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PAPA PANCHO: ESPERANZA Y SOMBRAS
El 13 de marzo me encontraba muy lejos del mundo, lejos del camino de la tecnología. Estaba con las hermanitas dominicanas enclaustradas del monasterio de la Reina de la Paz, en Squamish, territorio del pueblo los Salish de la Costa, en este país ahora llamado Canadá. Fue un día callado, tranquilo aunque estaba lloviendo fuerte como suele hacer acá en el bosque de la lluvia. Por fuerza tenía que salir – no importaba a dónde – para orar, como hago siempre el 13 de marzo, la fecha triste del aniversario de la masacre de Río Negro, cuando fueron asesinadas 177 mujeres y niños por las fuerzas de la seguridad del Estado guatemalteco, despejando el camino para el mega-proyecto financiado por el Banco Mundial, la represa Chixoy.
Oré toda la mañana en un silencio celestial, mientras la lluvia caía en gotas perpetuas e hilos delgados de niebla se movían por el valle, pasando el bosque, y allí desaparecían, uniéndose con las grandes nubes de lluvia más arriba. Petronila Osorio Iboy. Francisco Sic Sánchez . . . los nombré a todos, a cada uno de los 177, y traje a cada una a mi corazón.
Al medio día aparecí por la capilla para las oraciones comunitarias pero — como cosa rara — nadie más estaba. Hasta la una de la tarde entró corriendo la Hermana María Caterina, pidiéndome disculpas. “¡Hay humo blanco!” exclamó. Las hermanas, dijo, estaban todas acurrucadas alrededor de su única y pequeña computadora con su señal débil y temblorosa, esperando las buenas nuevas.
Me quedé y oré solita por un rato, hasta que al fin entró la Hermana, sofocada de emoción. “Es un argentino,” fue todo lo que dijo, y como cosa completamente extraña tuve una reacción rara en mi alma anglicana. ¡Mis ojos llenaron de lágrimas! Me sentí, por un momentito, positivamente patriótica, me salió un nacionalismo escondido, quería un termo, mi mate, y un puchito de yerba. (Mi ombligo está enterrado en Córdoba, pero ésa es una historia larga para otro día.) Suspirando calladamente seguí a la Hermana al comedor, y me dejó con un sándwich de atún.
Oré allí toda la tarde hasta el anochecer, cuando junté mis cosas y salí en el aguacero para retornar a la ciudad. Sabía lo que me esperaba en mi correo electrónico – noticias del Papa sin parar. Había cincuenta y una, y era mi deber, tenía que leerlas todas.
El año pasado, sin humo de ningún color, fue elegida co-presidenta de SICSAL (Servicios Internacionales Cristianos de Solidaridad con América Latina – Oscar Romero). Es un grupo de cristianos, en su mayoría católicos, comprometidos con la justicia social y la transformación de los sistemas pecaminosos de violencia económica, política y militar que han atacado a nuestro continente de Abya Yala, aplastando y asesinando a cientos de miles de personas – un cuarto de millón murieron en el país de mi corazón, Guatemala, víctimas del genocidio de 1960 – 1996.
SICSAL fue fundado por amigas y amigos de Oscar Romero, en los meses oscuros y angustiados después de su martirio hace 33 años, y ha sido desde entonces el lugar de encuentro para los que practican la Teología de la Liberación, conocidos y pocos conocidos, en América Latina y en todo el mundo. Grandes obispos, teóloga-os, hermanas, hermanos, pastores, padres e amiga-os se han juntado en SICSAL, y nuestras asambleas y encuentros son tiempos para nutrirnos, de debate, para construir la memoria y revivirnos – para regresar luego a las luchas colectivas que marcan nuestras vidas: en Colombia, Brasil, Perú, la Republica Dominicana, Haití, Cuba, México, El Salvador, y los demás países—en cuenta, Argentina.
En nuestro continente la violencia horrorosa y el saqueo – el robo de todo lo que pertenecía a la Tierra misma – empezó con las invasiones europeas del siglo 16, españoles, portugueses, que traían la inmundicia y las enfermedades, los instrumentos de guerra, todo envuelto en afirmaciones falsas: que eran los portadores de la Fe Autentica y Única, y pasaron macheteando todo en el camino, las montañas y los valles. En un siglo la población originaria de Abya Yala se redujo a una décima parte de lo que era.
Las guerras recientes de América Latina fueron provocadas por disparos rebotados de la política exterior de los EEUU en tiempos de la guerra fría. Su dedo de plomo pesó en el gatillo de cada situación vil: el golpe de estado en 1954 en Guatemala, patrocinado por la C.I.A.; el financiamiento y capacitación de dictadores varios, y sus ejércitos, en todo el continente; el derrocamiento de Allende; la destrucción del experimento sandinista, el sostenimiento del régimen horroroso de El Salvador, que mató a Romero y tantos mas; y, volviendo a Guatemala, la campaña para exterminar a las poblaciones mayas y sus colaboradores en mi querido Quiché y en las comunidades cercanas. Y ahora, en este momento de la invasión contemporánea que es el capitalismo neoliberal depredador, hay alguien nuevo en el timón: las mineras canadienses conquistadoras, abriendo su camino a cañonazos de dinamita y cianuro, volando montañas y gente, orinando en cada río y lago que encuentran, y llevándose, de nuevo, el oro.
Argentina tuvo su guerra sucia, su dictadura, sus desaparecidos. Después de Guatemala, cuyo número escalofriante de desaparecidos asciende a más de 40,000, Argentina tiene el segundo lugar de seres humanos desaparecidos y asesinados durante los años del horror, 1976 –1983. Líderes izquierdistas de la oposición, estudiantes, sindicalistas, miembros de partidos políticos, dos Obispos, Enrique Angelelli y Carlos Ponce de León y numerosos padres, incluyendo Carlos Bustos, Pablo Gazarri y Mauricio Silva, y un sinfín de cristianos comprometidos con la justicia, fueron apresados, torturados, asesinados, o simplemente los desvanecieron. Muchos encontraron su fin en los infames vuelos de muerte sobre el Río de la Plata, o el Mar Atlántico, donde fueron arrojados a las aguas heladas. Entre los mártires que así murieron están las dos religiosas francesas Alice Dumont y Leonie Duquet.
La mayor parte de la jerarquía de la Iglesia Argentina en este tiempo estuvo notablemente silenciosa, y hubo aquellos obispos, padres y capellanes obviamente cómplices del reino de terror. La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal se reunía frecuentemente con los líderes de la dictadura. Fueron publicadas recientemente en los periódicos argentinos algunas minutas de estas reuniones, que revelan lo estrecha que era esta relación:
15 octubre, 1976, Objetivo de la reunión: Ante todo declarar la posición de la Iglesia. De ninguna manera pretendemos plantear una posición de crítica a la acción del gobierno, actitud que no nos corresponde. . . .¿Qué pretende la iglesia? Primero, no se mezcla en lo político . . . apoyamos la actual re-organización del país, emprendido y encabezado por las Fuerzas Armadas, lo acompañaremos con comprensión a su tiempo, con adhesión y aceptación.
Uno podría entender a los obispos, que al fin y al cabo tenían una pistola apuntando a sus cabezas. Pero había, y en posiciones muy altas en la Iglesia, quienes creían que el asesinato era necesario para sofocar el auge de la oposición política. Muchos, como señaló el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, mostraron una nefasta falta de valor.
Tal vez en esta categoría reside nuestro nuevo Papa, Francisco I. Nada vincula directamente al Padre Bergoglio con algún crimen de aquel tiempo, pero tampoco se podría decir que tomó una posición fuerte contra la violencia que estaba sucediendo. Como dice un amigo de SICSAL-Argentina, “Se hizo la vista gorda, pero muchos en este tiempo, hicieron lo mismo.”
El Padre Bergoglio aun no había sido elegido arzobispo de Buenos Aires, que sería en 1998 (fue designado obispo auxiliar en 1992). En el tiempo de la dictadura fue Provincial de la Orden de la Sociedad de Jesús, los jesuitas. Desde hace algún tiempo la mayor acusación en su contra es que no defendió con suficiente rigor a dos padres jesuitas que habían sido secuestrados: Orlando Yorio y Francisco Jalics. Yorio y Jalics fueron apresados en la zona marginal donde ejercían su ministerio y fueron torturados durante cinco meses, hasta conseguirse, milagrosamente, su libertad. Hubo rumores que Bergoglio pudo haber tenido algo que ver con esta acción atroz, pero en una declaración desde Alemania el Padre Jalics deja claro que su antiguo superior no tuvo nada que ver con su detención.
Seguramente lo más siniestro y angustiante de toda la historia de la dictadura son los casos de las jóvenes embarazadas detenidas y luego asesinadas después de dar luz a sus hijitos. Estos bebes fueron regalados a familias y simpatizantes de los militares. Así fue el caso de la joven Elena de la Cuadra, quien tenía cinco meses de embarazo cuando la ‘desaparecieron’. Su familia, desesperada por encontrarla y a su hijo, suplicaron a Bergoglio; éste se comunicó con alguien más cercano al horror, que averiguó y le dio noticias. Dicen que Bergoglio transmitió el mensaje a la familia: “Es demasiado tarde, no hay vuelta atrás.” Había nacido una nena, y fue entregada a una familia. Nunca más apareció Elena, y nunca se encontró a su nenita.
Es claro: el Padre Bergoglio nunca tuvo en su propia mano el cuchillo ensangrentado, pero fue testigo de grandes pecados y guardó silencio. Y después de ser testigo, quizás por sentimiento de culpa participó en la minimización del pecado. En 2006 publicó un libro, Iglesia y democracia en Argentina, que construye la historia de una iglesia más viva, más profética, menos coludida con el ejército ahora caído en desgracia. Pero ésta historia no tiene mucho crédito con los que conocen la verdad.
Los que conocen la realidad parecen muy poco impresionados con la elección del Padre Bergoglio como el nuevo hombre para sentarse en el trono de Pedro. Hebe de Bonafini, presidenta del grupo profético Madres de la Plaza del Mayo, y la organización HIJOS, las hijas e hijos de los desaparecidos, tuvieron pocas palabras de aprobación para el nuevo Papa. Han aprendido a esperar poco de la institución gigante de la Iglesia, en términos de liberación. Después de todo, ellos vieron a los asesinos de sus seres queridos arrodillados en el comulgatorio, recibiendo cada gracia que la Iglesia les podía brindar.
Los evangelios llegaron a Abya Yala en la punta de la espada. Después de inundar región tras región con violencia y esta nueva religión rara, los conquistadores se establecieron para hacer una nueva vida, con los sobrevivientes. Los poderosos han hecho todos los esfuerzos durante 500 años para mantener su dominio pleno sobre los pueblos y su tierra. Las gentes de la tierra sobrevivieron y guardaron en sus corazones historias verdaderas de amor, de liberación, de un Dios de Vida y no este Dios raro de la muerte. Hubo siempre cristianos buenos: San Bartolomé de las Casas, Pedro de Betancourt, y tantos más, quienes milagrosamente escucharon y predicaron las buenas nuevas verdaderas, en medio de una maraña de poder, violencia y mentiras. Esta verdad sobre Dios, el Espíritu del Universo, vivo en el amor y en la vida, prosperó a pesar de los golpes y las crucifixiones a las que este mismo Dios fue sujeto continuamente. La Iglesia Grande, sin embargo, siempre servía a la élite. Los pobres recibieron nada más que patadas y pozoles, cuando no fueron plenamente abandonados.
Pero de repente vino un cambio gigante en el viento: por toda Abya Yala, sedienta y seca, vino una esperanza de liberación. El Consejo Vaticano II agarró fuego en el mundo católico, y más que todo, en nuestro continente. Y padres, hermanas, hermanos, obispos y miles, si no millones de los ahora empoderados y amados pobres, fueron inspirados por esta promesa gloriosa. Se presentía el cambio a nuestro alcance.
Y luego vino la reacción. Nunca, desde los días de la conquista ha llorado tanto Abya Yala, mientras recibía la sangre de sus muertos. La guerra total fue declarada en contra de los movimientos liberadores de todo tipo, y la teología de la liberación también estuvo bajo un fuego feroz. Las fuerzas furiosas que buscaba aplastar este nuevo movimiento del Espíritu funcionaban como parte de los belicistas de la guerra fría, de los EEUU, y de la oligarquía nacional de cada país latinoamericano. Y agarrados de la mano con la violencia estatal vino un nuevo Vaticano, decidido a dar marcha atrás al espíritu de cambio que se había movido, según su consideración, más allá de lo debido, a favor de la gente pobre. El padre y teólogo franciscano de Brasil, Leonardo Boff, fue silenciado en 1985, y más tarde, para evitar que lo silenciaran una segunda vez, en 1992, dejó la orden. El distinguido teólogo jesuita Jon Sobrino, quien sobrevivió la masacre de sus hermanos Jesuitas de la Universidad Centroamericana en 1989, también sufrió bajo la disciplina de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En 2007 Sobrino se negó a aceptar una orden de rectificar su teología, y en su comentario sobre el asunto mencionó que había miles de otros quienes de una u otra forma, habían sido silenciados.
El ataque más feroz contra los que llevaba en la vida diaria la teología de la liberación fue en tierras guatemaltecas. Aquí se vio el caso más numeroso de mártires cristianos de toda la historia. Aquí pasó, y rapidito, y fue olvidado casi por todos. Nadie recuerda, por ejemplo, la historia de Nicolás Castro, y cómo murió, escondiendo las hostias en su servilleta, guardaditas entre las tortillas, con amor, con plena reverencia. Cómo fue traicionado, y asesinado por su amor a Jesucristo. El fue la Iglesia viva, golpeada hasta la sumisión, y luego olvidada, por la mayoría de los cristianos y los no cristianos.
Mi amigo de SICSAL-Buenos Aires dice que cuando escuchó por primera vez la noticia, sintió una alegría inesperada. No duró mucho y pasó una noche larga de sentimientos encontrados. Dice:
Estaremos atentos como cristianos a que realmente Francisco sea el Papa que reivindique la lucha de América Latina por una liberación integral y deje de perseguir, silenciar a hermanos y hermanas que expresan su adhesión y se involucran con las luchas de nuestros pueblos. Creo desde mi modesto entender que la Iglesia de América Latina merece una reparación histórica por parte del Vaticano y que hayan elegido un Latinoamericano puede ser un comienzo.
El Cardenal Bergoglio dijo en la 5ª Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil, 2007, algo que indicó su profundo entendimiento sobre la dinámica de la pobreza y la destrucción del ser humano:
Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino “sobrantes”.
Mis amigos en SICSAL se expresan con una esperanza cuidadosa. “¡Anda en los colectivos, en el subte, se cocina él mismo, no quiso vivir en el palacio episcopal!” Más importante que todo esto, ha pronunciado una y otra vez su compromiso con la simplicidad, y ha hablado proféticamente sobre la naturaleza social del pecado. Hay una esperanza en los cerros, que por mucho tiempo han reverberado en llanto.
El Espíritu Santo trabajará como pueda para encontrar una entrada. Romero fue una presencia callada y conservadora dentro de la iglesia, y fue elegido porque pensaban que no iba a cuestionar las raíces de la opresión violenta y la desigualdad. Romero mismo habló de su conversión a los pobres, y se convirtió en el profeta y mártir más grande del continente, exhortando a las fuerzas demoniacas del mal a dejar de matar y violentar su país.
Uno guarda la esperanza, y reza porque Francisco Primero se llene de una compasión radical y activa por la no-gente, los olvidados, tirados, abandonados . . . y sí. . . todos los desaparecidos en los fosos y en el mar del olvido. Los retos ya conocidos que la iglesia enfrenta: los escándalos terribles de la pedofilia, la bendición a parejas del mismo sexo (a la que el Cardenal Bergoglio se opuso, al igual que cada hombre de los encerrados en la Capilla Sixtina el 12 y el 13 de marzo), el celibato clerical, el papel de las mujeres, todo esto ocupará a este Papa y su papado.
Pero el gran volcán en erupción de nuestro tiempo reside en un lugar más profundo que todos estos temas, en el centro mismo de nuestra imaginación, en cómo vivimos unos con los otros, cómo dividimos y ordenamos nuestra sociedad. Ahora más que nunca, en cada rincón del mundo hemos creado un sistema con dos tipos de personas: o somos de los pocos con el asqueante exceso de riqueza, o somos los Lázaros olvidados, rascando, las Raqueles llenas de llanto y alaridos por nuestros hijos que ya no viven. ¿Será que esta cosa enorme llamada La Iglesia, llena de contradicciones y gorda de riqueza y poder, pueda volver a ese amor sencillo y el sacrificio y el reto de su fundador? ¿Podrá ser reconstruida esta iglesia? Tal vez . . .
Francisco Primero necesitará todo el valor que pueda encontrar, el valor que no mostró durante la crucifixión de su país. Pero, después de todo, es el heredero de Pedro, quien fue también un hombre imperfecto, simplemente, un ser humano. Hubo tres veces, por lo menos, en que el Padre Jorge Mario Bergoglio volteó su cara para no ver a nuestro Señor torturado.
Sin embargo, aquí estamos. Oremos por el Papa Pancho, y por nosotros. El pasado no se puede barrer bajo la alfombra papal. Debe ser enfrentado, no desviado ni minimizado para salir mejor parados. Las heridas deben ser reconocidas en su plenitud, al aire, donde el sol pueda verterse sobre ellas y sanarlas. Nuestros pecados múltiples deben ser confesados con un corazón sencillo y humilde. Deberíamos hincar la rodilla ante todos y todas quienes han sufrido, sin importar su nombre, ni cómo sufrieron, si nos sentimos o no responsables de su dolor. Son ellos mismos la cara golpeada de Cristo. Tenemos que rehacer nuestro compromiso con el Dios de la Vida, que no permita ninguna idolatría a los dioses falsos de la riqueza, la violencia, y el poder. Por las mujeres y niñas y niños asesinadas en Río Negro. Por todos y todas nuestros mártires y santos inocentes.
Construir el reino de Dios no es trabajo de un solo hombre, o mujer, más bien cada uno de nosotros tiene que asumir la cruz del sufrimiento y hacernos frente a la maldad de este mundo. Tenemos una oportunidad única de ser testigos y testigas, de restaurar la fe en una iglesia, no una iglesia comprometida sobre todo con su propia preservación, sino con el Espíritu Vivo del Universo.
¡Que viva Papa Pancho! ¡Ánimo, compañero!
Ora por nosotros, Nuestra Señora de Guadalupe
Ora por nosotras, Nuestra Señora de Luján
Ora por nosotros, San Romero de las Américas, San Juan José Gerardi, y San Enrique Angelelli
Ora por nosotras, Nicolás Castro, Petronila Iboy Osorio, Francisco Sic Sanchez
Ora por nosotros Orlando Yorio y Elena de la Cuadra,
Ora por nosotras, y nosotros, Jesús de Nazarét, carpintero e hijo de Dios.
Emilie Teresa Smith is an Argentine-Canadian Anglican priest. She has lived in Guatemala, on and off, for 30 years, and she maintains an active commitment in solidarity with the people of that country. She is particularly concerned with supporting communities in resistance to (mostly Canadian) mining, and with the story of the crucifixion and the resurrection of the Guatemalan people, in the 1960—1996 genocide, and beyond. Emilie finds writing the most necessary activity to engage in all of these matters. In 2012, she was elected the co-President of the Oscar Romero International Christian Network in Solidarity with the Peoples of Latin America, a group which is made up of liberation theology practicioners around the globe.
http://postcolonialnetworks.com/2013/03/20/pope-pancho-hope-shadows/
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