LA IGLESIA ESCATOLÓGICA

TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO


6 de Noviembre de 1977

2 Macabeos 7, 1-2. 9-14
2 Tesalonicenses 2, 15 – 3, 5
Lucas 20, 27-38

 

MARCO DE LA HOMILIA

Esta misa, queridos hermanos, cada vez me parece más la reunión de familia, la familia de la comunidad Arquidiócesana que, reunida en la Catedral, templo de la comunidad, y a través de la radio presente también el pastor con muchas comunidades parroquiales, comunidades de base, en ermitas o en hogares, comparte las alegrías, las esperanzas, las angustias, los ideales, que deben ser común para todos nosotros. Y por eso, esta especie de noticiero o de avisos que inicia la homilía no es simplemente por informar. Es para compartir, para los que simpatizan con la Iglesia sientan la unidad de estos ideales, o de estas esperanzas o tristezas, y los que no comparten con nosotros al menos conozcan el camino por donde marcha nuestro pueblo de Dios. Pero me da gusto saber que cada día van aumentando más los que simpatizan con la vida de la Iglesia -no conmigo, yo soy muy secundario como persona, sino con la Iglesia, a la que indignamente yo represento, sabiendo que todo aquel que me aprecia, a Jesucristo, a quien represento, y todos aquellos que me calumnian, que me desprecian, que me persiguen, no es en mi persona donde termina esa actitud de rechazo, sino que rechazan al mismo que me envía-. Yo me alegro, pues, con todos aquellos que cada día se convierten más al Señor. Y ojalá, el fruto de mi palabra, fuera ese acercar los hombres a Dios. Como decía Juan Bautista, este es mi ideal, que él, Jesucristo, crezca y yo disminuya, desaparezca. En este sentido les cuento, hermanos, casi mi diario de esta semana.

El domingo recién pasado, la gran satisfacción de compartir con la feligresía de Cojutepeque su tradicional fiesta de Cristo Rey, a pesar del impedimento que se puso a algunas peregrinaciones. Yo soy testigo, porque llegando a Cojutepeque, vi unas armas deteniendo una peregrinación. Después llegaron, pero no hay necesidad de que se sospeche de gente piadosa que va a tomar parte en estas agrupaciones. Ojalá evitáramos esas provocaciones y que nuestra religión, pues, sea libre en sus reuniones, que las manifieste claramente, son fines piadosos, evangélicos. No hay por qué detenerlas con esa amenaza. Pero la fiesta resultó espléndida. Yo quiero felicitar a los caballeros de Cristo Rey de Cojutepeque y a todos sus peregrinos, a su párroco, por este amor y este entusiasmo por el Cristo Rey de nuestra Iglesia.

Una inesperada visita el lunes a la colonia de Amatepec y sus adyacentes me llenó el alma de mucho gozo. A pesar de ser una cosa improvisada, sentí el calor acogedor de esa gente que cultiva con tanto celo el padre dominico, Luis Bouguet. Yo les aseguro que allí van a hacer una comunidad, entre zonas muy pobres pero con corazones muy ricos.

También me llenó de gran satisfacción mi espíritu la misa que organizaron las hermanas oblatas al Sagrado Corazón, allá en la tumba del Padre Grande, en El Paisnal, el Día de Todos los Santos y como un preludio del Día de Difuntos. Desde el símbolo de esa tumba del Padre Grande y sus dos compañeros que perecieron con él en aquel asesinato de marzo, tuve la intención de rezar por todos los difuntos feligreses de la Arquidiócesis, y desde allí también elevar la vista a la perspectiva de tantos santos que forman parte en aquel cortejo internacional de que nos habla el Apocalipsis de toda raza y pueblo y nación. Y veía, junto al Padre Grande y los que han muerto dando su vida por su fe, por su evangelio, una innumerable cantidad de toda clase de gente nuestra, que rodea allá, entre la muchedumbre cosmopolita del cielo, al Cordero Redentor de los hombres.

Esa misma tarde, Día de Todos los Santos, organizado por las hermanas del Buen Pastor, en la rehabilitación de jóvenes, una ceremonia muy bella de confirmación. Y me confirmo yo mismo en que este sacramento de fortaleza del Espíritu Santo, que es la confirmación debe ser mejor preparado, como lo prepararon las hermanas del Buen Pastor esa tarde. Qué impresionante ver aquel grupo de jóvenes, precedidos por el cirio pascual, que representa a Cristo resucitado, y en torno de ese cirio, renovador los compromisos bautismales y recibir el nuevo don del Espíritu Santo que es la confirmación. Esta mañana vamos a hacer una ceremonia igual en la parroquia de Colón, y desde aquí quisiera llamar a todos los padres de familia, que preparen mejor a sus niños para la confirmación. Les digo con franqueza, esa muchedumbre de confirmaciones en la cripta de la Catedral no me gusta. No me gusta porque muchos no saben lo que reciben y los niños chiquitos no necesitan esa fortaleza que la van a necesitar, sí, cuando estén grandes. Pero es mejor que se preparen, y los párrocos están colaborando ya con esto, a preparar mejor esos grupos de confirmación, que sea verdaderamente lo que la palabra dice, la confirmación de su fe bautismal. La robustece en el Espíritu Santo, sacramento de jóvenes.

En la parroquia de Lourdes, en la escuela de las hermanas de la Asunción, tuvimos también, el miércoles, una reunión muy interesante, en la que se trata ya de planificar la pastoral de esa parroquia. Va a ser de mucha esperanza este trabajo que ya hace mucho tiempo están llevando allí esta comunidad de religiosas.

En Quezaltepeque, también, tuve la felicidad de celebrar el santo humilde y bueno, San Martín de Porres, el 3 de noviembre por la tarde: una comunidad representando en muchos niños y niñas vestidos de San Martín, con su escobita, el llamamiento, el mensaje de San Martín, que no son las posiciones altas, privilegiadas, las que atraen las bendiciones mejores del Señor, sino las almas humildes que, como Martín de Porres, saben hacer de su escoba, de sus quehaceres más humildes o grandes, el instrumento de su santificación. Pero, que el destino del hombre no es tener mucho dinero, tener mucho poder, ser muy vistoso, sino saber cumplir la voluntad de Dios. Este es el mensaje que dejamos en Quezaltepeque, junto al santo negrito, San Martín de Porres.

También quiero alegrarme hermanos, y compartir con ustedes, la profundidad de reflexión que tuvimos con el equipo dirigente del seminario, sacerdotes jóvenes, preparados para formar nuestro futuro clero. Me he dado cuenta de la seriedad, de la profundidad con que han tomado en su ministerio. Yo les pido a todos que tengamos confianza en nuestro seminario y que oremos mucho para que sea verdadero forjador de los apóstoles que necesita hoy la Arquidiócesis, nuestra Iglesia.

Y finalmente, punto de oro de nuestra semana fue la mañana de ayer, en Santiago de María, en comunión con toda la jerarquía, en la presencia de muchas comunidades religiosas, parroquiales; la toma de posesión de nuestro querido hermano, Monseñor Arturo Rivera Damas, de la diócesis de Santiago de María. Valiéndome de sus palabras en su homilía, en aquella muchedumbre que rodeaba el kiosco del parque central, puedo decirles que pocas veces se ha visto en Santiago de María una presencia, un rostro de Iglesia tan elocuente, como el de ayer. Además de toda la jerarquía en pleno y muchos sacerdotes de todas las diócesis y muchos laicos, ese aspecto de muchos religiosos y religiosas daba, pues, una fisonomía de que la Iglesia está muy viva y muy presente en nuestro país, y ayer concretamente en Santiago de María. Quiero reiterar a Monseñor Rivera todos los augurios que se le expresaron ayer y que el domingo pasado, aquí en esta misma cátedra, le manifestamos, de permanecer unidos en la oración y en el trabajo.

Hermanos, también quiero comunicarles dos cartas, entre las numerosas han llegado esta semana. Una del Cardenal Bernardo Alfrink, presidente internacional de Pax Christi. Desde Holanda escribe que está informado de la situación de la Iglesia y dice: "Le suplico manifestar a sus colaboradores y al pueblo de su país nuestros sentimientos de simpatía y solidaridad. Estamos unidos en la oración por la justicia y en su lucha por establecer el respeto a los derechos humanos".

También otra carta importante. Ustedes han oído hablar del Hermano Roger, el famoso monasterio de Taizé. No es un monasterio católico. No es un monasterio tampoco protestante. Es de la comunión cristiana en general. Allá en Francia las puertas amplias para todos los que aman a Cristo en cualquier confesión, católica o protestante. Ha prometido hacer una visita a El Salvador. Ustedes vieron publicada en Orientación una carta abierta que el Hermano Roger escribió al Presidente de la República, pidiéndole, pues su colaboración eficaz en el respeto de los derechos humanos, y su venida será posiblemente, dice su carta, "para que recemos juntos, para escuchar y también para obtener del Señor Presidente la certeza de que cesarán los actos de persecución".

Porque, esto es triste, hermanos, la persecución continúa. En esta semana hemos tenido cosas, noticias muy tristes del departamento de Chalatenango. Pero la más triste, que nos llegaba al fin de semana, es el atropello contra el párroco de Osicala, Padre Miguel Ventura. Ciertamente, no pertenece a nuestra diócesis (es de la diócesis de San Miguel), pero un sentido de solidaridad me lleva a protestar contra este atropello de un hermano sacerdote. Tengo detalles muy crudos de cómo lo amarraron, como a un vil asesino, lo atropellaron, lo tuvieron preso en la policía de Gotera. Junto con él, otros, catequistas también han sufrido y se han desaparecido. No hay tiempo de entrar en detalles, pero sí, ciertamente, para decir que esto no fomenta la opinión de que las relaciones con la Iglesia están mejorando. Y sí quiero recordar que el canon 119 de nuestras leyes eclesiásticas dispone: "Todos los fieles deben a los clérigos reverencia, según sus grados y oficios, y cometen delito de sacrilegio, si infieren a los mismos injuria real". Todo aquel que toca a un sacerdote, mucho más con el espíritu con que tocaron al Padre Miguel Ventura, son reos de sacrilegio, y también sanciona en el canon 2343: "El que impusiere manos violentas en la persona de los clérigos o de religiosos de uno u otro sexo, cae de ipsofacto en excomunión, reservada a su ordinario propio, el cual, si el caso lo exige, debe además castigarlo con otras penas, según su prudente arbitrio". Quiero decir, pues, que todos los que amarraron al Padre Miguel o atropellan a cualquier sacerdote quedan excomulgados por el mismo hecho de hacerlo, y sólo el obispo propio les puede levantar esa sanción. En este caso le toca a Monseñor Álvarez levantar esa pena de excomunión cometida contra uno de sus sacerdotes, o castigar a los reos de sacrilegio con penas mayores.
 

LA IGLESIA ESCATOLOGICA

Creo que basta cuando se ha dicho, hermanos, para comprender, pues, por dónde marchamos en este momento de nuestra Iglesia. Y desde este momento histórico levantamos nuestra mirada, para contemplar en la homilía de hoy, a la luz de las palabras tan bellas que nos han leído la Iglesia y podíamos titular esta homilía: La Iglesia Escatológica. La palabra "escatológico" -ciencia de las cosas últimas- nos evoca que la Iglesia señala al hombre, al pueblo, las cosas últimas, su destino hacia dónde camina, como hombre, como patria, como comunidad; lo escatológico constituye en la teología actual uno de los temas más importantes. Y diría, hermanos, que la escatología, esa ciencia, ese saber, esa experiencia, esa esperanza que el cristiano lleva de las cosas últimas, da a nuestra Iglesia una dinámica muy original, la dinámica de la esperanza, que sólo puede nacer de una fe muy grande. Y San Pablo nos ha dicho hoy tristemente: "La fe no es de todos".

La fe no es de todos; qué lástima me diera pensar que alguno de mis oyentes perteneciera a esta marginación, que la fe no fuera para él, no por culpa de Dios, sino por la mala voluntad, por el corazón que rechaza la predicación o al predicador. No se fijen en mi persona, repugnante para muchos; fíjense en lo que les digo en nombre de aquél que habla con un conocimiento profundo de la escatología. Porque, queridos hermanos, queridos sacerdotes, si acaso me están escuchando algunos -religiosas, religiosos, catequistas, colaboradores del Reino de Dios- el día en que como católicos comprendamos la escatología, desaparecerían de nosotros muchas pequeñeces y divisiones.

Así como decíamos hace dos domingos, de las misiones, el día en que comprendamos este trabajo universal de la Iglesia, esta misión que Dios ha confiado a nuestro pueblo de llevar a todo el mundo el mensaje salvador, desaparecerían, por las exigencias universales, las divisiones. Les hacía un llamamiento a mis hermanos protestantes a luchar, no por sembrar más sectas, no por hacer más picadillo el cristianismo, sino por unir; que nosotros protestantes y católicos, por estar divididos, y más ustedes protestantes, por dividirse en tantas sectas, llamándose todas cristianas profesando todas la Biblia, estamos dando un testimonio espantoso, como si Cristo estuviera partido, decía San Pablo. Si no hay más que un Cristo, y tenemos la obligación de unificarnos en su mensaje, matando en nosotros egoísmos, modos personales de pensar, para presentar la única fe, en el único Cristo, formando el único rebaño que salvará al mundo entero. Pues así también, si esa perspectiva universal no es necesaria para unirnos más, creo que otra dinámica, otra fuerza que nos uniría tremendamente sería esta perspectiva escatológica, el saber que caminamos hacia el mismo rumbo, el saber que somos tripulantes de la misma nave, el saber que es un mismo faro que está iluminado con su misma luz, para atraer la nave en medio de las borrascas del tiempo y de la vida.

¿Qué nos enseña acerca de la escatología este domingo? Y quisiera que se fijaran en esta circunstancia: prácticamente es el último domingo del año eclesiástico; el otro domingo es propiamente el último, pero la Iglesia ha querido coronar el año eclesiástico con la fiesta de Cristo Rey, el otro domingo estaremos celebrando el domingo de Cristo Rey, como corona de todo el año litúrgico, el Rey del tiempo, el Rey de todos los años, corona y principia los años de la vida, por eso hoy, domingo 32 del tiempo ordinario, prácticamente es el fin de año, el último de nuestras reflexiones sobre la Iglesia. Qué oportuno es este fin de año eclesiástico para que la Iglesia, así como nosotros el 31 de diciembre, analicemos qué hemos hecho en el año, hacia dónde están orientados nuestros pensamientos en el año nuevo, la escatología, pues, es como una brújula puesta en nuestra nave para mirar si caminamos bien; y por eso, las lecturas nos hablan de ese más allá: la resurrección.
 

LA RESURRECCIÓN

La primera lectura es uno de los pasajes más heroicos, una epopeya preciosa de la Biblia. A partir de Alejandro Magno, en sus conquistas por el oriente, comenzó para la Tierra Santa un período muy peligroso, que lo continuaron los reyes, los Eléucidas; y en el caso de la lectura de hoy, un rey llamado Antíoco. Era el proceso de helenización; se llama así el querer introducir en Palestina costumbres griegas. Eso quiere decir helenización. Helénico es lo mismo que griego, las costumbres griegas, paganas: gimnasios, estadios. Todo esto iba en muchas cosas contra la ley sagrada de Moisés, y había choque. Siempre que se quieren imponer otros criterios o los sentimientos auténticos del pueblo, hay choque, no hay bienestar. La imposición helénica de Antíoco despertó la sublevación en el pueblo. Una familia Matías con sus siete hijos, el más famoso fue -Judas el Macabeo- lograron organizar el ejército contra esta invasión pagana en la Tierra Santa, y a la luz de ese heroísmo surgían en Palestina hechos muy hermosos.

El que nos ha leído la primera página de hoy nos cuenta el caso de una madre que tenía siete hijos. Madre fiel a la ley del Señor, no quería sacrificar carnes de puerco a los falsos dioses helénicos; y, por no obedecer, fueron martirizados uno por uno sus siete hijos. Y en esa página del libro segundo de los Macabeos -lean el capítulo 7 del segundo libro de los Macabeos, allí tienen una teología del martirio, una teología que hoy necesita mucho nuestro pueblo, la teología del testimonio de fidelidad a la Ley de Dios antes que obedecer a los que profanan la ley del Señor, los derechos del Señor. Sacando el conjunto de las respuestas de los siete niños- o hijos, unos eran más grandes, se concluye que el pensamiento de Israel, privaban estas ideas: Hay que obedecer la Ley de Dios, aun cuando suponga el riesgo de morir.

Qué principio más valiente. Pero esto se afianzaba en una gran esperanza, segundo principio: Porque aquel a quien lo mutilan, le cortan la lengua, los brazos, lo despedazan, por la Ley de Dios, resucitará con sus miembros íntegros, y esa vida que le quitaron los poderes de la tierra, se la devolverá glorificada el Señor. También resucitarán los verdugos, dice la Biblia, pero no para recibir gloria, sino el castigo merecido, la ignominia si no se arrepintieron de su pecado.

Esta teología también nos lleva a este pensamiento: no es que los martirizados sean los santos y los otros sean los malos. También dicen los Macabeos: Dios castiga los pecados de sus hijos por medio del azote de los injustos. Pero mientras que sus hijos castigados por la providencia de Dios van a recibir premio y galardón por su enmienda, los que sirvieron de azote a los hijos de Dios, si no se arrepintieron de sus crímenes, serán echados a la ignominia eterna.
 

CRISTO Y LA RESURRECCIÓN

Qué teología más bella. Es la que luego vemos aplicarse en el evangelio, que nos ha presentado el caso curioso de los siete maridos. Eran hermanos que se fueron casando sucesivamente con una sola mujer. Moría uno, se casaba con el otro. Y preguntan -el ridículo, porque los saduceos no creían en la resurrección, y para burlarse de la resurrección le propusieron a Cristo este pasaje, este caso de conciencia: ¿de cuál de los siete, si es verdad que resucitan todos, de cuál de los siete va a ser la mujer allá en esa resurrección? El caso parece bien planteado; sin embargo, Cristo toma la oportunidad para predicar aquí la relatividad de las cosas temporales. "Se equivocan" -les dice- "No saben ustedes cómo será esa vida de la resurrección". Si es cierto que en esta vida, por una ley de Moisés que se llamaba la Ley del Levirato -la Ley del Levirato ordenaba que si moría un hombre sin dejar hijos, su hermano soltero tenía obligación de casarse con la viuda para dar el nombre de su hermano a un hijo de esa viuda-. El caso es legítimo de los siete que murieron sin tener hijos, pero la resolución es ésta: todas esas leyes del matrimonio, el mismo matrimonio, tiene un sentido relativo, histórico, temporal; solamente es necesario que el hombre y la mujer tengan hijos en esta tierra donde es necesario conservar el género humano, pero en la resurrección donde serán inmortales, no se tendrá en consideración esa relación sexual. No existe el matrimonio. Todos serán como ángeles de Dios. Existirán naturalmente los cuerpos resucitados con todos sus miembros, pero la razón de las funciones de los miembros corporales se transformará. Lean ustedes aquellos capítulos de San Pablo a los Corintios donde les habla que una cosa es el cuerpo que se muere y se entierra, y otra categoría el cuerpo que resucita para la vida eterna, cuerpo espiritual. No se dá en el cielo la necesidad sexual de la carne que exige por esas leyes la procreación. No hay necesidad.

Aquí vamos a sacar una hermosa consecuencia, hermanos. Esta homilía nos da la oportunidad para ver las aberraciones de aquellos que abusan de los placeres sexuales: el evitar los hijos, la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales, el aborto, la prostitución es únicamente poner un uso de funciones corporales al servicio del placer, del egoísmo; y esas cosas las ha dado Dios para fines muy grandes. He aquí lo escatológico la finalidad de lo último. Si frente a las relaciones humanas pensáramos siempre la finalidad de mi vida, no existiría ese desorden que llamamos aquí la explosión demográfica, que no es en el matrimonio precisamente, sino fuera del matrimonio -el machismo, el hombre que va dejando hijos por todas partes, ese es el culpable de la explosión en El Salvador-. Un matrimonio ordenado, todo El Salvador con matrimonios ordenados, no tuviéramos este fenómeno espantoso de tantos hijos sin padre, frutos nada más del placer de un momento de la relación sexual.
 

LO TEMPORAL Y LO ETERNO

Y así de lo demás. Si se tuviera en cuenta lo relativo de lo temporal, los que están en el poder no lo absolutizarían, sino que lo usarían para el bien común. Tuvieran en cuenta que hay un juicio de Dios que va a pedir cuenta, a gobernantes y gobernados, del ejercicio de sus facultades. Y las riquezas: si se tuviera en cuenta que el becerro de oro no es más que un ídolo, que va a desaparecer, que cuando uno muere se va con las manos vacías de todas las cosas temporales. Lo escatológico: si se tuviera la idea escatológica en el uso del dinero, en las relaciones de patronos y obreros, en el trato de los cortadores, si la escatología iluminara esas relaciones, qué relativo parecería todo lo temporal. El dinero, los placeres, el poder es relativo. El mismo matrimonio, que parece tan estable, es relativo. El celibato sacerdotal y religioso es relativo. Si nosotros sacerdotes hemos aceptado una renuncia al matrimonio, tenemos que ser fieles precisamente porque hay que dar testimonio en medio de los casados que las relaciones sexuales sólo tienen un valor relativo, y que los hombres y las mujeres célibes, o que no se casan, los solteros que viven en castidad su soltería, ya están dando testimonio de lo que será la otra vida. Serán como los ángeles, dice Cristo en el evangelio de hoy. No morirán, serán inmortales. No necesitarán las cosas de la carne.

Ojalá, hermanos, que me haga comprender, para que un soplo de espiritualidad sea la mejor respuesta a tantos problemas que han hecho como del sexo el centro de la vida, el centro de las preocupaciones. No es lo sexual lo principal del matrimonio. Es la formación mutua, preparándose para ser un día ángeles en el cielo, santificarse esposa y esposo e hijos en el uso casto y honesto, según la Ley de Dios, de esa institución que se llama el matrimonio. Y por eso, hermanos, como centro de esta escatología, San Pablo en su carta a los Tesalonicenses propone a Cristo, nuestro Señor. Cristo es la explicación del cristiano.
 

LA PERSONA DE CRISTO

Hermanos, cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una persona, que me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo. Ah, a la luz de Cristo, como se lleva castamente el matrimonio. A la luz de Cristo, como se comprende lo escatológico, un hermano mayor que me está esperando, más aún, que ya va conmigo. Porque cuando hablamos de escatología, quisiera grabar esta otra idea: Lo escatológico no es sólo lo que se espera; lo escatológico es lo que ya se tiene, cuando se tiene fe a Cristo en el corazón. No esperamos morir para ser felices; ya somos felices cuando tenemos el Reino de Dios, como decía Cristo: "en vuestros corazones". Cuando Cristo vino hace veinte siglos, comenzó la escatología. Es el último acto de Dios para darle a la historia su sentido final. El sentido final de la historia, el sentido relativo de todas las cosas, lo da Cristo; instaurar todas las cosas en Cristo. Solo aquello que se va apegando a Cristo ya está siendo escatológico. El joven, el matrimonio, el anciano, el enfermo, el que cumple el deber o sufre una pena, si ya la sufre unida íntimamente con cristo, Rey de los siglos, ya está en la escatología. Por eso, en la Iglesia es clásico este movimiento que se expresa con estas palabras: "Ya, todavía no", como un péndulo de un reloj; "ya, todavía no", "ya todavía no". Ese es el cristianismo: ya, ya debo de vivir como si viviera en el cielo; todavía no, porque no se ha manifestado lo que soy; ya, siento mi compromiso con este Cristo, encarnándose en este pueblo al cual debo servir y dar mi vida, aunque no veo el esplendor de la gloria que llevo escondido en mí mismo. Todo aquel que ahora está en gracia de Dios y que se va a acercar a la comunión, ya vive el Reino de Dios, pero todavía, no se le ve lo que es, pero ya lo lleva escondido en su corazón. Eso se llama la escatología presente, o sea que la escatología tiene dos momentos: un presente y un futuro; el presente lo vive la gente de fe, de esperanza. En la marginación, en la pobreza, en la humillación, en la tortura, el hombre ya está viviendo ese cielo, esa esperanza. Y si ahí muere, no ha sido más que el vaso de barro que se quiebra y la luz esplendorosa que ilumina toda su vida.

Vivamos, hermanos, esta escatología. Vivamos ya en reino de los cielos. Y esta será pues, la gran esperanza del evangelio, la que yo quiero predicar con todas mis fuerzas y quisiera imprimir profundo en el corazón de todos. No desesperemos, no busquemos soluciones de violencia, no odiemos, no matemos. Y repito ésto así claramente, porque ayer supe allá por Santiago de María, que ya, según algunos amigos míos, yo he cambiado, que yo ahora he predicado la revolución, el odio, la lucha de clases, que soy comunista. A ustedes les consta cuál es el lenguaje de mi predicación. Un lenguaje que quiere sembrar esperanza, que denuncia sí, la injusticias de la tierra, los abusos del poder, pero no con odio, sino con amor, llamado a conversión, para que todos vivan ya este movimiento escatológico, que es alma y esencia de esta Iglesia animada por el Espíritu de Dios que vive y reina por los siglos de los siglos.
 

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