Queridos hermanos, estimados radio-oyentes:
Al terminar 1979 y celebrando ya la liturgia del 1o. de enero de 1980, la reflexión como que boga entre las aguas del tiempo y el océano de la eternidad. Mirando sólo al tiempo, vemos como trascurre, como se van los años. Y fijándonos en concreto en el año que termina, hay tantas cosas que es imposible abarcarlas en nuestra reflexión. Solamente indicaría como tres capítulos que cada uno de nosotros tenía que llenar, según ha sido para él, el año que está terminando.
1º.) Las cosas buenas por la cuales hay que darle gracias a Dios.
2º.) Las cosas malas, el pecado que ha ofendido a Dios y por el cual hay que pedirle perdón.
3º.) La incertidumbre del tiempo futuro. ¿Qué nos depara el Señor para elevar el corazón en un acto de súplica a Dios?
- Seamos agradecidos con Dios
En el capítulo de las cosas buenas yo les invito a que seamos agradecidos con Dios. No todo es maldad. La visión optimista del cristiano encuentra más cosas buenas que malas. Quizá por aquella psicología del hombre que cuando sufre todo lo ve bajo el color y el sufrimiento, se olvida de todo lo bueno que hay a pesar del sufrimiento. Pero por ejemplo, el hecho de encontrarnos aquí, sanos, gozando de la vida, es un bien que Dios nos ha dado, el bien de la vida, el bien del tiempo. Agradezcámosle al Señor que mientras tantos hermanos nuestros no pudieron llegar hasta el último del año, nosotros estamos aquí mirando desde el último día del año, todo el recorrido de bondades que Dios ha tenido con nosotros.
Miremos ese cúmulo de felicidad y alegrías que se han disfrutado en familia, en amistad. Toda la solidaridad. Y desde el punto de vista de Iglesia como Pastor, yo le doy gracias a Dios porque hemos vivido una Iglesia que de veras nos hace felices. La persecución, las pruebas, todo lo que ha sufrido nuestra madre Iglesia aquí en El Salvador, en nuestra Arquidiócesis, no ha servicio más que para hacerla más floreciente. Yo le doy gracias a Dios por todo lo que han hecho los sacerdotes, los agentes de pastoral, las comunidades, los colegios, todas las instituciones que están trabajando en la Iglesia, prescindiendo del ambiente hostil o difícil, incomprensivo. La Iglesia ha sido fiel a Jesucristo. Cada uno en su familia, pequeña Iglesia doméstica, tiene tantas cosas que agradecerle a Dios. Por el padre, por la madre, por los hermanos, por todo ese conjunto que constituye el recuerdo de la vida. Los recuerdos de 1979.
Saquémoslos del ambiente general que todos lamentamos y encontramos un cesto de ofrendas para el Señor, como esas bellas ofrendas que he ido recibiendo por los pueblos y cantones. ¡Qué expresión de agradecimiento a Dios!: los frutos de nuestra tierra, los racimos de guineo, las frutas, las verduras, las flores, la industria de las manos de aquel pueblo; en fin, es incontable el número de las cosas buenas que nuestra tierra ha dado y nuestra gente ha vivido. Esto sólo merece una felicitación, al fin del año, a todos aquellos que han sabido aprovechar el tiempo no para lamentar sino para trabajar, para producir, para hacer el bien, para construir, se ha hecho mucho de bien. Démosle gracias a Dios de contarnos entre los que construyen, entre los que ven con optimismo, entre los que recogen con gratitud del trabajo de Dios y del hombre, los que miran el esfuerzo de nuestra patria en lo bueno, démosle gracias al señor por la buena voluntad de todos los que han amado a la Patria y han querido hacerla y trabajan por ella aún con la incomprensión por delante y por todos lados.
Esto que quede, hermanos, como un principio nada más, una sugerencia para que cada uno entre en la intimidad de su vida. En esta reflexión de fin de año. Yo invitaría que cada uno en su propio corazón, viera los bienes personales de los cuales tiene que darle gracias a Dios. Debe ser el primer sentimiento porque Dios todo lo hace bien, y sin duda que aunque hayamos llorado y sufrido, hay mucho de bueno que agradecerle al Señor.
- Debemos de reconocer el pecado
Por otro lado, hemos de reconocer también el pecado para decirle al Señor, solidarios con todos los pecadores, nosotros también pecadores: ¡Perdón, Señor, por no haber colaborado contigo en hacer feliz a nuestros hermanos! ¡Perdón por el odio que anida en muchos corazones! ¡Perdón, Señor, por la violencia que muchos han hecho de ella una religión, un fanatismo de tal manera que creen que no hay otro camino más que la violencia, la venganza, las cosas, la destrucción! ¡Perdón por los que profesan esa filosofía del nihilismo, la nada, y se dedican a destruir, a quemar, a deshacer; no han colaborado en tu obra, Señor! ¡Perdón por todo lo negativo, de donde quiera que haya venido, por quienes quieren mantener la situación injusta del país, y por quienes no dejan trabajar una mejora en el país, y por todos los que sufren las consecuencias del pecado social e individual!
Cabalmente, entrando hoy a la Catedral, una madre entre lágrimas me entrega un papelito y me dice que haga algo por su hijo que fue encarcelado el día 30 de diciembre. Es Sergio Doroteo Chávez, del sindicato CONELCA; y ella, naturalmente, en esta noche de tantos recuerdos familiares quisiera tener a su hijo y se lo han llevado quien sabe con que destino, con que fin. Al terminar el año, pensemos en tantos hogares huérfanos de esposo, de padre, de hijos, o torturados o han sufrido de cualquier modo las consecuencias de esta situación que no puede continuar: la situación del pecado.
Dios no nos quiere infelices, Dios no quiere el llanto que es fruto de la injusticia, del atropello de la dignidad del hombre. Se ha ofendido mucho la dignidad del hombre en este año. Se ha destruido mucho, no se ha colaborado con Dios y este capítulo de la negrura de 1979 pareciera dar la tónica del año.
Y para quien se deja llevar del pesimismo, diría que en 1979 no hay nada bueno; pero por eso quise adelantar lo mucho bueno que hay para que también tengamos el valor de mirar con ojos sinceros y claros lo que existe de malo y que hay que quitarlo por la fuerza del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y que nuestra Iglesia tiene que trabajar, para arrancar de la faz del país todo ese imperio de la iniquidad, el imperio de Satanás, ese imperio de infierno que reina, lamentablemente, bajo formas muy diversas y que le está quitando el puesto al único que debe de reinar en el tiempo: el Señor, el Dios de la historia.
Y por eso, también, nuestro fin de año tiene que significar en el corazón, el propósito de colaborar no con el mal, ni organizarnos no para hacer el mal, de llevar el fermento de amor que debe llevar todo cristiano de justicia, de renovación a una sociedad, a un pueblo tan necesitado de estos valores que el cristianismo ha traído y del cual se puede decir lo que en estos días dice con tristeza el evangelio de Jesucristo: "Vino a los suyos y los suyos no le quisieron recibir".
Entre las cosas buenas y malas, tendríamos que citar la voz de la Iglesia que ha gritado con claridad, bondad de Dios que nos sigue alumbrando con su revelación, con su palabra pero al mismo tiempo la maldad de quienes prefirieron las tinieblas a la luz y desecharon la voz de la Iglesia. Y durante el año, en vez de convertirse, se cerraron a la voz de la Iglesia, no la quisieron escuchar y a este fin de año, ojalá sus conciencias les reprochen el haber sido cómplice de no haber querido recibir a Dios en nuestra Patria y en nuestros hogares y en nuestra vida…
Por todo eso le pedimos al Señor perdón. Y queda también lanzada como una iniciativa para que el resto de esta noche, cada uno también analice en su propia vida, yo lo hago también en la intimidad de mi deber de pastor: ¿qué pude hacer y no hice? ¿Qué hice mal? Porque soy el primero en reconocer como todo ser limitado, humano, que no todo lo que he hecho, es bueno. Que al decirle al Señor en la misa que me perdone por pecados de omisión, estoy señalando el capítulo más misterioso de la maldad de cada corazón, lo que se pudo hacer y no se hizo. Cuánto vacío en la vida, cuánto bien dejamos de hacer.
A este fin de año, todos los que estamos en esta Catedral y los que a través de la radio están reflexionando, dado toda la bondad de Dios para con nosotros, Dios tenía derecho a esperar en esta noche de fin de año, la higuera cargada de frutos. Y quien sabe si el Señor se acerca a mi vida y no encuentra otra cosa que lo que encontró en la higuera que él maldijo porque no producía frutos buenos. "Arráncala -le dice al administrador- ¿para qué ocupa lugar?" Tantas vidas en El Salvador que ya casi ni cabemos según dicen. ¿Para qué si no producen Santidad, para qué si no hacen el bien, que si solo viven para pelearse, para hacerse el mal, para destruirse unos con otros? Señor, somos la higuera estéril, ten misericordia de nosotros. Y queremos arrancar este fin de año el propósito de que el año próximo, así como le dijo el administrador al dueño del terreno: "No la arranques todavía, déjala que la voy a abonar bien y si el otro año cuando vuelvas, no encuentras fruto, entonces la vas a cortar".
Pidámosle una tregua al Señor, pero aprovechémosla. Lo que nos quieran dar de vida, lo queremos aprovechar para producir más. No queremos ser vida sin huella, no queremos ser vidas dañinas, inútiles, vacías. Quisiéramos tener hoy las manos llenas. Que felices de haber aprovechado los 365 días para traerle al altar del último del año una ofrenda que fuera verdadera cosecha de un año fecundo en santidad, en bondad, en amor, en trabajo.
Los periódicos y los medios de comunicación de estos días, nos están hablando del momento incierto, crítico que se está viviendo en la intimidad del gobierno, y frente a un pueblo que mira a ese gobierno como una fuerza que Dios manda para salvar y no para destruir. Está pidiendo esta noche, y si me están escuchando los hombres responsables del gobierno, que no se peleen entre sí, que ante el porvenir del año nuevo esperamos de ellos: nobleza, superación de sus propios sentimientos para que prevalezca el bien que tanto nos interesa, el bien de nuestra patria común.
Queremos decirles a todos los salvadoreños que es cierto, vivimos una hora muy incierta. ¿Qué nos espera el 1980? ¿Será el año de la guerra civil? ¿Será el año de la destrucción total? ¿No habremos merecido de Dios la misericordia con tanta sangre que se ha derramado ya, porque tal vez se ha derramado con odio, con represión, con violencia? Que el Señor tenga ante este porvenir incierto, misericordia de nosotros. Yo no quiero ser pesimista porque les quiero decir a ustedes, que la fuerza que nos debe de sostener, es la oración.
Por eso, después de esta perspectiva del tiempo, mirando hacia el pasado, lo bueno y lo malo, y mirando hacia el futuro, lo incierto del año nuevo, yo quiero elevarme con ustedes hermanos, a las lecturas bíblicas que nos hablan de que no todo lo hacemos los hombres, de que de arriba viene una fuerza misteriosa, de que precisamente el primero de enero es el día en que la Biblia recuerda el mandato de Dios a Moisés para decir a sus sacerdotes la fórmula de bendición al pueblo: "El Señor te bendiga y te proteja; ilumine su rostro sobre tí, y te conceda su favor. El Señor se fijó en tí y te conceda la paz". Este modo de invocar el nombre de Yahvé, era recordarle al pueblo su alianza con Dios y, por tanto, despertar en el pueblo su confianza en el Señor.
Todas las lecturas de hoy, nos hablan de que esta confianza no es un simple sentimiento ilusorio, sino que es la respuesta a una iniciativa del amor de Dios, que nos ha dicho San Pablo hoy: "Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de una mujer para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción y ser herederos, y poder llamar a Dios en el espíritu que nos ha dado: ¡Padre!" Y el evangelio nos cuenta de ese niño que ha nacido y que los pastores encontraron, anunciado como el Salvador del Mundo que dá alegría a todos.
Yo les invito, hermanos, en este fin de año, aún ante las perspectivas de dolor y de sufrimiento, y de incertidumbres que el tiempo de los hombres nos dá, levantarnos a la eternidad de Dios y ver venir de allá su bendición, su Hijo, su perdón, su adopción divina que nos hace sus hijos, sus herederos del cielo, el ofrecimiento de su vida eterna, el destino eterno para el cual estamos llamados.
Y aquí sí que recobra el año, toda su grandeza que es una peregrinación. No hemos hecho más que caminar un pequeño trecho en la gran peregrinación de la historia donde va toda la humanidad. También aquella de nuestros abuelos que ya no están con nosotros, y también aquellos de la posteridad que todavía no han venido al mundo, todos formamos la gran humanidad, la gran peregrinación de la historia sobre la cual está Dios haciendo estos prodigios maravillosos con nosotros los hombres. No es El Salvador todo el mundo ni es 1979 toda la historia, no son más que pequeños episodios de las maravillas que Dios va haciendo con los hombres.
La Providencia del Señor es una realidad. ¡La Divina Providencia! Lo decimos tan fácil pero supone eso: el gobierno de Dios, el que no nos abandona y que nos sigue amando a pesar de nuestras infidelidades. El Dios de nuestro pueblo, el Dios de nuestros padres, el Dios de nuestra historia va con nosotros, no dudemos. Y esta seguridad de que Dios ha venido ha hacerse compañero de nuestra historia, nos hace mirar ya el porvenir, no solamente dependiente del gobierno, o de sus crisis, o de sus intenciones, sino que nos hace mirar aún a los mismos gobernantes como instrumentos nada más de Dios Nuestro Señor. Y a todos los hombres, colaboradores del Dios que quiere que los hombres seamos con él, los artífices de nuestro propio destino.
Por eso, mirando hacia Dios desde el vaivén de nuestro tiempo, miremos con serenidad: Dios existe, Dios no nos abandonará, Dios va con nosotros, ¡Dios ha venido!
Y por eso termino con este otro pensamiento. ¿Cómo vino Dios al mundo? Es el primero de enero, la fiesta de María, Madre de Dios. Y nos ha dicho el evangelio hoy, como encontraron los pastores que fueron corriendo a Belén y encontraron al Niño en el pesebre; y María, que al oír las maravillas que contaban los pastores, conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón. María nos ha traído a Dios, la mujer llena de fe que concibió a Cristo antes que en su seno, en su mente y en su fe. La que creyó, la que puso toda su esperanza en el Señor y siendo pobrecita, la más insignificante de Israel, Ella es hoy la más grande, porque fue la puerta por donde Dios entró al mundo. Día de la Virgen, ¡qué precioso día para comenzar el año! María, historia de Dios que se hace historia de hombre en su propio seno. María, que como la llamó el Concilio, es estrella del Pueblo de Dios peregrinante; y allá en la eternidad, es alegría de los que ya han llegado a la meta definitiva.
Nosotros nos movemos todavía en el vaivén del tiempo, todavía vemos pasar años, vemos morir 1979 y esperamos que nazca 1980. Allá en el cielo no existe el continúo tránsito del tiempo. El tiempo es una imperfección, el tiempo es lo transitorio, la eternidad, es el eterno presente y María vive esa eterna juventud, esa eterna belleza que no se marchita, esa vida que no se muere nunca, vida eterna; y desde allá, nuestra Madre, madre de nuestra vida espiritual, ya nos está alimentando, amamantando para que seamos un día dignos de participar en esa eternidad que ya la vivimos en la medida en que aquí nos hacemos más cristianos y nos incorporamos más a nosotros, lo que Cristo trajo en el seno de María, la eternidad de Dios ofreciéndola a los hombres para que a pesar de que el tiempo, pasa, los hombres ya son eternos. Ya son eternos, porque reciben por la fe, por el amor, por la Iglesia, por su oración, por su confianza en Dios, la eternidad que Dios ha traído al tiempo.
Démosle gracias al Señor por este gran don de Cristo y de María. Y en esta noche de fin de año, como los pastores, encontremos en los brazos de la Virgen la garantía de nuestra seguridad, el Cristo que nos dice que confiemos. Que él ha vencido. Por la fe el hombre también se hace dueño de esa seguridad de Cristo. Mucha fe, queridos hermanos, que el año nuevo se distinga, sobre todo, precisamente que cuanto más incierto se presenta, por una gran confianza en el corazón, de que no vamos marchando solos en la historia y de que el año no muere sino que ha sido nada más un paso para ganar más esa eternidad que Cristo ha traído a nosotros.
El cristiano ve pasar los años no con nostalgia y sentimentalismos sino que lo mira con la alegría de quien va caminando hacia el encuentro de la verdadera vida, de la eternidad que no pasa. Así sea…
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