Esta misa, transmitida por radio, desde la Catedral y celebrada por aquél servidor del pueblo de Dios que tiene el encargo de ser el signo de la unidad en toda la Arquidiócesis, siempre me parece que resulta como una reunión de familia. Yo quisiera que así nos sintiéramos en este momento de reflexión: una familia, que no tiene prisa que un fin de semana llega al hogar para ver cómo andan las cosas de familia, para ayudar, para colaborar. Comprendo que al mismo tiempo que se reúne la familia, si esta familia es muy importante tiene muchos enemigos, que la observan para criticarla, o quién sabe, lo que más le pido al Señor, para convertirse. Qué diéramos porque todos esos observadores que desde su radio nos están escuchando, no nos oyeran con el afán de los fariseos, para ver en qué lo cogemos, sino con el cariño de la familia, para ayudarlo, para el engrandecimiento de ese Reino de Dios, que nada malo puede traer a la patria. Al contrario, cuanto más cristiano es un hombre, es mejor ciudadano. Entonces, en este ambiente de familia, hermanos, yo quiero que compartamos las alegrías, las esperanzas, también las angustias y problemas que deben ser comunes a todos. Cada uno tiene sus propios problemas; y dichoso el hombre que tiene problemas, porque aquel que dice que no tiene problemas es tan pobre que no se da cuenta ni siquiera que vive, porque todo el que vive tiene problemas.
Pero respecto a esos problemas íntimos de cada familia, los que ustedes y yo hemos traído como cosas personales para encomendárseles al Señor, en general las encomendamos; son nuestras, nada humano es ajeno a su corazón, dice el Concilio, hablando de la Iglesia. La Iglesia es tan humana que siente como suyos esos problemas, del dolor de estómago de su niño en la casa, de la deuda que no puede pagar, del empleo que no puede conseguir, todo eso nos toca de lleno; lo sensible, la angustia de los que sufren injustamente son problemas.
Pero, como Iglesia, como comunidad, esta semana ha sido muy rica. Yo quiero destacar el testimonio de santidad, de serenidad, que nos han dado nuestros hermanos los padres jesuitas. Ha sido una semana en circunstancias de amenazas trágicas, y sin embargo ninguno ha huido. Cuentan que un jesuita muy joven, se llamaba Luis Gonzaga, en el recreo surgió la conversación: "¿Si en este momento viniera el juicio final qué haríamos?", Y unos decían: "Yo correría a la Capilla para que me encontrara rezando"; otro: "yo iría al estudio para estar trabajando"; y Luis Gonzaga dijo: "Yo seguiría jugando, porque esa es la voluntad de Dios". Me parece que esta frase de Luis Gonzaga ha sido como el tema de los jesuitas en esta semana: ¿Dónde quisieras que te encontrara el 21 de julio?. Nadie ha huido. Todos dijeron: "en nuestros puestos". Muchas gracias, padres jesuitas porque así se ama la verdad, así se ama el deber, así se ama la vida cuando es vocación. Que venga la muerte, no importa, me encuentra en mi puesto. Ojalá todos los cristianos viviéramos en esta hora esa serena valentía que solamente la puede heredar el que sabe que está trabajando en el verdadero bien, aún cuando abundan las calumnias queriendo desfigurar todo su noble trabajo.
Y siempre a propósito de los jesuitas, quiero destacar y agradecer al pueblo cristiano las múltiples manifestaciones de solidaridad. Entre ellas me han conmovido mucho las miles de firmes, que casi constituyen un volumen, que le mandaron al Señor Presidente, todos los pobrecitos favorecidos con Vivienda Mínima. ¡Qué ejemplo más bello! Y la carta del padre Ibáñez es el testimonio de unos hombres que sienten que no todo está perdido, que hay gratitud, que nuestro pueblo es noble, que no todo es calumnia, que hay verdadera nobleza en el corazón del pobre, que agradece y siente quiénes son sus verdaderos amigos. También me conmovió la adhesión de los jóvenes, jóvenes estudiantes, muchos de ellos sin duda de alta categoría. Es que la nobleza en cualquier categoría social que se encuentre tiene que ser ésa, la que agradece el bien que se le hace, no la que olvida el haber sido lo que son, precisamente gracias a aquellos que ahora persiguen. A los religiosos y religiosas, también, que se han volcado en solidaridad con los hermanos jesuitas, mi agradecimiento de padre de esta familia, como quien siente a todos sus hermanos unidos. Es un nuevo gozo el que he sentido esta semana de que los jesuitas no están solos y si acaso ha surgido de una voz cristiana una palabra innoble, de poco amor y poca solidaridad, sí me entristece. Pero quiera el Señor que estos cristianos que en los momentos de la prueba no saben mostrar su unidad de su solidaridad, porque a ellos en lo personal no les toca el problema, se conviertan y sepan que no hay un católico, mucho menos un sacerdote, mucho menos un obispo que no sienta como propio lo que toca a un hermano, aunque en lo personal no simpatice con él. Es mi familia, y me lo tocan, me tocan a mí.
Quisiera que aprovecháramos esta circunstancia, pues para apiñar más esa unidad. Bendito sea Dios. Y a propósito de solidaridad, quiero también agradecer y destacar un estudio precioso. Quiero decirle a su querido autor: que me ha arrancado lágrimas, cuando he leído ese estudio acerca de la correspondencia que estoy recibiendo a montones y que gracias al Padre Guevara, encargado de este asesoramiento de la noticia y del informe de la curia, se ha llevado a un estudio psicológico, profundo, pastoral, cómo trazuma en esos millares de cartas, la mayoría de campesinos: pero no exclusivamente, también gente de sociedad, que comprende y vive el problema y no se cierra en un egoísmo que dá frío, sino que trata de comprender. Y más aún de religiosos, de confederaciones de sacerdotes de fuera del país, de conferencias episcopales, es decir, reuniones de obispos nacionales, de cardenales, voces de Europa, de obispos que han visto allá en la prensa, en los informes, la triste figura que está dando El Salvador, perseguidor de la Iglesia.
Y gracias a Dios, la gallarda figura de este Reino de Dios, impávido y sereno ante la persecución, que se quiere negar, pero ella vive en carne propia. Es un testimonio, hermanos, que me llena de una satisfacción tan profunda, porque es la mejor aprobación, aunque haya presiones en contra y críticas duras al actuar del Arzobispado y de la Arquidiócesis; sin embargo: "Vox populi, vox Dei". Aquí sí siento yo que es la voz de Dios que en el humilde mensaje de una carta hecha con faltas de ortografía, con lápiz, o con la finura de una máquina IBM de los Estados Unidos o de Europa, viene el testimonio de admiración, de solidaridad a nuestra Iglesia, a nuestros sacerdotes, a nuestros religiosos y religiosas, a nuestros colegios católicos, a la postura de la Iglesia. Que hasta se ha llegado a decir, nada menos que el primado de Inglaterra: "Su figura de la Arquidiócesis es estímulo para la Iglesia de todo el mundo".
Hermanos, lejos de nosotros el orgullo, porque nada de lo que está sucediendo es nuestro. Es cosa de Dios. Es el Espíritu Santo que ha encontrado la tierra abonada en la Arquidiócesis.
Yo sólo los invito a que sigamos viviendo esa solidaridad. En el número de Orientación de hoy, se ha comenzado a publicar este precioso estudio, de quiénes son los que me han escrito, a quién es a quien le escriben, sintiendo en esta humilde persona la presencia de una Iglesia que es la esperanza del campesino, que da que pensar al capital, al gobierno, cuando es sincero en escuchar este diálogo de reflexión y que pone a la Iglesia en su verdadero puesto, como dice -y este es otro saldo rico de esta semana: yo leí esta semana el estudio sobre los días trágicos publicada en ECA, la revista de la Universidad José Simón Cañas. Yo les recomiendo (es un estudio) como una lectura teológica analizando qué es lo que ha hecho la Iglesia en estos días- Y dice claramente, ya para terminar; la Iglesia desea que nuestro país supere la crisis actual, quiere que se restablezca el orden y la justicia, quiere que a ella también se le permite unirse a todas las fuerzas realmente interesadas en la construcción de un país más justo y quiere que se la entienda, y que cese por lo tanto tanta difamación y persecución contra ella. La Iglesia quiere ganar también su batalla, pero aunque la perdiera, creemos que ha ganado la batalla fundamental, pues la historia recordará que en los momentos de mayor crisis en el país, con todas sus limitaciones y yerros, la Iglesia humanizó el país con limpieza de su palabra, la honradez de sus acciones, la fortaleza en el sufrimiento y la opción por los desposeídos". (Estudios Centroamericanos (ECA), XXXII, p. 316).
Un precioso estudio, después de decirnos cómo la Iglesia ha devuelto la confianza, la esperanza, la historia, la palabra, la honradez. Gracias a Dios, católicos, hemos vivido en la intimidad de nuestra Iglesia lo verdaderamente noble, la verdad, la sinceridad, mientras a nuestro alrededor una cortina de humo, de mentiras, de distorsión de noticias, de falsedades, de calumnias. La Iglesia ha vivido, gracias a Dios, y lo recordará la historia, una hora de sinceridad, aún cuando no se le ha querido comprender. Ustedes, sí. Y yo les agradezco, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, movimientos católicos, grupos de base, parroquias promovidas. ¡Cómo han vivido ustedes esta hora preciosa! Digámosla, cultivando.
Otro saldo que yo quiero recordar y agradecer es la respuesta a la pregunta que yo hice en un diálogo por Radio ¿Cómo quieren que se celebre el próximo 6 de agosto? Y me ha dado un gusto enorme ese sentido de fe, de piedad verdadera en torno de nuestro Divino Salvador. Todos quieren que se limpie de ese sentido profano esta fiesta que debería de ser la evocación más bella del Libertador de nuestro pueblo y de la verdadera liberación- que la Iglesia predica ¡El Divino Salvador! Vamos a recoger todas esas sugerencias y, desde el próximo jueves, nuestros encargados de la radio van a ocupar las horas de la Oficina de Información y Prensa para predicar, por radio, una novena del Divino Salvador, motivada por estas sugerencias, por estos temas de actualidad. Les suplico, pues, que desde el jueves a la 1.00 de la tarde, a las 8.00 de la noche y a las 5:45 de la mañana, sintonicen esta emisora YSAX, y reflexionemos lo que significa para la patria tener un patrono tan bello, tan divino como el Divino Salvador del Mundo. Y preparémonos.
Y el 5, la víspera de la gran fiesta, que será una fiesta de oración, han dicho muchos. Intensifiquemos la oración. Yo quiero invitar a todos los queridos párrocos para que el 5 en todas sus parroquias sea un día de preparación, de oración y penitencia, que se confiese el mayor número de hombres, y mujeres, y niños y jóvenes, para que vengan en la peregrinación del 6 a comulgar la mayoría. Y el 5, allá en la Basílica del Sagrado Corazón, donde está la imagen que luego viene en la tradicional procesión de la Bajada, invitamos a todo San Salvador, para que vaya a orar; los grupos de oración que ya viven, gracias a Dios, en nuestras parroquias, concéntrense en la Basílica , intensifiquemos la oración por la patria.
La bajada, en ese pleamar que viene de toda la República, gracias a Dios, ese atractivo que nadie tiene más que el Divino Salvador, se convierta en un clamor de esperanza de esta patria, al que se transfigura, en las horas del dolor y el sufrimiento, en la gran esperanza del Transfigurado. Y el 6, nuestra misa mayor será de campaña, ahí en la puerta mayor, frente a la plaza. Quisiéramos que todas las parroquias trajeran su propio estandarte para que a la hora de la comunión, sus propios párrocos -queremos que todos los sacerdotes estén en esta Concelebración, que ningún párroco se quede- Sería señal de poca adhesión a la fe del pueblo y de la jerarquía y del Divino Salvador la ausencia, muy significativa, de un solo sacerdote. Que todos estamos aquí junto al Divino Salvador de la patria. Si no hay ausencia verdaderamente justificada, interpretará el pueblo muy mal la ausencia de un solo sacerdote. Queremos que sea la fiesta del pueblo del Divino Salvador, una concelebración donde todo sea la piedad y el fervor de nuestra nación.
Porque, queridos hermanos, esta riqueza de vivencia de nuestra semana que estamos terminando o comenzando, yo la quiero enfocar desde las palabras de Dios que se han leído hoy. Es muy fácil decir: "No hay persecución". Pero, cuando uno analiza a la luz de la palabra de Dios cual es la misión de la Iglesia, sí hay persecución. A la luz de la palabra de hoy, aparece que la Iglesia tiene el deber de denunciar el pecado. La primera lectura es una página del pecado social, y de las otras lecturas aparece la otra misión de la Iglesia: elevar los hombres en la oración a la verdadera promoción, cuya pirámide, dice el Papa, consiste en el trato del hombre con Dios. El hombre verdaderamente libre es Moisés, es Abraham, es el caudillo del pueblo o el pueblo que habla con su Dios. Fijémonos en la primera página: los pecados que se denuncian contra este pueblo son muy graves, dice Dios a Abraham y "vengo a ver", con mis propios ojos. Es una imagen bella, antropomórfica, Dios como si se hiciera hombre; naturalmente que es una figura retórica, bíblica, que representa a Dios como un hombre que viene a darse cuenta, como a inspeccionar él mismo, a ver los pecados de su pueblo.
Se trata de los pecados de Sodoma y de Gomorra. No dice propiamente la Biblia cuáles eran; pero sí, una interpretación bastante auténtica parece que se trata de desórdenes lujuriosos muy feos, el pecado de la carne. Los pecados sociales cambian, pero lo substancial es lo mismo. Los obispos reunidos en Medellín en 1968 dijeron que en América Latina hay también un pecado social, "situación de pecado" son las palabras textuales. Parecen duras, pero cuando uno piensa ¿qué es el pecado? El pecado es la muerte de Dios, es lo que ha sido capaz de llevar a Dios hasta morir en una cruz, porque sólo así se puede perdonar. El pecado es el atropello a la ley de Dios, es como pisotear el designio de Dios, el pecado es irrespeto a lo que Dios quiere; y entonces el hombre que quiere buscar su felicidad fuera de Dios, o contra Dios, pone su felicidad en las creaturas, en el dinero, en el poder político, en la carne, en la lujuria, en un amor adulterino. Es darle la espalda a Dios por una creatura, llámese dinero, llámese política o lujuria, como sea. Lo que pasa es que ese Dios, despreciado, ofendido, reclama a este pueblo: "Los pecados de este pueblo son muchos y vengo a ver", y el castigo de cierna ya sobre el pueblo pecador. Y, se dijo en Medellín, es una situación de pecado, de injusticia social que clama al cielo.
Yo creo que todos sentimos que esta realidad clama al cielo. El pecado social, hermanos, Monseñor Pironio- y que conste que yo estudio la teología de la liberación a través de estos teólogos sólidos, como es el Cardenal Pironio, que actualmente es prefecto de una de las congregaciones del Papa, hombre de la plena confianza del Papa- analiza el pecado social de América Latina y dice: la ofensa a Dios en esta desigualdad social que viven nuestros países se puede explicar, primero: porque los hombres no comprenden su dignidad y no se promueven y viven un conformismo que verdaderamente es opio del pueblo. Esto hay mucho, hermanos. Los ricos que no piensan que ellos sólo son los culpables del pecado social; también los perezosos; también los marginados que no lucha por conocer su dignidad y trabajar por ser mejor; todo aquel que se adormece y está tranquilo, como que otros la realicen su propio destino, está pecando también.
De ahí que la Iglesia tiene que promover a ese hombre adormecido, y por eso los centros de promoción campesina, los grupos de reflexión de la Biblia, todo esto promueve; y gracias a Dios vamos viendo muchos obreros, campesinos, gente marginada que va conociendo su dignidad. Y en la medida en que conoce su dignidad, despierta también a la gran injusticia que lo está marginando. Si yo soy también hijo de Dios, si yo también tengo que despertar, yo también tengo que ser partícipe en la política del bien común de mi patria, yo también tengo derecho a los bienes que Dios ha creado para todos. No por la lucha de clases ni la violencia, porque la Iglesia, repetimos, no predica el comunismo. Ciertamente, codo con codo con todos aquellos que van luchando por las reivindicaciones sociales, económicas, políticas, ella lleva en su corazón una mística muy distinta de otros liberadores. Ya porque ven a la Iglesia compartiendo una tarde feliz con los maestros de escuela, ya la llaman colaboradora de ANDES. La Iglesia está de acuerdo con las justas reivindicaciones de los maestros, pero desde un punto de vista cristiano, desde Cristo, y jamás la Iglesia por simpatizar con un movimiento de la tierra va a renunciar a su Dios, a su promoción como hijo de Dios.
Que se tenga muy en cuenta esto: que la postura de la Iglesia promoviendo al hombre no sigue las líneas del comunismo, sino las líneas del evangelio. Esta es una clase de pecado, y la Iglesia tiene que luchar. Y si la Iglesia, promoviendo campesinos, promoviendo marginados, es tenida como subversiva, y que por eso se le expulsa y que por eso las persecuciones contra éstos, se está persiguiendo a la Iglesia. Porque la Iglesia no puede dejar de promover al hombre, para decirle: "No te duermas eres hijo de Dios, trabaja tu dignidad, sé artífice de tu propio destino, trabaja en tu propio bien común". La Iglesia no puede dejar, no puede renunciar a esta misión de promoción que el evangelio mismo le obliga a predicar. Y los colegios católicos y los centros de juventudes y tiene que despertar la verdadera conciencia del hombre que ha estado muy marginado y que ha sido cómplice del pecado social.
Pero hay otra fuente de pecado, dice Monseñor Pironio, es también el pecado personal de aquellos que acaparan lo que Dios ha creado para la felicidad de todos. No se dice que vayan a repartirlo; es una objeción estúpida que muchas veces le han tirado a la Iglesia, cómo va a repartirse por igual, y mañana todos habrán acabado con todo. No se trata de eso, se trata de una transformación de la propiedad privada, que respetando la propiedad privada le sepa dar un verdadero sentido social que no consiste solamente en producir más, sino en producir más para bien común de todos; se trata de que lo que Dios ha creado y hace fructificar en nuestras tierras lleve felicidad a tanta gente que no tiene lo necesario. También ésta es una fuente del pecado social que, como en Sodoma y Gomorra, clama al cielo y hace venir a Dios también a investigar cómo andan las cosas.
Pecado social también que clama al cielo, la marginación en política: todos los hombres han recibido de Dios una capacidad para aportar al bien común. El no dejar que se realice el hombre, aportando al bien de la nación lo que él puede dar, es también un abuso de poder. Es también como un acaparamiento de bienes que Dios ha dado para todos. He aquí, que la Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social; si callara la Iglesia, sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso o con el que se aprovecha de este adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Esta es la voz de la Iglesia, hermanos; y mientras no se le deje libertad de clamar estas verdades de su evangelio, hay persecución. Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de poca importancia; es cuestión de vida o muerte para el Reino de Dios en esta tierra, donde Cristo ha querido establecerlo. Por eso, el pecado institucionalizado, pecado hecho ambiente.
Ya sabemos, hermanos, que el pecado depende del corazón de cada uno, pero del corazón de cada uno procede el organizar una sociedad con estructuras injustas, donde no se puede desarrollar el hombre como imagen de Dios. De ahí, que todos los pudientes de la política, los pudientes de la economía, los dirigentes sociales, los profesionales, los capacitados, la Iglesia también, como acabo de leer, quieren, tenemos que aportar, para hacer lo que Dios quiere que los designios de Dios no sean frustrados con el pecado de los hombres. Lo que sucedió en Gomorra y en Sodoma fue precisamente que los hombres buscaban la felicidad fuera de Dios, como hoy la está buscando América Latina también, una felicidad sin Dios, contra Dios, destruyendo la imagen de Dios en la tierra que es el hombre.
Y el otro papel de la Iglesia, en la otra hermosa página del evangelio: "Maestro, enséñanos a orar", y Jesús les enseña: "Padre" la hermosa palabra que todo lo arreglaría, si todos supiéramos decir "Padre" al Creador de todas las cosas, y sentiríamos hermanos a todos los hombres, y le pidiéramos: "venga tu reino", el anhelo supremo del corazón del hombre, porque cuando venga tu reino a la tierra habrá más justicia, más amor, habrá más igualdad entre los hombres, más fraternidad. Perdónanos, porque somos pecadores. Hermanos -y esto es hermoso- la oración es la cumbre del desarrollo del hombre. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es, cuando se encara con Dios y comprende qué maravillas ha hecho Dios consigo. Dios ha creado un ser inteligente, capaz de amar, libre.
Si alguno de ustedes que está siguiendo conmigo este desarrollo del pensamiento no reza y dice que no tiene fe en la oración, yo le invito a hacer este ejercicio intelectual: desarrolla tu capacidad personal, extiende tus cualidades, recoge todas tus alabanzas y aplausos que has recogido. Mira qué grande eres, casi eres un Dios. Por eso te crees Dios, por eso no rezas. Pero por más que extiendas tu ser tus capacidades, si tú sientes que hay un misterio más allá, y que esa inmensidad tuya se siente abarcada por esa otra gran inmensidad; en ese momento estás rezando. Rezar no quiere decir perder tu grandeza; rezar quiere decir ensanchar tu grandeza. Rezar no quiere decir que vas a esperar de Dios lo que tú puedes hacer. Realiza lo que tú puedes hacer, pon en juego toda tu técnica, inventa los regadillos para tus campos, abono a tu tierra, alimenta tu ganado lo mejor que puedas, y cuando hayas hecho todo eso, reza. No lo esperas todo de Dios, porque tú has hecho todo lo que puedes, pero dejas en las manos de Dios lo demás. Haz como aquel que ya dijimos una vez aquí, los que prepararon todo un sistema de un viaje a la luna, y un técnico cristiano dice: "La técnica ha hecho todo lo que se podía hacer. Esperamos que va a ser un éxito. Pero ahora nos toca rezar para que Dios bendiga nuestro trabajo? esto es rezar, hermanos. No es empequeñecer. Cuando uno reza, esperando que Dios lo haga todo y uno cruzado de brazos quiere que Dios lo haga, esto es un Dios falso. Pero cuando uno trabaja, desarrolla su mentalidad, su capacidad de organización, y entonces le dice a Dios: "Señor, a pesar de todo este misterio de grandeza que soy yo, entiendo que tú eres más grande, que me abarcas, que me comprendes, que me completas".
Cuando el hombre reconoce esta limitación, está en el máximo de su desarrollo. En cambio, cuando el hombre no reza y cuando el hombre pone toda su confianza en su capital, en su dinero, oigan esta frase de la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI: "Uno de los indicios más seguros del subdesarrollo moral del hombre es la avaricia", querer tener, cuando el hombre confía en sí y se cree capaz de todo, y en su dinero y en las cosas de la tierra y le sale sobrando Dios, pobrecito, es un subdesarrollado moral. Cuando el hombre sabe rezar y confiar en Dios, es un superdesarrollado, el hombre que ha encontrado su verdadera vocación.
Pues para esto está la Iglesia, hermanos, para enseñar a rezar. Pero para enseñar a rezar como se debe no aquella oración que adormecía, confórmate, vive pobre, a la hora de la muerte Dios te dará un cielo. Eso no es cristianismo, por eso nos dijeron a los cristianos que dábamos opio al pueblo, y ahí tenía razón el comunismo, porque ellos trabajan mientras los cristianos sólo rezaban y no hacían nada. Pero, aquí le gana el cristianismo al comunismo: cuando trabaja como comunista y espera en Dios como cristiano, ven qué diferencia hermanos, porque la Iglesia tiene que trabajar esta doble promoción, de despertar al hombre que desarrolla sus capacidades y hacerlo esperar en Dios, el trascendente, sin el cual, hemos dicho en la oración de hoy, nada es válido, nada es poderoso. Esta libertad: si se le llega a dar a la Iglesia esta libertad. Por eso hemos dicho al gobierno que el diálogo será precisamente para aprender a hablar el mismo lenguaje: un grupo de reflexión de parte del gobierno, y un grupo de reflexión de parte de la Iglesia, para no llamar subversión y política lo que es promoción evangélica y cristiana, para no expulsar sacerdotes sólo porque enseñan a trabajar y rezar en ese verdadero sentido moderno de la evangelización. Cuando se reflexione y se dé un ambiente de confianza a la Iglesia, que trabaja por esta promoción, la Iglesia está dispuesta perfectamente a la colaboración para esta humanización del hombre, humanización del capital y del trabajo, que no es otra cosa lo que la Iglesia quiere.
Yo creo que el mensaje es suficientemente claro y la palabra de hoy respalda plenamente con el ejemplo de Sodoma de buscar una felicidad de espaldas a Dios; con el ejemplo de Abraham, buscando siquiera diez hombres justos y no encontrándolos en un ambiente de pecado, con el ejemplo de Cristo. Y terminemos aquí, hermanos, con la segunda lectura donde San Pablo nos dice que Cristo es como el gran documento donde están escritos todos los pecados de los hombres y que, clavado en la cruz, quedó desautorizado para que los hombres fuéramos perdonados. Yo no encuentro una figura más hermosa, más elocuente, que ésta de San Pablo describiéndonos a Cristo en la cruz, como un papel del diablo cobrándose los pecados de los hombres, pero que Dios borra con el sacrificio de su hijo.
Ya el pecado no tiene derecho sobre el hombre. Ya el demonio no tiene que reinar en el mundo. Es el Reino de Dios, que Cristo ha ganado con su cruz y su sangre, y los cristianos tienen que trabajar con ese Cristo, morir si es necesario en esa cruz; pero no echar pie atrás, trabajar, hermanos, por una verdadera promoción que siga haciendo de esta Iglesia de la Arquidiócesis, una Iglesia que de veras sea fiel al evangelio, que sepa trabajar y que sepa rezar, que sepa promover hombres que sepan ser con Dios constructores de un mundo mejor.
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