Se encuentra usted aquí
MONSEÑOR OSCAR ROMERO. La espiritualidad cristiana en medio del conflicto.
I
El 24 de marzo de 1980, el entonces arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, celebraba la Eucaristía en la capilla de El Hospitalito, un hospital de enfermos terminales de cáncer atendido por una comunidad de religiosas. El arzobispo habitaba en un pequeño departamento a la entrada de dicho recinto y que hoy se ha convertido en lugar de peregrinación.
Un disparo ejecutado por un sicario de la oligarquía y del ejército salvadoreños acabó con la vida del arzobispo. Este hecho conmovió a El Salvador y ha continuado conmoviendo a los cristianos y a las personas de buena voluntad de todo el mundo.
El 23 de mayo de 2015 se ha realizado la ceremonia de beatificación de Monseñor Romero tras haberse reconocido su carácter de mártir, esto es, fiel testigo de la vida y del mensaje de Jesús.
Las dos fechas antes mencionadas no han sido frutos del azar, sino que ambas corresponden a hitos de una vida de fe expresada en obras de justicia. Y estas obras son la proyección de una profunda espiritualidad vivida en medio de los violentos conflictos de El Salvador y que Monseñor Romero asumió con la responsabilidad propia de un auténtico pastor.
II
En 1937, Romero viajó a Roma a estudiar teología. Ya sacerdote y de regreso en su país, se manifestó como un hombre reservado, estudioso, conservador y cercano a los sectores poderosos. No obstante, su rectitud de conciencia y su cercanía con los jesuitas de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) le condujeron gradualmente a reconocer la dolorosa situación de su pueblo, lo que lo llevó a afirmar que “cuando huimos de la realidad, huimos de Dios”.
Su vinculación con los pobres y con sacerdotes y laicos lúcidos e imbuidos del espíritu del Concilio Vaticano II (1962-1965) y de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968) encaminaron su conversión hacia una concepción de Iglesia Pueblo de Dios. Ello es expresado en una de sus homilías, en la que señaló que “una verdadera conversión cristiana tiene que descubrir los mecanismos sociales que hacen del obrero o del campesino personas marginadas. Estos mecanismos se deben descubrir no como quien estudia sociología o economía, sino como cristianos, para no ser cómplices de esta maquinaria que está haciendo cada vez más gente pobre, marginados, indigentes”. (16-12-1979).
Monseñor Romero enfrentó la miseria de la mayor parte del pueblo salvadoreño que vivía bajo una creciente represión estatal y oligárquica. Ello le permitió darse cuenta de la dimensión estructural de los problemas, por lo que decidió abordar una de las situaciones más candentes del país: la necesidad de reforma agraria. Este proceso fue anunciado por las autoridades, pero se diluyó para ser seguido por una violenta represión. Ejemplo de ello fue la matanza de más de cien personas (28-2-1976), en medio de una huelga de protesta por un fraude electoral.
Paralelamente, los Documentos de Medellín postulaban la aplicación de una pastoral concientizadora y liberadora, consistente en la unión de la fe y la justicia. Los campesinos fueron descubriendo que la pobreza y la opresión eran temas recurrentes en la Biblia y que Dios siempre tomaba partido por las víctimas. Los terratenientes se vieron amenazados en sus intereses por lo que comenzó la persecución a la Iglesia mediante detenciones, torturas y expulsiones del país de sacerdotes y líderes cristianos.
El jesuita Rutilio Grande, seguidor de la Iglesia post Concilio Vaticano II y amigo de Monseñor Romero, el 12 de marzo de 1977 fue asesinado junto a dos campesinos. Al ver el cadáver de Rutilio, Monseñor Romero afirmó: “Si le han asesinado por lo que hizo, entonces yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”.
Tras este nuevo crimen, Monseñor Romero se negó a participar de actos oficiales del gobierno mientras no se aclarase dicho asesinato y decidió la celebración de una sola misa en la Catedral para toda la arquidiócesis de San Salvador. El gobierno y el nuncio intentaron impedirlo, por temor a una gran movilización popular.
A la misa acudieron más de cien mil personas y en la homilía el arzobispo advirtió: “El que toca a uno de mis sacerdotes, a mí me toca”. El gobierno y la oligarquía –ambos constituidos por católicos- ofrecieron a Monseñor Romero un automóvil y la construcción de un palacio episcopal si dejaba de predicar sobre la justicia social y los derechos de los pobres, lo que fue ostensiblemente rechazado por el prelado. Ello significó el incremento de la represión del ejército contra los campesinos, el ataque a templos donde lanzaban disparos hacia los tabernáculos, pisoteaban hostias consagradas y distribuían volantes con amenazas tales como: “Haga patria. ¡Mate a un cura!”.
“Romero se convirtió en líder de los salvadoreños. Nada importante pasó desde entonces en el país, sin que todos se volvieran hacia Monseñor Romero”, ha afirmado Jon Sobrino, teólogo de la UCA.
Mientras, la oligarquía realizaba una furiosa campaña contra Monseñor Romero y, por su lado, el escuadrón de la muerte “Unión Guerrera Blanca” exigía a los jesuitas de la UCA que abandonaran el país pues, de lo contrario, todos ellos y sus instalaciones se convertirían en “blancos militares”, por ser considerados instigadores de la línea pastoral del arzobispo. Monseñor Romero se alineó junto a los jesuitas y estos se quedaron en país. Años más tarde, en 1989, efectivamente fueron asesinados.
III
Al escuchar a su pueblo, Monseñor Romero había aprendido cuáles eran las causas de la injusticia del sistema imperante. La “salvación eterna” y la “justicia terrenal” debían ir unidas entre sí, porque “si la Iglesia es fiel a su misión de denunciar el pecado que pone a muchos en la miseria y si proclama la esperanza de un mundo más justo y humano, entonces es perseguida y calumniada y llamada subversiva y comunista”, dijo a través de la segunda de sus cuatro cartas pastorales.
Su profunda vida de oración y su auténtica espiritualidad le habían llevado a comprender que la fe se encuentra en la historia y que la oración no es “rezar mucho”, sino que es “pensar en el sentido propio y del mundo” y forma parte de la espiritualidad. Es esta espiritualidad lo que proporcionó a Monseñor Romero su transformación interior y el valor para afrontar el conflicto desde la fe. Porque él es un ejemplo del desarrollo de la espiritualidad en medio del conflicto. Y desde el conflicto hizo propuestas humanizadoras para un nuevo modelo de sociedad, indispensables para El Salvador y para toda América Latina de ayer y de hoy. Porque “la espiritualidad cristiana consiste en vivir según el Espíritu de Jesús. No es huir a zonas extratrerrestres, sino dejarnos conducir desde dentro por este mismo Espíritu que llevó a Jesús a superar la tentación de la riqueza y a pasar por el mundo haciendo el bien, liberando a las personas de toda forma de esclavitud, defendiendo la vida amenazada, ofreciendo vida en abundancia, aunque esto le llevase al conflicto y a su ejecución en la cruz”. (Codina, Víctor, “Espiritualidad para este tiempo de crisis”, en revista “Exodo” Nº 115, Madrid, octubre de 2012, pág. 47). Es esto lo que movió a Monseñor Romero a orientar a su pueblo en búsqueda de la paz a través de su palabra clara e impregnada de la verdad. Ello es ratificado por el magisterio de la Iglesia que señala que “la acción a favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, la misión de la Iglesia para la redención del género humano y liberación de toda situación opresiva”. (Sínodo sobre la justicia en el mundo. – (1971). – Introducción).
Monseñor Romero evitó la pseudo espiritualidad como fuga de la realidad. Al contrario, asumió que las víctimas de la historia no pueden estar nunca fuera del discurso sobre Dios, puesto que la espiritualidad cristiana es la que se ocupa de la vida de los demás. Porque “sólo el hombre que ha alcanzado plenamente su propia identidad espiritual puede vivir sin la necesidad de odiar, y sin necesidad de una doctrina que le permita incluso matar con buena conciencia”. (Merton, Thomas, “Incursiones en lo indecible”. Plaza y Janés Editores, Barcelona, 1967, pág. 25). Mahatma Gandhi también fue fruto de una espiritualidad profunda. Lo reafirma su lucha no violenta, en la que su única arma era la ausencia de miedo a los opresores, a quienes les decía: “no tenemos miedo a la muerte, y por eso no os tenemos miedo a vosotros”. La fuerza del espíritu es el fundamento del valor moral y el valor moral es el que ha ganado las verdaderas batallas de la historia y del espíritu.
IV
En su último retiro espiritual (lunes 25 de febrero de 1980, en la Casa de Religiosas Pasionistas, en compañía de los sacerdotes de la Vicaría de Chalatenango), Monseñor Romero reconoce ser una figura pública que requería alimentar su espíritu de Dios, en la soledad del corazón y que es donde aparece la raíz última desde donde creció el árbol frondoso de su palabra, de su misericordia y de su compromiso con el pueblo y la Iglesia salvadoreña.
Su diario espiritual reproduce la meditación introductoria que surge de las preguntas: “¿Por qué y para qué hemos venido?”. La transcripción literal de sus palabras, parecieran reproducir un nuevo Monte de los Olivos: Monseñor Romero se respondió que “Jesús se acerca a las personas en su respectiva situación: la mía es muy importante, tengo conciencia de ser el Pastor de una Diócesis que es responsable de toda la Iglesia del país.
Siento que aún políticamente tengo una palabra muy influyente.
Temo a las influencias ideológicas y políticas, soy muy influenciable y son muy posibles las influencias.
Temo que mis consejeros más íntimos crean que ya no influyen en mí y se callen o se resientan.
Deseo encontrarme con Jesús y participar de su obediencia al plan salvífico de Dios.
Pido perdón a Dios por las interferencias humanas en mi actuación como instrumento suyo.
Quiero que estos ejercicios me hagan más íntimamente unido con su voluntad.
Le pido que me haga más transparente de su amor, de su justicia, de su verdad.
Siento temor a la violencia en mi persona. Se me ha advertido de serias amenazas precisamente para esta semana.
Temo por la debilidad de mi carne, pero pido al Señor que me dé serenidad y perseverancia. Y también humildad porque siento también la tentación de la vanidad”.
De su confesión en el mismo retiro, Monseñor Romero expresa algunos temores: “no ser tan cuidadoso como antes con mis confesiones de ejercicios y con mis confesiones ordinarias y en general con mi vida espiritual”. (…) “Mi otro temor es acerca del riesgos de mi vida. Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible” (…) “Las circunstancias desconocidos se vivirán con la gracia de Dios. El asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle el último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para El”. (…) “Otro aspecto de consulta espiritual fue mi situación conflictiva con los otros obispos. Si me critican mi actuación pastoral, ¿qué otra alternativa me proponen? Y me he confirmado que lo único que interesa es la radicalidad del Evangelio que no todos pueden comprender. Que se puede ceder en algunos aspectos accidentales pero no se puede ceder en seguir radicalmente el Evangelio. Esta radicalidad siempre tiene que traer contradicciones y hasta divisiones dolorosas”. Y agrega como parte de su programa de vida: “Daré prioridad a mi vida espiritual. Cuidaré vivir en contacto con Dios. Mi principal preocupación será irme identificando cada día más con Jesús, radicalizándome en su Evangelio. Hacia este seguimiento y conocimiento interno de Jesús orientaré mi devoción a la Virgen y mis momentos específicos de oración: Meditación. Misa. Breviario. Rosario. Lectura. Examen de conciencia. Retiro espiritual.”.
Comentando las palabras de Monseñor Romero en su último retiro espiritual, Jon Sobrino ha dicho que “Monseñor Romero fue, ante todo, honrado con la verdad del país y sincero en proclamarla. Aquí, en situación de retiro espiritual – y con la premonición, además, de que se consumaba su vida- aparece con total sinceridad, con escalofriante minuciosidad en el análisis de sí mismo, lindante con el escrúpulo. A Monseñor Romero le inundó la verdad y se dejó inundar por ella. Como dijo al regresar de Puebla: “En mi valija llevo la verdad”. Pero esa verdad que tan clara y limpia salía de sus labios comenzaba en su corazón con la verdad sobre sí mismo. Monseñor Romero fue, como Isaías, Amós y Jesús, valiente profeta que denunció y desenmascaró el pecado del país”. (…) “El profeta público que fue Monseñor Romero tenía la garantía de credibilidad en la constante profecía que ejercía hacia sí mismo. La transformación radical que exigía para el país iba acompañada –después de su propia conversión radical en 1977- de las pequeñas conversiones él se exigió a si mismo hasta el final”. (…) “Logró que Dios no fuese un vocablo vacío o una apalabra vana, y muchos crecieron en la fe, la reavivaron o, al menos, la respetaron”. (Sobrino, Jon, “El último retiro espiritual de Monseñor Romero”. (Revista Latinoamericana de Teología, 13, San Salvador,1988, pp. 2-11).
La víspera de su asesinato, Monseñor Romero explicó cómo preparaba la homilía del domingo: “Le pido al Señor durante la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo para cumplir con su misión”. (23-3-1980). Al día siguiente lo mataron porque “dijo la verdad” y “defendió a los pobres”.
A su funeral, el 30 de marzo de 1980, con la excepción de monseñor Rivera, ningún otro obispo de la conferencia de El Salvador se hizo presente. En la conmemoración del XXXV aniversario de su asesinato, el 24 de marzo de 2015, en la misa celebrada en la capilla de El Hospitalito donde fue ejecutado, estaban presentes el Presidente de la República y diversas autoridades. Concelebraron muchos sacerdotes católicos y de otras confesiones. Presidieron un obispo mexicano y dos brasileños. Ningún obispo salvadoreño. La homilía estuvo a cargo del Pbro. Juan Vicente Chopin, quien señaló que “este mártir, al que el sentir popular desde los primeros días de su asesinato denomina “San Romero de América”, tiene características peculiares: es un obispo; da su vida defendiendo a los pobres y exigiendo el respeto por los derechos humanos; sus asesinos se declaran también “cristianos”; sus mismos hermanos obispos lo acusan de soliviantar al pueblo y hay sacerdotes y laicos católicos que desconfían de su santidad”. (…) “Se trata de un santo para nuestros días, cuya santidad no será comprendida por los sectores conservadores que viven con nostalgia su pasado opresor y sin la esperanza de poder construir una sociedad reconciliada”. Y agregó el orador: “La alegría que causa la beatificación de Monseñor Romero no debe alejarnos de las causas que llevaron a su asesinato. La lucha continúa de cara a la justicia, la verdad y la reparación por su asesinato y por todas las graves violaciones a los derechos humanos ocurridas antes, durante y después del conflicto armado que él quiso ardientemente evitar, y no fue escuchado. Es materia pendiente erradicar la impunidad y la violencia que campean seguras en nuestra patria, y establecer, en cambio, la justicia, la fraternidad y la solidaridad. De su sangre derramada, podemos decir, con mayor razón lo mismo que él predicó el 27 de enero de 1980 sobre la de nuestro pueblo: “Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana, y que fructificará en la realización de reformas estructurales audaces, urgentes y radicales que necesita nuestra patria”. La claridad de estas palabras siguen vigentes en El Salvador y en toda América Latina. Por ello es válido para los cristianos y personas de buena voluntad reconocer que “la beatificación de Monseñor Romero no es punto de llegada, es punto de partida. Es momento esplendoroso para continuar la lucha. Es puerta abierta para hacer pasar a las víctimas de la muerte a la resurrección” y “es nuestra competencia luchar para que la santidad de Monseñor Romero no degenere en devoción barata, sino que mantenga su carácter profético”. (Chopin, Juan Vicente, “San Romero de América, profeta y mártir”. – Homilía del XXXV aniversario – 24-3- 2015. - Capilla de El Hospitalito, San Salvador, El Salvador).
Hervi Lara B.
Santiago de Chile, 20 de mayo de 2015.
(Para revista “Mensaje”).
- Inicie sesión para comentar