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Nos levantaremos, pues
No terminamos de procesar una tragedia y se nos viene otra encima. Todavía se llora a los muertos por la masacre de Totonicapán y ahora nos llega la muerte en forma de terremoto. Un movimiento de tierra que con 36 años de distancia de su predecesor, en 1976, vuelve a golpear de sopetón a la pobreza con rostro de provincia.
El departamento de San Marcos y su ciudad emblema, San Pedro Sacatepéquez, así como San Cristóbal Cucho, entre otros, fueron golpeados por la acción terrenal. Como si no tuvieran suficiente ya con la destrucción de sus montañas por la acción de la mina Marlin, San Marcos, la tierra del Valle de la Esmeralda, pierde hijos e hijas soterradas por el temblor. Quezaltenango, Totonicapán, Sololá, Sacatepéquez, Quiché y Guatemala, son los otros departamentos a los que tocó el terremoto y en donde también, vuelve a anidarse la tristeza.
A estas horas, probablemente ya estén en funcionamiento las redes de apoyo. Es lo natural y normal cuando una tragedia golpea en Guatemala. Fueron las gentes quienes en 1976, ante el espasmo oficial, iniciaron con las tareas de socorro. De atención en la emergencia pasaron a las de sostenibilidad en la reconstrucción y asumieron la gigantesca tarea de hacernos levantar.
Esta vez, según se entiende por la publicación de los medios, la respuesta oficial ha sido pronta en el rescate. Como siempre, los cuerpos de bomberos voluntarios y municipales, han sido el pilar esencial en la emergencia. Desde otros departamentos menos golpeados, han corrido con el ulular de las sirenas en la ruta, para auxiliar a sus colegas y a las gentes en San Marcos y Quezaltenango.
Son cuerpos de socorro a los cuales, el sistema político les niega, permanentemente, los recursos para su labor. Hombres y mujeres con casco rojo o negro, con emblemas bomberiles y con alcancías, suelen ser la bienvenida a ciudades de provincia. Es la forma de agenciarse de recursos para la supervivencia de sus estaciones, porque no hay presupuesto oficial que cubra sus necesidades y con las de ellos, las de la población que se beneficia de su labor. De mano en mano va la ayuda para esos cuerpos que luego ayuda a canalizar la de urgencia en estas tragedias. De mano en mano va el apoyo para quienes necesitan de auxilio a corto plazo.
Y para el mediano y el largo plazo, vuelven las gentes, las organizadas comunitariamente, a sostener los pilares del apoyo solidario para levantar lo caído. En los albergues se encuentra el auxilio inmediato y en eso se ha ido alcanzando una especialidad logística y funcional, relativamente ágil y efectiva. Pero luego viene la reincorporación que no siempre es atendida oficialmente. Entonces, las gentes, salen a cumplir solidariamente, hermanadamente, la labor que el entramado oficial no es capaz de resolver.
Allí es donde se volverá a necesitar del apoyo sostenido, como lo hubo en 1976. Allí hará falta el cariño social de la comunidad y el trabajo individual sumado colectivamente. Allí hará falta la organización de base, esa a la que tanto temen las autoridades pero que en definitiva es la que se mantiene y nos hace levantarnos. Allí hará falta el liderazgo local, el de verdad, no el que se adorna con billetes para llegar al Congreso. Allí, sin carteles ni consignas, con la natural autoridad otorgada por el servicio, se levantará el rostro de la fraternidad, multicultural y multilingüe.
Con esa ayuda sostenida, la de la fila de hormigas en la comunidad, desde la ciudad hasta la provincia, con la organización del panal o el hormiguero, podremos salir adelante y levantarnos. Sobre los hombros de la organización comunitaria y social del terremoto anterior, del Mitch, del Agatha, del Stan, de tantos nombres que adornan los fenómenos naturales que desnudan nuestras desgracias sociales, nos levantaremos, pues.
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