Queridas religiosas, que representan esta porción de Dios que se consagran de manera especial, para el servicio de la Iglesia, queridos fieles, especialmente hijos muy queridos de Aguilares.
A mí me toca ir recogiendo atropellos, cadáveres y todo eso que va dejando la persecución de la Iglesia.
Hoy, me toca venir a recoger esta Iglesia y este convento profanado, un Sagrario destruido y sobre todo un pueblo humillado, sacrificado indignamente. Por eso, al venir, finalmente -porque quise estar con ustedes desde el principio y que no se me permitió- hermanos, yo les traigo la palabra que Cristo me manda decirles: una palabra de solidaridad, una palabra de ánimo y de orientación, y finalmente una palabra de conversión.
En primer lugar quiero expresarles una solidaridad muy cordial; estamos con ustedes, hemos estado en todo momento; y si en alguna vez puede decir la Iglesia, "hemos estado con ustedes", de una manera muy especial, es en estas circunstancias de Aguilares, porque entre sus víctimas y a la cabeza de todos: tres queridos sacerdotes esposados y llevados al destierro.
Pero qué bien dice el Padre Carranza: se apagará la ronca voz de los fusiles y quedará vibrante siempre la voz profética de Dios. Aquí está nuevamente esa palabra de Dios para decirles, hermanos, cómo Dios nos manda decir que rechaza siempre la violencia; que no puede estar Dios con el que mata, con el que persigue, con el que golpea; que la palabra terrible del Señor, "el que a espada mata a espada muere", tiene una promesa terrible si no interviene antes una conversión sincera del pecador.
Sufrimos con los que han sufrido tanto. Estamos de veras con ustedes, y queremos decirles, hermanos, que el dolor de ustedes es el dolor de la Iglesia.
En la primera lectura de hoy se hace muy expresivo cuando un profeta canta la desolación de Jerusalén, pero al mismo tiempo anuncia una lluvia de misericordia y de bondad del Señor sobre el pueblo sufrido. Ustedes son la imagen del Divino Traspasado, del que nos habla la primera lectura en un lenguaje profético, misterioso, pero que representa a Cristo clavado en la cruz y atravesado por la lanza. Es la imagen de todos los pueblos, que como Aguilares, serán atravesados, serán ultrajados; pero que si se sufre con fe y se le da un sentido redentor, Aguilares está cantando la estrofa preciosa de liberación, porque al mirar al que traspasaron se arrepentirán y verán el heroísmo y verán la alegría del que el Señor bendice en el dolor.
Empezar por eso, hermanos, nuestra palabra de solidaridad se fija también en tantos queridos muertos asesinados, por los cuales pedimos en esta misa el eterno descanso, seguros que el Señor se lo concederá y que desde su cielo seguirán trabajando esta liberación santa que Aguilares ha emprendido.
Sufrimos con los que están perdidos, con los que no se sabe dónde están o por los que están huyendo y no saben qué pasa con su familia. Somos testigos de este dolor, de esta separación. Lo vivimos muy de cerca porque como pastor, sentimos esa confianza dolorida de quienes buscan a través de la Iglesia un encuentro con esos que la crueldad ha dispersado. Pero sepan, queridos hermanos, que a los ojos de Dios no están perdidos y que están muy cerca del corazón del Señor, cuanto más lo sufren sus familias que no los pueden encontrar. Para Dios no hay perdidos, para Dios no hay más que el misterio del dolor, que si se acepta con sentido de santificación y de redención, será como el de Cristo nuestro Señor, también un dolor redentor.
Estamos con los que sufren las torturas. Sabemos que muchos están en sus hogares sufriendo esas dolencias, esas humillaciones. El Señor les dé valor y sepan perdonar. Sepan, hermanos, que la violencia, de cualquier parte que venga y sobre todo cuando viene de esa fuerza armada, que en vez de ser defensa del pueblo, se torna en ultraje, es reprochada por Dios nuestro Señor; no la puede bendecir. Sepan que el dolor pues y que todo el sufrimiento de ustedes, es bien comprendido; y que la Iglesia lo interpreta, en esa primera lectura, como un dolor redentor, como un dolor del cual derivará para Aguilares nuevas fuentes de bendiciones.
Hermanos, quiero agregar una palabra de ánimo y de orientación: mucho ánimo, no decaiga vuestro espíritu. Aguilares, en la Arquidiócesis de San Salvador, tiene ya un significado muy singular, desde que cae abatido por las balas el Padre Grande, con sus dos queridos campesinos. Después la persecución a los sacerdotes, tan directa, a los catequistas, es sin duda una señal de predilección del Señor. Nos ha dicho hoy Jesucristo en su evangelio que el que quiera venir en pos de él tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirle. Y que aquel que quiera salvar su alma, aquel que quiera poner en seguro su vida, muchas veces por intrigas indignas, muchas veces hipócritamente entregando al hermano para quedar bien él, -ha habido muchas traiciones- pero el que quiera salvar su alma tiene que perderla, tiene que entregarla sinceramente al Señor. Y aquí literalmente ha habido sacerdotes y laicos que han entregado su alma al Señor y no les ha importado el martirio y el sufrimiento. Y están dando un testimonio que lo estamos recogiendo de Aguilares para presentarlo a todas las parroquias. Miren qué rápida es la respuesta: ayer nada menos dos laicos de cada parroquia, unos 200 laicos comprometidos con la Iglesia, están haciendo un curso que terminará esta tarde en el seminario, siguiendo sin duda el ejemplo heroico de éstos que dan su vida por Cristo y que quieren comprometerse con la Iglesia, porque esa es la condición para inscribirse en este movimiento laical al cual ya están obligados todos los que han recibido el bautismo y con Cristo han jurado seguirlo a través de su cruz, de su sufrimiento. Este ejemplo de Aguilares, pues, es maravilloso. Es una avanzada de la Iglesia, es un compromiso de los hombres de la Iglesia para llevar lo más peligroso de su doctrina, pero necesario.
Hermanos, porque yo creo que hemos mutilado mucho el evangelio. Hemos tratado de vivir un evangelio muy cómodo, sin entregar nuestra vida. Solamente de piedad. Únicamente un Evangelio que nos contentaba a nosotros mismos. Pero he aquí que en Aguilares se inicia un movimiento atrevido de un evangelio más comprometido. Ese que en las publicaciones últimas de los padres jesuitas, ustedes habrán podido leer y comprender, que se trata de un compromiso muy serio con Cristo crucificado y que supone renuncias de muchas cosas bonitas, pero que no pueden estar al mismo tiempo que uno que se abraza con la cruz de nuestro Señor.
Es necesario entonces que aprendamos esa invitación de Cristo: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo". Niéguese a sí mismo, niéguese a sus comodidades, niéguese a sus opiniones personales y siga únicamente el pensamiento de Cristo, que nos puede llevar a la muerte, pero que seguramente nos llevará también a la resurrección. Todos estos héroes: Sacerdotes y Catequistas de Aguilares, muertos por el nombre del Señor, sin duda que están participando ya de la gloria inmarcesible de la resurrección.
Pero les decía también, hermanos, una palabra de orientación, en este sentido: no confundir la liberación de Cristo con las falsas liberaciones meramente temporales. Ustedes, como cristianos formados en el evangelio, tienen el derecho de organizarse, de tomar decisiones concretas, inspirados en su evangelio. Pero mucho cuidado en traicionar esas convicciones evangélicas, cristianas, sobrenaturales, en compañía de otras liberaciones que pueden ser meramente económicas, temporales, políticas. El cristiano aún colaborando en la liberación con otras ideologías debe de conservar su liberación original: esa que nos anuncia San Pablo hoy: a partir de Cristo, inseparablemente de Cristo.
El bautismo me incorporó a Cristo y en Cristo soy una sola cosa con él y no puedo traicionar todo lo que ahí deriva: un hombre nuevo. Un hombre nuevo que purifica el corazón de todo pecado. Un hombre nuevo que no habla con resentimientos en el corazón. Un hombre nuevo que no propicia nunca la violencia, el odio, el resentimiento. Como el corazón de Cristo, ama, aún cuando defiende sus derechos con amor, que es la fuerza de nuestra Iglesia. Nunca con odio, ni lucha de clases, que es la fuerza falsa de otras liberaciones, que no llevan a ninguna liberación.
El Concilio ha dicho que es una especie de ateísmo moderno, el querer esperar de la lucha de los hombres, un reino futuro, en el cual los hombres mismos serán más felices. Hermanos: Si no se tiene en cuenta a Cristo y a su Iglesia, no llegará nunca ese reino futuro. No habrá más que lágrimas. No habrá más que atropellos. No se oirá más que la voz de las metrallas y la defensa violenta también de los que son masacrados. Eso no lleva a la construcción. Pero morir con la fe en Cristo, y haber trabajado a la luz de Cristo, esta si es auténtica liberación.
Todo aquel que, ya iluminado con la luz del evangelio y del magisterio de la Iglesia, ha tomado conciencia de lo indigno que está tratando muchas veces el hombre imagen de Dios en tierra y ha descubierto sus derechos, que tiene que defender a la luz de Cristo, tiene que seguir esa lucha, sea fiel a esa iluminación de fe, esté siempre fiel al magisterio de la Iglesia y no se engañará. Esto lo llevará a la verdadera redención.
Por eso quiero admirar, y quiero aquí agradecer de una manera especial, a la Compañía de Jesús, que iluminó estos caminos de Aguilares. Muchos tal vez no los comprendieron, desde luego aquellos que han perseguido en un mismo golpe a la subversión y al evangelio no han comprendido nada, el evangelio de los jesuitas es el evangelio de Jesucristo, el de la Iglesia, y no hay por qué confundirlo con otras cosas. Quiero agradecerles a los padres jesuitas el haber iluminado a tantos campesinos, el haber organizado tantas comunidades, con el espíritu cristiano, con aquel corazón bueno que recordamos con cariño: el Padre Grande y sus colaboradores. Supieron transfundir en muchos corazones la luz del evangelio que no se debe de apagar.
Por eso digo una palabra de ánimo, porque la luz del Señor seguirá siempre iluminando estos caminos. Nuevos pastores vendrán, pero siempre el mismo evangelio. Y pedimos que los pastores que vengan a proseguir este trabajo tengan esa iluminación y ese valor, para saber orientar a los hombres por el verdadero camino de una liberación cristiana, como la quiere la Iglesia actual, especialmente en este continente latinoamericano con sus luminosos documentos de Medellín, que son doctrina auténtica de la Iglesia y que no deben de temer, sino comprenderlos, vivirlos, traducirlos en la práctica, porque les dan las luces que llevarán a la salvación a estos pueblos de América Latina.
Aguilares, en este sentido, es una antorcha puesta en alto. Queremos felicitarlos de veras, a pesar de su dolor, porque ustedes levantan en alto esa antorcha de luz, y ojalá no la dejen confundir con otros fuegos fatuos, sino que sea la luz auténtica de Cristo que brilla en medio de la confusión y de las tinieblas.
Y finalmente, queridos hermanos: una palabra de conversión. Cuando Jesucristo nos invita a perder la vida para ganarla, entregándola a él, nos está llamando a la conversión; cuando la primera lectura nos dice de unas miradas clavadas en el que traspasaron, como arrepentidas de sus pecados, pero esperando de allí la misericordia, nos está diciendo cuál debe de ser nuestra actitud. Yo quisiera invitaros, queridos hermanos, yo comprendo que es bien duro perdonar, después de tantos atropellos; y sin embargo esta es la palabra del Evangelio: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y persiguen, sed perfectos como vuestro Padre Celestial, que hace llover su lluvia e iluminar con su sol a los campos de los buenos y de los malos".
Que no haya resentimientos en el corazón. Que esta eucaristía, que es un llamamiento a la reconciliación con Dios y con los hermanos, nos deje en todos los corazones la satisfacción de que somos cristianos y que no quedan huellas de odio y de rencor en el alma. Que seremos firmes sí en defender nuestros derechos, pero con un gran amor en el corazón, porque el defender así, con amor, estamos buscando también la conversión de los pecadores. Esa es la venganza del cristiano. Pidamos la conversión de los que nos golpearon pidamos la conversión de los que tuvieron la audacia sacrílega de tocar el sagrario bendito. Pidamos al Señor el perdón, y de nuevo los arrepentimientos debidos de todos aquellos de quienes convirtieron un pueblo en una cárcel y en un lugar de tortura. Que el Señor les toque el corazón. Que antes de que se cumpla la sentencia tremenda: "el que a hierro mata a hierro muere", se arrepientan de veras y que tengan la satisfacción de mirar al que traspasaron. Y que llueva de allí un torrente de misericordia y de bondad, para que nos sintamos todos hermanos.
Qué dichoso será el momento en el que desaparezca de El Salvador esta terrible tragedia en que tenemos miedo unos de otros, en que existen lugares donde sufren nuestros hermanos. Que el Señor haga desaparecer con una lluvia de misericordia y de bondad, con un torrente de gracias para convertir tantos corazones. Un paraíso, tan bella patria que nos ha regalado el Creador, que el Divino Salvador le dio su nombre. Que se convierta de veras en un país donde todos nos sintamos redimidos y hermanos. Como dice San Pablo hoy: indiferentes ya, porque todos somos una sola cosa en Cristo nuestro Señor.
Y esta es la palabra final que les digo en este mensaje, hermanos. Vamos a llevar esa palabra hecha carne, hecha hostia que se entrega por nosotros: La eucaristía, la vamos a celebrar, nosotros sacerdotes que tenemos este poder misterioso que Dios nos ha dado. Vamos a convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor. Lo vamos a volver a colocar en el sagrario de donde lo despojaron unas manos sacrílegas y lo vamos a pasear sobre los corazones de Aguilares y de todos los que han venido en un sentido de solidaridad. En el amor de esa hostia bendita, queremos amar. Sentimos tan pequeño nuestro corazón, y Cristo nos presta el suyo, para que así un sólo corazón en el altar, todos los corazones de nosotros, nos unamos para darle gloria a Dios, agradecimiento porque vivimos, perdón a nuestros enemigos y súplica de perdón sobre nuestros pecados y los pecados de nuestro pueblo.
Con este afán, hermanos, vamos a celebrar todos ahora la divina eucaristía.
ÍNDICE GENERAL | CICLO C | ANTERIOR | SIGUIENTE |