espantosas, que aún cuando se han curado las cicatrices del cuerpo torturado, su psicología queda maleada. Hace un llamamiento a los médicos de todos los países para que se declaren contra la tortura. Yo secundo esa voz y espero que nuestros médicos sepan dar testimonio con su técnica, con su ciencia, de que la tortura no sólo es un atropello a la dignidad humana, sino una destrucción de la salud de los pueblos y de los hombres.
Y por eso, hermanos, el tercer nivel de esta comunión Iglesia: comunión con el mundo. Ustedes saben que el Concilio tiene todo un tratado que se llama la Constitución de la Iglesia en el mundo. La Iglesia no se identifica con el mundo. Lo dijo Cristo: "Vosotros no sóis del mundo, pero estáis en el mundo", porque la Iglesia se compone de hombres de este mundo, como somos todos los que estamos aquí. Y la Iglesia quiere aprender el lenguaje, la cultura de los pueblos del mundo para poder traducir en ese lenguaje, en ese modo de ser, su mensaje divino, que no se identifica con culturas ni con partidos políticos, ni con sistemas sociales, sino que es un mensaje que es luz para iluminar los sistemas sociales, los sistemas políticos, la vida de los hombres. Es luz en el mundo para darle a la realidad humana su verdadera elevación. Ella, enseñada por el Creador que el hombre es imagen y semejanza de Dios y enseñada por Cristo que todo lo que se hace a un hombre se le hace a él, es la que está más capacitada en humanidad, para acercarse al mundo y sentir como suyas las aspiraciones, los anhelos nobles de los hombres, y para sentir también, desde el corazón noble, el rechazo a la violencia y a todo lo malo del mundo y para ser consuelo y esperanza de la madre que sufre, de la esposa que se queda viuda, de todos los que sufren en todas las situaciones actuales.
La Iglesia está en un diálogo continuo con el mundo. La Iglesia sufre con los pueblos que sufren. La Iglesia siente las torturas y las maneras con que se acribilla a los pueblos y a la gente. La Iglesia anhela el verdadero progreso de los pueblos, vive la realidad de los hombres. Sin competencias en política ni en sociología, porque no es su competencia, la Iglesia desde su ciencia humana, desde su revelación de Dios, quiere hacer presente la luz de Dios en el mundo; y ella está también, pues, en un diálogo íntimo con el mundo. Nada humano es extraño a ella.
Queridos hermanos, hasta aquí nos ha traído nuestra reflexión de la Santísima Trinidad. La Santísima Trinidad no es otra cosa que el Dios en comunidad de personas, expresión de amor y de verdad, de luz y de felicidad, que ha querido asociarse en una familia a todos los hombres y lo realiza en este círculo de luz que es la Iglesia, para hacer un llamamiento a todos los católicos a intensificar la santidad, la unidad, la relación con Dios y, desde allí, iluminar al mundo con la luz de Dios. Aquí quiero hacer un llamamiento específico a los laicos. Con una alegría intensa este pastor les manifiesta su agradecimiento a Dios porque en los laicos va despertando una conciencia de vivir su papel de Iglesia en el mundo. Porque si los ministros del altar, nosotros los sacerdotes, servimos a la Iglesia, es con una vocación específica; como las religiosas también; pero ustedes que están en el mundo, padres y madres de familia, maestros de escuela, profesionales, obreros, jornaleros, empleados, señoras del mercado, el laicado en general, como transformarán al mundo ustedes llevando esa presencia de Dios que llevan en su corazón como antorcha que ilumine ese ámbito de sus actividades.
Un llamamiento específico para que sientan, pues, que Iglesia no solamente es el obispo y sus sacerdotes y sus religiosas, Iglesia son todos los bautizados en una comunión con el obispo, estrechando cada vez más la unidad de fe, de verdad, de sacramentos, de gobierno, como lo acabamos de decir. Rechazar todo aquello que nos desuna. No den crédito a toda esa campaña de calumnia. Acérquense al sacerdote, al obispo, para esclarecer las dudas que pueda haber y vivamos, intensifiquemos más, desde nuestro puesto en el mundo, la comunión jerárquica con el obispo, para hacer presente la luz de dios, que se refleja en la Iglesia a todo ese mundo que los rodea. Entonces habremos dado de Dios la explicación, el testimonio, nuestro servicio personal y profesional que el Señor tiene derecho a pedirnos, porque él nos ha hecho, nos ha redimido, nos espera en su cielo y quiere que no lleguemos solos, sino que cada uno lleve una constelación de almas ganadas por haber sido luz de Dios en medio de los hombres.
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