Queridos hermanos:
Enmarcamos la homilía, que no es otra cosa que la palabra de Dios aplicada a los que estamos reflexionándola en este día, en hechos que nos han conmovido, ya sea en la vida nacional, familiar o privada. En primer lugar, yo quiero unirme a la condolencia de la familia de don Raúl Molina, asesinado ayer en un intento de secuestrarlo, como todos saben. De nuevo el repudio a la violencia, y la Iglesia unida al sufrimiento de las víctimas de la violencia: Esta es la posición clara por la cual duele al corazón del pastor, que se tergiversen sus intenciones y se le calumnie hasta el punto de creerlo instigador de asesinatos. Recordarán ustedes que, también, a los policías muertos les enviamos nuestra condolencia a la familia y repudiamos también el crimen que acaba con la vida. Para don Raúl, pues nuestra oración esta mañana pidiendo su eterno descanso, la misericordia del Señor, y para toda la patria el deseo, pues, de que estas escenas violentas vayan desapareciendo. El otro gran acontecimiento que llena nuestra semana ha sido la manifestación obrero-campesina que sintió el Ministerio de Trabajo. Se pidió la mediación de la Iglesia. Con todo gusto la hemos ofrecido con el mismo espíritu de servicio y de buscar justicia para nuestro pueblo. Al principio se negó. El Señor Presidente nos mandó decir que no negociaría con organizaciones ilegales. A este propósito se comunicó por la radio un comunicado manifestando nuestra buena voluntad, y a pesar del rechazo, invitando al diálogo y a la cordura, que no fuera a haber violencia en esa situación. Gracias a Dios, después fue aceptada la medición y por medio de nuestro estimado Vicario General, Monseñor Urioste, pudo llegarse al arreglo que todos conocen. Esperamos que las promesas hechas ayer sean realizadas con justicia, que las huelgas terminen y que la voz de los campesinos también sea oída.
A este propósito, hermanos, comentando estos hechos, lamentando también otras notas dolorosas de la semana; por ejemplo la visita de dos madres de familia que buscan a José Julio Ayala Mejía, a Víctor Manuel Rivas Guerra, capturados por cinco policías de hacienda, desde el 24 de abril y el desaparecimiento más reciente, el 9 de noviembre, de José Justo Mejía, originario de La Ceiba en Las Vueltas de Chalatenango, capturado también por policías de hacienda. Su esposa con nueve hijos chiquitos sufre este desamparo, como las madres también su orfandad. Reitero pues, el llamamiento de la justicia, que se haga justicia, que si son criminales, se les juzgue, se les castigue, pero que no se castigue a la familia con esta situación de incertidumbre, en la cual siguió también hasta el fin de la familia Chiurato; porque estas violencias y esos atropellos, vengan de donde vengan, ofenden a Dios, lastiman la convivencia nacional, hacen mal, no hacen ningún bien.
En Orientación de esta semana presento, en La Palabra del Arzobispo, el lema de la próxima Jornada Mundial de la Paz. El Papa cada 1º de enero quiere que lo celebremos como Día de la Paz y le señala un lema. El lema para 1978 es éste: "No a la violencia. Sí a la paz". Y en el boletín que presenta esta voluntad del Papa hay un análisis que yo quisiera que no sólo lo leyeran, sino que lo reflexionaran, -dice: "La violencia puede proceder de personas o de grupos entregados a un frenesí de dominio (el poder) o de un frenesí de consumo (el tener)" -(el afán) de tener, la codicia, la avaricia "frenesí que tiende indebidamente a limitar o suprimir la vida de otras personas o de sociedades humanas (racismos, genocidios) e incluso imposición, mantenimiento por la fuerza de una estructura política o económica injusta y discriminatoria".
Son palabras de la Santa Sede. No son palabras demagógicas del obispo de San Salvador. No son palabras subversivas de los obispos del continente en Medellín. Lo que hicieron los obispos en Medellín es darle un nombre a esto que acaba de describir la palabra de la Santa Sede. Los obispos en Medellín dijeron: existe una injusticia, una violencia institucionalizada, un afán, un frenesí vale el poder, -como dice el comunicado- un frenesí de mantener el poder, de mantener la economía, y son capaces, en ese afán de mantenerse, de atropellar vidas y la sociedad entera. Esta es violencia, la violencia institucionalizada. Contra esa violencia no es extraño que surja la violencia reaccionaria, y lo sigue diciendo el comunicado del Vaticano: "La violencia puede caracterizar también la manera de reaccionar de aquellos que están o se creen oprimidos, y cuyo anhelo en la vida y de justicia termina por explotar, violencia de los débiles, de aquellos que están privados de ciertos derechos fundamentales". Existen, pues, dos violencias: la que está oprimiendo de arriba, políticamente, económicamente, y la que reacciona contra esa violencia. "Los dos aspectos- continúa el Vaticano diciendo- "los dos aspectos pueden ser difíciles de separar, y la injusticia puede ser recíproca". En las dos puede haber injusticia. "Evidentemente, en el primer caso" -son palabras del Vaticano- "evidentemente, hay injusticia en la primera violencia, o sea que aquí el documento de la Santa Sede llama injusta a esa situación de opresión, de represión, de querer tener más, de querer ser poderosos, aún reprimiendo a los débiles- "evidentemente, en el primer caso vale pero también con frecuencia en el segundo caso". Nunca voy a defender yo, ni nadie católico puede defender la injusta violencia, aunque proceda del más oprimido. Siempre será una injusticia si traspasa los límites de la Ley de Dios.
Y termina diciendo el comunicado: "El pecado se introduce y tiende a poner nota diabólica en las relaciones de personas en conflicto: (odio, engaño, crueldad, tortura, negligencia de los inocentes, represalias)". En las dos violencias el demonio mete el pecado y si la Iglesia habla contra una y otra violencia, no es porque esté del lado de los ricos o de los pobres, de los poderosos o de los débiles. Está del lado de Cristo, que lucha contra el pecado, dondequiera que esté el pecado, esté en el poder, en la riqueza o esté también en los pobres y en los oprimidos. El pecado está contra Dios, y la violencia que se mancha de pecado es violencia que la Iglesia no puede tolerar.
En este sentido, pues, se celebrará: "No a la violencia. Sí a la paz". Todos aquellos que hayan dicho que yo he iniciado a hechos de violencia, hasta llevar a matar gente, son calumniadores. Y tengo el derecho a llevarlos a los tribunales por calumnia; lo cual, si es necesario, lo haré. La posición de la Iglesia es clara, pues. También hermanos, ante las razones que se pueden oponer al diálogo, yo quiero recordar una frase quizá muy graciosa pero eficaz, del Papa pío XI, hombre que no se puede criticar de débil, hombre que tuvo que enfrentarse a Hitler y a Mussolini. Fue el tiempo de su pontificado. Y decía Pío XI: "El diálogo es el camino de muchas soluciones; y si fuera por el bien de la Iglesia, yo dialogaría hasta con el mismo demonio". No se invoquen razones legalistas, que si es ilegal tal institución, tal organización. Como dice la Imitación de Cristo. "No te fijes quien lo dice; fíjate lo que dice". Dialoguemos con quien quiera que sea. No quiere decir esto es solidarios, cómplices de los pecados de una agrupación. Simplemente escuchemos. Puede haber mucho de justicia en sus reclamos, y hasta el más ilegal puede tener una voz que clama también ilegalidad en el interlocutor. Nuestra radio católica ya comentó: ¿Por qué no se dijo que son ilegales, también las instituciones de FARO y tantas firmas falsas que aparecieron en publicaciones contra la Iglesia?. Cristianos legales con cuántas cosas religiosas auténticas, ¿por qué no se descubre también con cuidado de ilegalidad tantas voces que han insultado y ofendido a la Iglesia?
La necesidad de un diálogo en que intervenga la Iglesia, hermanos, no es un oportunismo. Desde hace 75 o más años, cuando León XIII escribió la encíclica Rerum Novarum justificó por qué la Iglesia era necesario que hablara en asuntos laborales e interviniera en los conflictos de patrono y de obreros, de patronos y trabajadores. Yo he copiado de la encíclica estas palabras para que las reflexionen. Las reflexionemos todos y miremos en esta presencia de Monseñor Urioste ayer en el Ministerio de Trabajo, entre el Gobierno representado por el Ministro y las partes que reclaman, que representaban las huelgas de la fábrica de León, de la fábrica Inca y los deseos de los campesinos de un salario mejor en las cortas, en esa presencia de los tres elementos -también la parte patronal- gobierno, parte patronal y parte obrera, y la Iglesia presente, yo veo un signo de esperanza; porque coincide con este pensamiento de León XIII. En la Rerum Novarum dice: ¿Por qué habla la Iglesia de estos asuntos, por qué tiene que meterse en estas materias?" Verdad es que, esta tan grave situación demanda la cooperación y el esfuerzo de jefes de Estado, de los patronos y ricos, y hasta de los mismos proletarios de la cuya suerte se trata. Pero sin duda alguna, afirmamos que serán vanos cuantos esfuerzos hagan los hombres si desatienden a la Iglesia; porque cuatro razones, fíjense bien: Primera: "la Iglesia es la que saca del evangelio la doctrina que bastan o a dirimir completamente las contiendas o por lo menos a quitarles toda esperanza y hacerlas así más suaves". Esta es la primera razón porque la Iglesia debe estar presente en estas situaciones de conflicto: porque ella es la portadora del evangelio y desde el evangelio saca las razones que puedan dirimir los conflictos o suavizarlos, que no terminen en violencias, ni odios.
Segunda razón: Porque la Iglesia "trabaja no sólo en instruir el entendimiento, sino en regir con sus preceptos la vida y las costumbres de todos y cada uno de los hombres". El señor ministro, los obreros, los campesinos, todos, si de veras somos católicos o creemos en Cristo por lo menos, sabemos que hay una ideología y una moral que tenemos que obedecerla individualmente y colectivamente y la Iglesia es la personera de esa doctrina y de esa moral.
Tercera: "La Iglesia promueve, con muchas instituciones utilísimas el mejoramiento de la situación de los proletarios". Si hubiera tiempo aquí, haríamos una larga lista de la obra que la Iglesia realiza en los barrios, marginados, entre los pobres, entre los obreros campesinos. Es gloria de la Iglesia estar presente promoviendo. Y precisamente porque promueve, se le critica y se le calumnia y se mal informa. Pero, hermanos, me dá mucho gusto pertenecer a esta Iglesia que está despertando la conciencia del campesino, del obrero, no para hacerlo subversivo (ya hemos dicho que la violencia pecadora no es buena) sino para que sepa ser sujeto de su propio destino, que no sea más una masa dormida; que sean hombres que sepan pensar, que sepan exigir. Esta es gloria de la Iglesia, y de ninguna manera se avergüenza cuando se le quiera confundir con otras ideologías, porque ya se ve que es calumnia, que es querer echar humo para confundir y para desprestigiar este papel promotor de la Iglesia.
Y en cuarto lugar: "La Iglesia está presente porque "ella aúna los pensamientos y los esfuerzos de todas las clases sociales para poner remedio a las necesidades de los obreros y para que se crea que se debe emplear también el peso de la ley y debe aceptarse, aun cuando esa ley tiene que darse con peso y medida"; es decir, con justicia, que las leyes no sean solamente los voceros de una clase pudiente y no se quiere oír al trabajador, sino que la ley escucha a uno y a otro. Y entonces; la Iglesia a las leyes justas les dice: vienen de Dios; obedézcanlas los obreros y los patronos. Pero, tienen que ser, pues, leyes como las definía Santo Tomás de Aquino: la ley -dice- "es una ordenación de la razón por aquel que tiene potestad para el bien común". Mientras no realiza estas condiciones, la ley no es ley. Es parcialidad.
Y por eso esperamos, queridos hermanos, que las promesas hechas ayer en el Ministerio de Trabajo no se van a quedar simplemente en un recurso para terminar aquella situación. Las citas que se han dado para esta semana de patronos y obreros, presente la Iglesia, y también de campesinos, presente la Iglesia, no significarán una demagogia de la Iglesia sino una presencia, como lo hemos dicho hoy, presencia del Evangelio, presencia de la paz, presencia del llamamiento justo, aunque cueste, pero que se acepte; y que ojalá, como lo dijo el comunicado de ayer, queden terminadas en esas sesiones los conflictos que han surgido.
Hermanos, en la vida de la Iglesia hemos tenido acontecimientos muy hermosos, pero el tiempo se me ha ido casi por completo.
Quiero felicitar a las comunidades que tuve la dicha de visitar en esta semana: Comunidad de las Carmelitas del Plan del Pino, la fiesta de confirmación y primera comunión en Colón, la visita a la comunidad de religiosas eucarísticas de San Martín, junto con el párroco, para planear una pastoral de Iglesia en aquella población. Lo mismo que la fiesta del patrón, San Martín, el 11 de noviembre. Y las bodas de Plata del Padre Teodoro Alvarenga y bendición de la nueva Iglesia allá en ojos de agua ayer, razón por la cual no pude estar personalmente en el Ministerio de Trabajo, pero fui muy bien representado por nuestro Vicario General. Quiero felicitar también al seminario, que está para salir ya a sus vacaciones -el menor ya salió y sobre todo por la promoción vocacional que ha superado nuestras esperanzas. Ha sido también un signo de los tiempos, que me anima mucho el corazón, ver la inmensa cantidad de jóvenes. No se han podido aceptar todos para llenar las filas del seminario, muchos de ellos ya bachilleres.
La Palabra de Dios, hermanos, que ilumina todo esto, nos llena de mucho consuelo. Es el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. El próximo domingo será ya Cristo Rey, clausura del año litúrgico, ya como terminando este tiempo del año de la Iglesia, la perspectiva de la Iglesia es lo que decíamos el domingo pasado. Y voy a subrayar esa idea, porque es muy importante tenerla en cuenta, el sentido escatológico de la Iglesia (ya les explicaba esa palabra) significa lo último, la finalidad de la historia y del hombre, hacia dónde marcha esta sociedad, esta Iglesia, porque todo hombre, toda organización que no tenga un sentido de finalidad es irracional. ¿Cómo pueden vivir los hombres sin fe?¿Cómo pueden organizarse los hombres sólo para cosas de la tierra, sin una finalidad escatológica? La Iglesia por eso habla en los conflictos, por eso tiene también una palabra eficaz en las situaciones difíciles de la tierra, porque ella no pierde nunca de vista su perspectiva eterna: ¿Para qué han sido creados los hombres?, ¿Para qué se organizan los países? ¿Para qué se organizan las agrupaciones? Por eso, Pablo VI, hablando de la liberación y de la aportación que la Iglesia está haciendo a la liberación del hombre, llama a los liberadores a que no pierdan de vista este sentido escatológico, porque es el que le da fuerza y originalidad a la participación de la Iglesia en las fuerzas liberadoras.
Desde esta perspectiva escatológica la Iglesia se define; no se confunde con movimientos liberacionistas de la tierra. Por eso, es ridículo decir que los sacerdotes son comunistas. Es ridículo decir que un catequista que predica la doctrina de la Iglesia se vuelve marxista. En lo que tiene de ateísmo, de materialismo, de lucha de clases sólo para la tierra, es imposible que la Iglesia puede ser así. Naturalmente, que desde la perspectiva de la tierra, donde reina el pecado y la injusticia, se pueden confundir los reclamos del comunismo, de las organizaciones de obreros, campesinos, y de la Iglesia; pero la Iglesia conserva su mirada siempre en alto para ver el fin hacia donde va esta liberación. ¿De qué serviría que los cortadores ganaran mucho dinero si eso va a terminar a las cantinas, a los burdeles, como tristemente sucede? ¿De qué serviría predicar la promoción del hombre si los hombres se promovieran únicamente para tener más dinero? ¿De qué sirve ir a una universidad, ganar un título, ser un profesional, si solamente se pone la ilusión en ganar, ganar más, el frenesí de tener, como dice el documento que he leído hoy? Muchos para eso estudian, para eso trabajan, para tener dinero. Han perdido la visión escatología.
Hoy nos habla la primera lectura, del profeta Malaquías, una palabra que entre los profetas es clásica, el día del Señor. Se presentó antes del exilio de Babilonia, como un día de castigo: este pueblo está abusando, se han olvidado de la alianza con el Señor, hay injusticia, los poderosos abusan de su poder, los ricos explotan al pobre; vendrá el día del Señor. Y cuando vino el día de la exportación de los israelitas a Babilonia, reyes poderosos y pueblos todos fueron llevados. El día del Señor había llegado. Entonces los profetas le dan otro tono al día del Señor. Es la esperanza. Los profetas predican al pueblo en exilio: vendrá el día de la esperanza. Vivamos la esperanza. Vendrá el día del retorno. Y Dios visitaba al pueblo oprimido, sufriente como en Egipto o en Babilonia por medio de sus predicadores, de sus profetas, sembrando esperanzas; y retornó el pueblo a Jerusalén. El templo era como el símbolo de aquel Dios que socorría en las necesidades. El día del Señor se hacía entonces esperanza. Se hacía un día de justicia. Se ha hecho justicia. Y esto significa en el fondo, la expresión bíblica: vendrá el día del Señor, el día del juicio, el día en que juzgará Dios la historia, el día en que cada hombre se presenta en la hora de su muerte para dar cuenta de sus obras. Este es el día del Señor. El día de nuestra muerte no hay que temerlo. Hay que esperarlo, como lo esperaba Francisco de Asís, la muerte, "mi hermana muerte", la gran liberadora, si se ha vivido como Francisco de Asís, si se ha vivido con sentido de escatología, esperando el día de la liberación esperando el retorno de la Babilonia, esperando la liberación de Egipto, esperando la redención eterna de aquel Cristo resucitado que no puede morir. Este es el día del Señor que anuncian las lecturas de hoy.
Hermanos, sobre todos nosotros está puesto el día del Señor. Es para mí un honor inmenso el repetir aquí las palabras de los profetas anunciando el castigo al pueblo que no se quiere convertir y anunciando la esperanza a los pueblos que, como en Egipto y en Babilonia, viven esperando más justicia, más amor, más paz. Vendrá, esperemos; vendrá, no nos desesperemos. Esta espera, que Jesucristo también menciona en el Evangelio de hoy cuando ante un aparente imposible, imagínense ustedes que alguien les dice: esta Catedral tan hermosa se va a derrumbar, y no quedará piedra sobre piedra. Era la impresión que recibieron los apóstoles cuando Cristo les habla del templo de Jerusalén, mucho más hermoso que nuestra Catedral, templo que era el centro de la teocracia de una nación, templo que era el símbolo no sólo de la religión, sino de la patria, que un Cristo se presente y les diga: "Miren qué piedras más bellas, miren qué construcción más admirable. Sin embargo, yo les digo, no quedará piedra sobre piedra". Dirían que era un loco. Y así lo tomaron, porque, el evangelio dice, no comprendieron hasta que resucitó de entre los muertos y sucedieron las cosas que sucedieron el año 70. Se cree que San Lucas pudo escribir después del año 70, cuando los ejércitos romanos asediaron Jerusalén, la tomaron y destruyeron el templo; no quedó piedra sobre piedra. Los apóstoles, que no vivieron esa hora, cuando Cristo se las anunciaba, se sorprendían y le preguntaron: "Maestro, ¿Cuándo va a ser esto? ¿Cuál será la señal de que todo esto va a pasar?" Y entonces Cristo aprovecha, como los profetas, de un hecho histórico, de la prevariación del pueblo, de la exportación a Babilonia. De esa historia se remontan al final definitivo de los tiempos.
Entonces, es cuando Cristo anuncia el juicio que vendrá a juzgar a vivos y muertos, como dice nuestro Credo. Ve la doble perspectiva del evangelio y de las profecías de la Biblia, hechos históricos que nos tocan vivir a nosotros nos deben remontar a la meta de la historia, a la muerte de cada uno de nosotros, al final de nuestra existencia. Esto se llama la escatología, y esa espera del día del Señor la teología lo llama la Parusía: la esperanza de la segunda venida de Cristo.
Volverá Cristo. Esta es la dificultad del cristianismo, vivir entre las dos venidas de Cristo: vino humilde, hecho niño para sufrir, para salvar al mundo; resucitó y ahora vive presente en su Iglesia, pero de una forma invisible. Esta Iglesia, como la esposa que tiene lejos a su esposo, suspira por él. La Iglesia vive esta esperanza. Lo van a decir ustedes, voz de la Iglesia, cuando yo levante la hostia, que es Cristo todavía oculto, y les diga: "Este es el misterio de nuestra fe", nuestra esperanza, este Cristo que les enseño y que no lo vemos. Entonces el pueblo grita como la esposa enamorada: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección -es decir, vives- ven, Señor Jesús".
Ven: este es el grito de que vive la Iglesia. Ven, la esperanza del corazón. Dichosos los que pueden decir que están esperando, como comparó Cristo: el guardián que está en la noche en la casa, esperando a qué hora vendrá de la fiesta el patrón, no duerme; está esperando. Así debe ser la vida cristiana. Se predica tan intensamente esta segunda venida de Cristo en los primeros tiempos que muchos llegaron a pensar que ya era próxima, pero el evangelio de San Lucas, hablando el mismo Cristo, nos desengaña: "Cuando, que nadie os engañe, porque muchos vendrán usando mi nombre y diciendo: yo soy; o bien: el momento está cerca. No vayáis tras ellos. Cuando oigáis todo esto, sabed que primero habrá guerra, revoluciones", y sigue anunciando también la persecución.
Esto es lo difícil del cristianismo: ¿Cuándo vendrá el Señor? ¿Cuándo, esta esposa amada que anhela ya la felicidad de vivir junto a su esposo ha de realizar sus ideales? Mientras no llegue esa hora, hermanos, San Pablo denuncia el mismo error en la comunidad de Tesalónica. La carta, hay dos cartas de San Pablo a los Tesalonicenses y son las dos cartas de la Biblia que contienen la mejor doctrina sobre la escatología, porque el error que San Pablo trata de corregir es que esta espera de la vuelta del Señor no es tan próxima y que muchos engañados por esa proximidad ya no trabajan. ¡Qué error más grave! Y San Pablo llega a decir esa palabra dura: "Trabajen, porque el que no trabaja que no coma".
Ven aquí, cómo la Iglesia, esperando su cielo no se olvida de la tierra. Proclama la necesidad del trabajo y de pagar justo al trabajador, de hacer de esta tierra, que no sabemos cuánto va a durar, una antesala de esa espera, de ese cielo. El que con una esperanza del cielo se descuida de sus deberes temporales, dice el Concilio Vaticano II, ofende a Dios, no hace el bien al prójimo y pone en peligro su propia salvación. Los perezosos no entrarán al cielo. Los que no se promueven y no trabajan no entrarán en este reino de la diligencia del amor, porque la primera caridad es no ser carga de otros. Y San Pablo decía: "Aprendan de mí, yo que como apóstol podría exigirles que me ayudaran a dedicarme únicamente a mi predicación. Miren cómo trabajo". Y San Pablo trabajaba; era tejedor. Y mientras no predicaba, estaba tejiendo, haciendo sus tejidos para luego venderlos, y con eso comer y dar limosna y no ser carga de nadie. Por eso, la Iglesia no predica la subversión. Una manifestación que no tuviera como objeto el reclamo de cosas justas, sino simplemente ir a hacer el mal, la Iglesia la reprobaría.
Hermanos, la Iglesia, en este tiempo de espera que no sabe si será mañana o será después de muchos años o siglos, lo que hace es tener alerta a sus cristianos, alerta porque el día del Señor vendrá cuando menos lo esperen. El Evangelio está lleno de estas sorpresas, como el ladrón que llega cuando menos lo esperan, como las vírgenes que se durmieron y cuando llegó el esposo tenían sus lámparas apegados. "Vigilad -les dice Cristo- porque no sabéis el día ni la hora". ¿Qué hacemos mientras tanto?
Mientras tanto, hermanos, el trabajo, como dice San Pablo; y también el trabajo íntimo de cada uno, que es… Cristo nos predica: vivir fieles al Reino de Dios. Y si por eso ha de venir la persecución, qué hermoso es recordar estas palabras de Cristo a la Arquidiócesis de San Salvador: "Antes de todo esto, antes del día del Señor, os echarán mano; os perseguirán, entregándoos a los tribunales, a la cárcel; y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Así tendréis ocasión de dar testimonio".
¿Por qué se asustan de que la Iglesia diga que es perseguida, si está anunciado por el mismo Cristo que su vida será persecución, que la Iglesia no puede ser halagada cuando predica contra los abusos, los abusivos tienen que perseguirla? Aquí en el comunicado que la Santa Sede hace del lema del Papa, no a la violencia, sí a la paz yo, presentando esto (lo leyeron en La Prensa Gráfica del viernes, que tuvo la bondad de publicarme también el artículo) les digo: cuando acusan al Arzobispo de sus sermones subversivos, cuando tienen el valor hasta de decir que por su culpa han matado dos policías en el cementerio, cuando acusan a la Iglesia de violenta, ya que conocemos las dos clases de violencia, ¿quiénes son más violentos? Los que tratan de mantener esa violencia institucionalizada y quieren desacreditar la voz de la Iglesia que no está de acuerdo con ella, ¿no están diciendo con esa misma calumnia que pertenecen al grupo de los violentos?
La Iglesia, hermanos, sabe que tiene que ser perseguido. Pero hay una cosa muy hermosa, cuando Cristo ahora nos dice: "Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro". Esta es otra alegría de la Iglesia en El Salvador. Lo que hemos predicado ha salido por radio. Lo oye quien quiere y, si son imparciales y justos, jamás podrán criticarme de un crimen, como el que inicuamente quisieron atribuirme. "Al público he predicado -decía Cristo- pregunten a los que me han oído", jamás una palabra de violencia. Gracias a Dios, el Espíritu del Señor me ayuda a decir lo que tengo que decir y siento mi conciencia tranquila de estar diciendo lo que debo decir.
Pasó esta semana por aquí un alto personero de Estados Unidos y cuando le conté toda la situación y mi posición, hombre santo, esperó mucho largo para dar su juicio. "¿Qué piensa?" vale digo. "Después de todo" -me dice- "Veo las cosas más claras, y pienso que ustedes están en lo justo". "Le doy gracias -le dije- porque esa palabra no la oigo ni en mi propia patria" - del pueblo si, que está solidario cada vez más con esta voz que anuncia la verdad. El Espíritu de Dios pone, de veras, lo que dice el evangelio de hoy, las palabras que se deben de decir. Es natural que la interferencia humana, mis defectos, mis errores, mis limitaciones, pueden inferir con pensamientos falsos, palabras tal vez disonantes; pero entonces, hermanos, háganme la caridad de corregirme, dígame qué no les parece, dialoguémoslo, como lo he hecho muchas veces. Y ojalá pueda ser más fiel al pensamiento que tengo que transmitir, el de nuestro Señor. Y me da más alegría todavía cuando el evangelio termina diciendo: "Hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán; y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre".
Hermanos, ¿quieren saber si su cristianismo es auténtico? Aquí está la piedra de toque: ¿con quiénes estás bien, quiénes te critican, quiénes no te admiten, quiénes te halagan? Conoce allí que Cristo dijo un día: "No he venido a traer la paz, sino la división; y habrá división hasta en la misma familia", porque unos quieren vivir más cómodamente, según los principios del mundo, del poder y del dinero, y otros en cambio han comprendido el llamamiento de Cristo y tienen que rechazar todo lo que no puede ser justo en el mundo.
Y termina el evangelio: "Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". Que venga el día del Señor cuando quiera, lo que importa es estar perseverante con Cristo, fiel a su doctrina, no traicionarlo. Me da lástima, hermanos: muchos traidores, cristianos que ahora son espías, cristianos que ahora nos persiguen, cristianos que se apartan avergonzados de su obispo y de sus sacerdotes. Pero, la confianza de aquellos que permanecen fieles me llena de veras de valor. Y yo les digo, hermanos: no nos asustemos. La palabra no es mía, sino del evangelio en el último domingo del año eclesiástico, como lanzando una perspectiva al futuro. No sabemos cuándo vendrá el Señor que esperamos, y dichosos los que se mantengan fieles a esa espera, porque los recibirá con el cariño con que un esposo abraza a su esposa lejana para vivir ya siempre y no separarse más de ella. Esta es la Iglesia. En el corazón de cada uno de ustedes está la Iglesia. Debe vivir la esperanza, la alegría, el valor, la fortaleza para no traicionar al esposo para que, cuando venga, seamos felices en el abrazo del Señor. Así sea.
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