El objeto de predicar la homilía no es otra cosa que decirles a todos los que estamos en la reflexión de la palabra de Dios que esa palabra se cumple hoy. Es una actualización de la eterna palabra del Señor. Se predica pues en la misa, no por demagogia, como algunos me han acusado, ni porque tengamos manía persecutoria; sino porque queremos iluminar con la palabra eterna del Señor la realidad en que la Iglesia de nuestra Arquidiócesis se mueve y para que todos los que la componemos esta Iglesia, sepamos juzgar las cosas de la historia, no con nuestros criterios personales, sino con la luz de la palabra eterna del Señor, que es la que prevalece para siempre.
Nuestras opiniones, nuestros juicios humanos, son falibles, son de hombre; pero la palabra del Señor no puede fallar. De ahí que un cristiano tiene que aprender a lo largo de toda su vida a iluminar el paso de la historia, los acontecimientos de su vida, con la palabra eterna del Señor. Cuántos acontecimientos en esta historia vertiginosa de nuestra patria en nuestros días hay que iluminar con esta palabra de sabiduría eterna. Cuántos comentarios, por ejemplo, se han oído acerca del asesinato del rector de la universidad y sus dos acompañantes.
No son los juicios humanos, sino el juicio de Dios, el que un cristiano tiene que buscar. Cuántos comentarios también humanos en la fundación de una nueva universidad en nuestra patria. ¿Cuáles son los criterios, las motivaciones? No son los juicios humanos los que hacen la rectitud de una obra, sino a la luz del pensamiento de Dios.
Seguimos lamentando, por ejemplo, a trece días del secuestro de la señora de Chiurato, no saber nada, su familia angustiada, como tantas familias de desaparecidos. No puede ser insensible el corazón de un cristiano ante el sufrimiento de otro cristiano, de otra familia. Si esta voz estuviera llegando a través de la radio a los responsables de esta angustia, yo les suplico, en nombre de la caridad de Cristo, que negocien la libertad de esa pobre señora. Mientras, por una parte, nosotros rezamos, los enfermitos del Hospital de la Providencia, por ejemplo, hacen oraciones especiales en estos casos de angustias. Es el corazón de la Iglesia que desde la enfermedad y del sufrimiento cumple lo que nos ha dicho San Pablo: "Rezad por la necesidad de los hombres".
Así quisimos rezar también el lunes en la capilla del hospital, celebrando una misa por aquel desaparecido, cuya madre llora, no sabe si muerto o vivo, sufriendo cómo, y por cierto una misa que se nos quiso prohibir, como si fuera prohibido rezar por la angustias de la humanidad. Si alguna responsabilidad se quiere caer sobre los participantes de esa misa, yo suplico que toda la responsabilidad me la echen a mí, porque con toda conciencia he celebrado el sacrificio del Señor pidiendo misericordia para la desolación de una familia y para el aparecimiento de una persona injustamente desaparecida.
Y así podríamos analizar muchos otros acontecimientos, hermanos. No estamos ajenos a las preocupaciones de cada uno de ustedes, de sus familias. Sus tribulaciones, sus esperanzas, sus alegrías y tristezas no son ajenas al corazón de la Iglesia. Pero en la imposibilidad de iluminar una a una las circunstancias de una vida tan exuberante, como es la de los salvadoreños, sólo les invito a que analicen, no a la luz de sentimientos de venganza, ni odio, ni de violencia, sino a la luz del amor cristiano, de la palabra de Dios. Sepan interpretar los acontecimientos de su propia vida. Para el cristiano no hay otro criterio más que su fe, su amor, que ilumina la palabra del Señor. Para eso venimos a misa los domingos, para aprender, no lo que dice el obispo, lo que dice el sacerdote; sino que, a través de esa humilde palabra del hombre que habla, el mensaje eterno de Dios es el que tenemos que descubrir, y no tomar la actitud de un desprecio para el hombre que habla, porque no termina en mí el desprecio que puedan hacer a mis actuaciones o mis palabras, sino que llevo la garantía de un Cristo, que dijo a sus predicadores: "El que a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y el que a vosotros oye a mí me oye".
La fe de ustedes, hermanos, sabrá hasta discernir alguna interferencia humana en la que ustedes no estén de acuerdo. Los he invitado mil veces a que en ese caso se dialogue, se corrija, como manda el evangelio; y así tendremos pues que a la luz de un diálogo, de una reflexión sincera, descubrimos qué es lo que Dios piensa. Por eso la Iglesia trata de construirse cada vez más auténtica. Los pasos que vamos dando en esta construcción de nuestra Arquidiócesis en colaboración con los queridos sacerdotes, religiosas y seglares cada vez más comprometidos, cada vez más conscientes de que son Iglesia, podemos destacarlos en estos puntos.
El próximo 26 de septiembre es el cumpleaños octogésimo del Santo Padre. Pablo VI cumple ochenta años con plena lucidez de su mente, con una asistencia especial del Espíritu Santo. Todas las cavilaciones de los periódicos de si va a renunciar, si ya está demasiado viejo, no le toca al hombre discernir. Como San Pablo, el Papa puede decir: "apóstol de Jesucristo, no por voluntad de hombre sino por voluntad aquel que me eligió". Y él sabrá a su tiempo depositar con esa claridad de conciencia que siempre ha tenido, su autoridad, cuando lo crea necesario, o cargar con la Cruz pesada del pontificado hasta el final de su vida.
El próximo domingo aquí a esta misma hora, a las 8, vamos a ofrecer nuestra misa por el cumpleaños del Papa, para que el Señor lo conserve, sobre todo con la lucidez y responsabilidad de ese difícil cargo. Toda esta semana les invito que ofrezcan oraciones especiales por él.
El próximo sábado 24 , será la inauguración de la vicaría episcopal de Chalatenango. Desde esta mañana a las 9, nueve religiosas van a llevar una motivación evangélica espiritual a toda la ciudad. En tres Iglesias serán los centros de evangelización: El Calvario, San Antonio y la Iglesia parroquial y culminará el viernes con una celebración penitencial. Hacemos un llamamiento pues a todos los católicos de la ciudad y del departamento de Chalatenango a participar en esta purificación de conciencia, el próximo viernes por la noche en la iglesia parroquial de Chalatenango, y a las 10 de la mañana el sábado invitamos a todos a ir a inaugurar esta novedad en la pastoral que es una vicaría pastoral, como ya les he explicado, en que el obispo, descentralizando su autoridad, delega gran parte de su episcopado en este sacerdote, que en el caso será el Padre Fabián Amaya, para que, en comunión siempre con el obispo y en colaboración con los sacerdotes, organice y lleve a cabo una pastoral más eficiente en ese fervoroso departamento que nos ha dado tantas vocaciones.
También la vicaría de la Resurrección, que abarca gran parte de las parroquias de la ciudad de San Salvador, está sumamente viva y activa. En la Iglesia de San Francisco ha tenido lugar un curso de comunidades de base, donde se han promovido muchos seglares para ir a crear eso que hoy constituye la unidad básica de la Iglesia, pequeñas comunidades donde la reflexión del evangelio, la vida del amor del cristiano, la vida comunitaria, se hace más humana, más cercana. Todos los católicos ahora son llamados a colaborar en esta forma, crear comunidades, vivir el sacerdocio de su bautismo, en comunión con otros cristianos con quienes compartir la responsabilidad de ser comprometidos con el evangelio de Cristo.
Hay muchas otras actividades, pero baste lo dicho para darnos una idea cómo la Iglesia en nuestra Arquidiócesis, a pesar de las dificultades, quiere ser una Iglesia que responde a su vocación, al llamamiento que el Señor le hace precisamente en estas circunstancias para ser cada día más la auténtica Iglesia de Jesucristo, que no se apoya en fuerzas humanas, sino que eleva lo humano hacia las fuerzas del evangelio que se expresan en esa libertad, en ese espíritu de pobreza, en ese sentido de confianza y de amor en Dios, que es precisamente su valor, su fuerza.
Y aquí quiero enfocar ya las lecturas de hoy. Como ven, todas estas realidades y las que cada uno de ustedes podría enumerar no pueden quedar fuera de la luz del evangelio. Todo el quehacer de la historia tiene un vértice hacia el cual se dirige, al Señor de la historia, Cristo nuestro Señor. Por Él y para Él fueron creadas todas las cosas, y San Pablo les dice a sus cristianos: "Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es Dios". Esta es la jerarquía que nos quiere enseñar la lectura de la palabra divina esta mañana.
En primer lugar, un trasfondo de injusticia; no es invento de los obispos de Medellín. La voz de la primera lectura de hoy es más vigorosa, más fuerte. Se trata de un profeta extraído de la soledad del desierto de Judea, campesino; y sin embargo, a pesar de no querer ser profeta de Dios (es tan difícil el oficio del profeta) obedece, porque el Señor le insiste. Y así va al reino del norte de Israel, donde florece quizá en la cúspide de su gloria ese reino bajo el reinado del rey Jeroboam II. Se han acallado las voces temibles de la Asiria del norte y de Egipto en el sur y hay florecimiento, hay paz, hay tranquilidad. Pero los hombres no sabemos utilizar la paz que Dios nos da, sino únicamente para el desorden. Los tiempos tranquilos se prestan al abuso del negocio; y ahí llega el profeta, en un ambiente tremendo de extorsión, en que el rico quiere acaparar todo, y el pobre es cada vez más pobre y el rico cada vez más rico. A este ambiente de injustas negociaciones, donde hasta la religión se ha comercializado, se aprovechan los novilunios y los sábados, que la ley de Moisés mandaba a descansar y no negociar, precisamente para estar tramando mejores negocios, cómo explotar mejor. A esta gente injusta, que hasta de la religión hace un trampolín para su dinero, se presenta Amós para decirles: "Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer granos". No pensaban en Dios. Pensaban en lo que les produciría el trigo, el grano, pensaban en cómo explotar, como sigue diciendo el profeta: "Disminuís, la bebida aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo", hasta la broza del arroz y del trigo, hasta las tusas, diríamos, se les saca negocio. A esta actitud, el profeta recuerda una cosa: "Jura el Señor por su gloria que no olvidará jamás vuestras acciones".
Este es el respaldo del profeta, que detrás de él es Dios que manda a denunciar las injusticias. Por eso, hermanos, ante la dificultad de denunciar las injusticias, los profetas tenían miedo, porque la venganza es terrible. Pero el mismo tiempo sentía la confianza de un Dios que los respaldaba. "Yo iré contigo,- les decía Dios a los profetas- porque es a mí a quien ofenden cuando ofenden y extorsionan al pobre, al necesitado, cuando lo explotan". Es Dios el que sufre, porque su amor está también ofendido.
También Jesucristo toma la palabra en el evangelio de hoy, para denunciar la injusticia de un administrador infiel. Muchas veces los administradores son más crueles que los mismos dueños. Quien ha compartido la vida de los pobres en haciendas en dificultades se da cuenta qué fanáticos son ciertos administradores para quedar bien con sus patrones estropean, atropellan al pobre necesitado, a quien le quitan el trabajo. Como lo están diciendo ahora allá por Aguilares: "Que te dé trabajo el obispo, que te den trabajo los curas" la burla de la ofensa de la propia dignidad del hombre.
Queridos hermanos, como los obispos en Medellín en el documento de justicia, dicen: "Ya mucho se ha estudiado la situación de América Latina. No es necesario decir más, únicamente concluir que se ha creado una miseria de masas que es una injusticia que clama al cielo". Son palabras del magisterio de la Iglesia en América Latina. Una situación de injusticia que clama al cielo, y esto no puede seguir. Es la necesidad de la transformación, de los cambios necesarios en la cual, labor, todos tenemos que aportar. No todos con la misma eficiencia, porque no todas las riendas de las situaciones, pero sí cada uno, por lo menos. Las lecturas de hoy nos señalan medios muy eficaces, ante todo las ideas. Un cristiano tiene que ser un hombre que combate con ideas, no con la violencia. Jamás me cansaré de repetir: si hay una violencia, la única es la de Cristo en la cruz, que ya dejó matarse para que fuera más justo el mundo, y ésa es la que tenemos que transportar a nosotros mismos, haciéndonos violencia a nuestros egoísmos, a nuestras avaricias; a nuestras envidias -tener que vencer esta lacra de nuestro corazón con estas ideas salvadoras que nos ofrecen las palabras divinas de hoy.
En primer lugar, el valor relativo de los bienes, de los bienes temporales, y el juicio de Dios sobre ellos. Fíjense, la parábola de hoy cómo comienza: "Un rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Que es eso que me cuentan de ti?. Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido". Es la alusión que Cristo hace: los bienes de la tierra son de Dios; el hombre los posee como un administrador y el dueño pedirá cuenta a cada administrador, a cada copropietario, a cada terrateniente de mucho o poco, cómo ha administrado los bienes que Dios creó para el bienestar de toda la humanidad. Hay un juicio de Dios por delante: y cuando Cristo saca la moraleja de su parábola, dice que el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido, porque "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz", y nos invita: "Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas".
Los bienes temporales tienen un valor, no lo vamos a negar. El Concilio Vaticano II ha afirmado que todo cuanto el Creador ha hecho tiene una autonomía, tiene un valor, pero autonomía en el sentido de que cada cosa vale por sí, pero no en el sentido en que hay que prescindir de Dios. Frente a Dios todos los valores de la historia y del mundo son valores relativos. Tanto valen en cuanto cumplen el designio de Dios. ¿Y cuál es el designio de Dios?.
La segunda lectura de hoy es riquísima, hermanos. Yo les invito a que la reflexionen mucho en sus hogares, donde Dios nos describe su designio: "Dios es uno y uno sólo es el mediador de Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". Esta es la verdadera cosa absoluta del cristiano: Dios y su Cristo. Cristo es la riqueza absoluta del hombre. Por ganar a Cristo hay que perderlo todo. El mismo nos decía uno de estos domingos; "El que no renuncia hasta a su misma familia, a sí mismo, por seguirme no es digno de mí". Todo aquel que le da un sentido de idolatría al dinero ya lo está absolutizando. Está haciendo un dios, un becerro de oro, y ante él se postra y hace sacrificios. No le importa mandar a matar gente por conservar esa situación. El único valor para el cristiano es Dios, es Cristo. La única riqueza por la cual vale la pena perderlo todo es aquel que pagó con su vida el precio de mi redención. ¿Pero de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde al final de su vida? ¿De qué le sirve al que gozó todos los bienes de la tierra extorsionando en la forma que ha dicho hoy el profeta Amós, si ahora se lamente, como el rico Epulón hundido en las llamas del infierno, sus riquezas mal administradas? Y por eso, hermanos, porque la Iglesia está puesta para la salvación de todos, como nos ha dicho San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, la salvación de todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, salvación de todos.
A la Iglesia, al evangelio, le duele que haya gente idolatrando al dinero y dé la espalda a Dios, porque está en camino de perdición, se van a condenar. Y porque quiere que se conviertan al único Dios verdadero, les predica la falacia de las cosas de la tierra, lo que todo se queda, como dice la parábola de hoy: cuando todo se quede aquí, encontrar amigos allá donde se pueden recibir en las moradas eternas. Dirán: "Eso está muy lejos, es aquí donde se goza la vida". Se parecen a los niños cuando se les pregunta: ¿Qué es más grande, la luna o el volcán de San Salvador?" y al mirarlo tan cerca al volcán lo ven más grande y dicen: "Más grande es el volcán", y la luna, como está tan lejos, no derivan de la distancia que es inmensamente más grande. Así sucede también con esta miopía de los bienes temporales.
Como los tenemos presentes, como antes el dinero se abren todas las puertas, como el hijo pródigo en los días de bonanza: mientras hay, todos son amigos; pero cuando se pierden todos, se comprende que era más grande la luna, que en el corazón del hombre hay un valor muy infinito, superior a todos los bienes creados y temporales y que por éstos es que hay que luchar, por este corazón que se ha ganado a Cristo precisamente en la medida en que se ha desprendido de las cosas de la tierra, usándolas conforme Dios las quiere.
Aquí quiero hacer un llamamiento a los laicos, ustedes, hermanos, la mayoría que me escucha, los que no son sacerdotes, que por vocación tenemos que servir el ministerio de Dios y los que no son religiosos ni religiosas, que por vocación renuncian con sus tres votos para buscar bienes superiores. Ustedes se quedan en el mundo. El Concilio dice que su vida está como entretejida con los bienes temporales; de ahí la necesidad de tener criterios muy finos para darles a las cosas su verdadero sentido y el peligro tan grande de que viviendo entre las cosas de la tierra vayan a acabar también haciéndose tierra. La necesidad entonces de que el bautizado, el seglar que tiene que manejar las cosas temporales, tenga criterio bien sanos y colaboradores a que este mundo sea conforme al designio de Dios y los bienes estén mejor distribuidos y todos los hombres nos sintamos hijos de Dios.
Porque esto deriva también de esa alianza que Dios con su Iglesia. Como Amós, el profeta de hoy, que se llama precisamente en el Antiguo Testamento el profeta de la justicia social, dice lo que más le duele es porque este pueblo, con esas diferencias sociales, está siendo un antitestimonio de la alianza que ha firmado con su Dios. Y esto podemos decir del pueblo cristiano. Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un antisigno de nuestro cristianismo. Están diciendo ante Dios que creemos más en las cosas de la tierra que en la alianza de amor que hemos firmado con él y que por alianza con Dios todos los hombres debemos de sentirnos hermanos. Si hemos hecho una alianza de pueblo con Dios, este pueblo tiene una ética que Dios la está viviendo en la relación que tenemos con él; y el hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente el prójimo, porque lo extorsiona, porque no lo considera como imagen de dios y como hermano suyo. He aquí pues una lógica de verdadera teología que desde Dios deriva a los hombres, y la Iglesia se titula así: el sacramento de unidad, de la unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
Finalmente, queridos hermanos hay otro mensaje grandioso en la lectura de hoy y que es otra fuerza con la cual el cristiano, la Iglesia tiene que trabajar también por hacer un mundo mejor; y sin esta fuerza de nada sirven todos los esfuerzos de los hombres. Es la que San Pablo nos ha recordado hoy con palabras muy graves: "Te ruego lo primero que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en el mando, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible con toda piedad y decoro". Y al final, volviendo sobre la misma invitación a orar, dice: "Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones". Esta es la colaboración del cristiano ante todo. El cristiano colabora poniendo su fuerza en Dios, sin el cual no es nada el hombre.
Orar "por los reyes y por los que están en el mando". Hermanos, la posición de la Iglesia frente al gobierno no quiere decir que lo ha excomulgado y no reza por él. Yo pido oraciones ahora por los gobernantes, y precisamente cuanto más necesita el país la tranquilidad para vivir en honor, para no vivir estas angustias, que no hay semana en que no anunciemos hechos de sangre, de violencia, de crimen. Es necesario pues una autoridad que cuente con la ayuda de Dios, como dice el salmo "Si el Señor no cuida la ciudad, en vano vigilan todos los que la cuidan". Si el Señor no construye nuestra civilización, en vano se hacen proyectos a espaldas de Dios. Que tengamos en cuenta a nuestro Señor, ustedes también los gobernantes y nosotros el pueblo. Todos, queridos hermanos, tenemos que orar mucho al Señor, cuanto más difícil se tornan las situaciones. Es como que Dios nos está probando para ver si tenemos todavía confianza en él o ya hemos cortado las relaciones con el Señor.
Pero una oración, dice San Pablo, que levanta las manos limpias, una oración de manos limpias. También Dios oye al pecador que levanta sus manos manchadas de sangre. Y ojalá que tantas manos manchadas de sangre en nuestra patria se levantaran al Señor horrorizadas de su mancha para pedir que las limpie él. Pero los que, gracias a Dios, tienen sus manos limpias, los niños, los enfermos, los que sufren levanten sus manos inocentes y sufridas al Señor, como el pueblo de Israel en Egipto. Y el Señor se apiadará y dirá, como en Egipto a Moisés: "He oído el clamor de mi pueblo que gime". Es la oración que Dios no puede dejar de escuchar. Esta es, hermanos, la palabra que nosotros hemos reflexionado hoy; y, como ven, de perfecta actualidad. Aunque sea de un profeta siete siglos antes de Cristo, se torna actualidad ante las injusticias de nuestra gente de hoy. Aunque sea la parábola en un sistema de los tiempos de Cristo, se torna actualidad hoy, como un aviso de que hay un juicio de Dios que espera la vida de cada hombre para pedirle cuenta de su administración y que el hombre debe de imitar en algo la sagacidad de aquel administrador que se ganó amigos aún haciendo fraudes. No es que el evangelio alabe aquí el fraude, hay muchas interpretaciones a este pasaje. Por ejemplo, de que los administradores en tiempo de Cristo eran esclavos y la ganancia de ellos eran los altos intereses que les ponían a las cosas que administraban y entonces un esclavo podía renunciar a sus intereses, "Te perdono los intereses, devuelve sólo lo que le debes a mi Señor", y así no ha habido ningún fraude. Pero aunque hubiera un fraude aquí no se justifica eso. Lo que se justifica aquí, lo que se elogia, es la sagacidad, la astucia de tener previsión en las horas de crisis para cuando me falten estos bienes temporales que no serán eternos sino que los he de usar ahora para hacer caridad, para hacer el bien, para administrar según Dios, y entonces encontraré el juicio de Dios benigno y haya quienes intercedan por mí.
Queridos hermanos, no podía ser más práctica pues la palabra de Dios es nuestra vida. Estamos preocupados de las cosas temporales, sin las cuales no podemos vivir, y por eso es necesario que se organicen mejor según el pensamiento de Dios. Pero la Iglesia no es sociología. Es luz del evangelio, es luz de fe; pero desde la fe ilumina la sociología, la política, la economía, para que los hombres que manejen esas cosas se inspiren, no en sus intereses egoístas, sino en el juicio de Dios, en los designios de Dios al crear un mundo para todos nosotros que somos sus hijos.
Ahora, como hijos de Dios, vamos a acercarnos al altar del Señor y, unidos Cristo, nuestro hermano, que por amor a nosotros se hizo hombre y se hizo víctima, levantemos nuestras manos, limpias o manchadas, pero con una súplica de humildad: "Señor, ten piedad de nosotros".
ÍNDICE GENERAL | CICLO C | ANTERIOR | SIGUIENTE |