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GUSTAVO GUTIERREZ: «EL TEOLOGO DEL DIOS LIBERADOR»
Arguedas y Gutiérrez
La teología cristiana ha sido con frecuencia una disciplina inocua en el conjunto de los saberes, beligerante frente a los avances científicos, legitimadora de los poderes establecidos, ajena a la marcha de la historia, poco sensible a los sufrimientos humanos, y muro de contención de las revoluciones sociales y políticas.
La teología latinoamericana de la liberación ha venido a quebrar dicha imagen, situando el cristianismo en la vanguardia de los movimientos sociales que luchan por la transformación de la sociedad de todas las opresiones, también de la religiosa.
Todo comenzó con unas conferencias del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez en Chimbote (Perú) en 1968. A ellas asistió su compatriota el escritor y antropólogo José María Arguedas, que en El zorro de arriba y el zorro de abajo define a Gutiérrez como «el teólogo del Dios liberador» y lo contrapone al «cura del Dios inquisidor» de su propia novela Todas las sangres. En un texto fechado en Santiago de Chile el 20 de agosto de 1969, Arguedas recuerda a Gutiérrez que le había leído en Lima las «páginas de Todas las sangres en que el sacristán y cantor de San Pedro de Lahuaymarca, quemada ya su iglesia y refugiado entre los comuneros de las alturas, le replica a un cura del Dios inquisidor con argumentos muy semejantes a los de las lúcidas y patéticas conferencias pronunciadas, hace poco, en Chimbote». Llega, incluso, a establecer una similitud entre esas conferencias y las palabras y actitudes del sacristán y cantor de San Pedro de Todas las sangres. El propio Gutiérrez considera al sacristán de San Pedro «precursor de la teología de la liberación» y dedica a Arguedas el libro Teología de la liberación. Perspectivas (edición peruana de 1971; edición española de 1972), que se abre con el texto de Todas las sangres al que se refería el escritor peruano.
Arguedas afirma que quizá con él se cierra un ciclo y se abre otro en Perú: «se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres “alzamientos”, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes» y se abre el ciclo «de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el del Dios liberador».
En aquellas conferencias, Gutiérrez habló de la teología como inteligencia del compromiso. A Arguedas le dedica su obra más influyente en el panorama teológico cristiano de las cuatro últimas décadas, la ya citada Teología de la liberación. Perspectivas, que define la teología como reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la Palabra, como teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad, que no se limita a pensar el mundo, sino que es un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado, abriéndose al don del reino de Dios.
Preguntas interpelantes
Estamos ante una nueva manera de hacer teología que tuvo repercusiones sociales y políticas desestabilizadoras para el sistema neocolonial latinoamericano y sigue teniéndolas hoy para la globalización neoliberal. Gutiérrez lleva a cabo una verdadera revolución en la teología, cuyo acto primero es el compromiso con los oprimidos y la experiencia religiosa del Dios de los pobres, y cuyo acto segundo es la reflexión, pero no desde la neutralidad social y la asepsia doctrinal sino desde el reverso de la historia y la opción ético-evangélica por los pobres. A estos les reconoce el teólogo peruano una fuerza histórica capaz de mutar el curso de la historia en dirección a la liberación. La teología de la liberación remite al compromiso de los cristianos en los movimientos de liberación.
Georges Bernanos afirmaba que los cristianos son capaces de instalarse cómodamente incluso bajo la cruz de Cristo. Gustavo Gutiérrez pretende corregir esa tendencia conformista activando las energías utópico-liberadoras del cristianismo. Su referente intelectual es Bartolomé de las Casas, defensor de los indios sometidos a esclavitud por los conquistadores y precursor del diálogo interreligioso y de la interculturalidad. Sobre él ha escrito uno de los mejores estudios: En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas, que dedica al teólogo mártir Ignacio Ellacuría.
Las preguntas interpelantes que le queman en los labios a Gustavo y golpean su conciencia tienen que ver con el lenguaje sobre Dios: ¿cómo hablar de Dios desde el sufrimiento de los inocentes?, ¿cómo hablar de Dios Padre en un mundo donde los seres humanos no son hermanos?, ¿cómo hablar de la resurrección en un mundo donde los excluidos son carne de cañón? La pregunta que ahora le interpela con más radicalidad y urgencia es la que da título a uno de sus últimos ensayos: ¿Dónde dormirán los pobres?
Las preguntas dan una idea acertada de la orientación de su teología: no levítico-sacerdotal, sino samaritana; no de pensamiento único, sino crítica; en perspectiva de liberación y sensible a las nuevas esclavitudes que genera la globalización neoliberal. En la teología de Gustavo Gutiérrez vuelven a articularse armónicamente pensamiento y vida, teoría y praxis, rigor metodológico y talante profético, como sucediera en los misioneros, teólogos y obispos defensores de los derechos de los amerindios en el siglo xvi. El teólogo peruano acostumbra a decir que él no cree en la teología de la liberación, sino que esta es solo un camino para mejor seguir a Jesús de Nazaret y contribuir a la liberación de los pobres. Todo un ejemplo de modestia intelectual para los teólogos europeos que acostumbramos a conceder más importancia a la teología que a la vida y a la liberación.
¿Dónde dormirán los pobres?
Gustavo Gutiérrez ha sido el tercer teólogo que recibe el Premio Príncipe de Asturias. El primero fue Ignacio Ellacuría, a título póstumo, en reconocimiento a la coherencia entre su trabajo intelectual como teólogo y filósofo, y su compromiso social con las mayorías populares, que lo llevó al martirio en noviembre de 1989 junto con otros cinco jesuitas y dos mujeres. El segundo, el cardenal Martini, arzobispo de Milán, por toda una vida dedicada a los estudios de la Biblia en diálogo con las ciencias sociales y por su permanente actitud de diálogo con los sectores no creyentes, como ha demostrado en las obras En qué creen los que no creen, que recoge una serie de cartas cruzadas con Umberto Eco, y La oración de los que no creen. ¿Se puede rezar sin fe? Quizá llevara razón Ludwig Wittgenstein cuando escribía en su Noteboooks 1914-1916: «Rezar es pensar en el sentido del mundo.»
Gutiérrez recibió en el 2003 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto con el periodista polaco Ryszard Kapuściński, por su compromiso ético con los sectores más desfavorecidos, y por haber iniciado e impulsado una de las corrientes de pensamiento cristiano más vivas y dinámicas de los últimos cuarenta años, la teología de la liberación, que se inicia en América Latina en la década de los sesenta y pronto se extiende por todo el Tercer Mundo y por ambientes de marginación del primero.
Gutiérrez ha dedicado su trabajo intelectual a desarrollar, fundamentar y difundir las grandes intuiciones de la teología de la liberación entre los públicos más plurales, desde los universitarios, primero como consiliario nacional de la Unión de Estudiantes Católicos (UNEC) de Perú, después como profesor de teología y ciencias sociales en la Universidad Católica de Lima, y ahora como profesor de la Universidad de Notre Dame en los Estados Unidos, hasta los sectores populares, con quienes convive y comparte experiencias de vida y sufrimiento, de esperanza y de luto.
Gustavo utilizó por primera vez la expresión teología de la liberación en 1968, poco antes de la celebración de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y enseguida adquirió carta de ciudadanía. Su Teología de la liberación. Perspectivas es, sin duda, una de las obras de más impacto de la teología posterior al Concilio Vaticano II, y cuenta con traducciones a numerosas lenguas y con decenas de ediciones en castellano. Ella, junto con la Teología desde la praxis de la liberación, del brasileño Hugo Assmann, son consideradas las más representativas de la primera etapa de la teología de la liberación. Ambas, reconocía en 1974 el teólogo uruguayo Juan Luis Segundo, «constituyen las dos únicas obras de la teología de la liberación que elevan el debate a un diálogo científico y bien documentado con la teología europea». A estas dos creo que hay que sumar Liberación de la teología, del teólogo uruguayo citado.
A partir de ellas, la teología en América Latina deja de ser sucursal o remedo de la llevada a cabo en Europa o Estados Unidos, como lo había sido desde la conquista, con apenas algunas excepciones, para convertirse en la primera gran corriente de pensamiento cristiano crítico-liberador nacida fuera del primer mundo con señas de identidad y estatuto metodológico propios. No en vano se considera una nueva manera de hacer teología. Una teología que pretende armonizar la dimensión crítico-profética de la fe y el rigor metodológico que le corresponde a esa disciplina. Una teología en la que vuelve a escucharse el grito de los pobres con la misma fuerza y pasión que en el Éxodo de los hebreos, en los Profetas de Israel, en Jesús de Nazaret el Cristo liberador y en Bartolomé de las Casas, defensor de los indios. Una teología con entrañas de misericordia, que no pasa de largo ante el sufrimiento de los seres humanos, como el levita y el sacerdote de la parábola del buen samaritano.
Ni Gutiérrez ni la teología que él cultiva pretenden hurtar el protagonismo a los pobres y oprimidos en el proceso de liberación. Su objetivo es devolverles la palabra, contribuir a que recuperen su protagonismo en la comunidad de creyentes y en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y sororal, y ayudarles a descubrir su «fuerza histórica», como reconoce el propio teólogo peruano en uno de sus libros, que lleva precisamente ese título: La fuerza histórica de los pobres.
En contra de lo que algunos creen, la teología de la liberación tiene muy poco de ingenua. No se le escapan las mediaciones sociales y políticas a la hora de buscar los cauces para construir un modelo alternativo de sociedad. La salvación cristiana es salvación integral y no se queda en la esfera espiritualista, sino que pasa necesariamente por la liberación de todas las opresiones: socioeconómicas, culturales, étnicas, de género, y también por la liberación de la opresión religiosa, tan fuerte en América Latina. Sabe muy bien Gutiérrez que el Evangelio no ofrece instrumentos de análisis ni estrategias de cambio. Por eso recurre constantemente a la mediación de las ciencias sociales para un mejor conocimiento de la realidad y de los mecanismos que en ella operan, y para la búsqueda de alternativas.
La teología de la liberación no es obra de una sola persona, como reconoce el mismo Gustavo. Es fruto de la convergencia de una serie de factores: la toma de conciencia del Tercer Mundo como sujeto y protagonista de su propia historia; la teoría de la dependencia elaborada por un grupo de economistas y sociólogos latinoamericanos; los movimientos de liberación que se desarrollaron por entonces en América Latina en los que estaban comprometidos los cristianos sin renunciar a su fe; la pedagogía del oprimido de Paulo Freire; el fenómeno de las comunidades eclesiales de base; la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de 1965, donde la Iglesia latinoamericana pasa del cristianismo primero colonial y después desarrollista a un cristianismo liberador.
Pero si importante y decisiva es la aportación de Gustavo Gutiérrez al nacimiento y desarrollo de esta nueva forma de hacer teología como es la teología de la liberación, no lo es menos su testimonio de vida y su aliento al compromiso de los cristianos y de las cristianas y a la vivencia de una experiencia religiosa de encuentro con el Dios de los pobres. Las preguntas que golpean su conciencia, como ya vimos, nada tienen que ver con las interminables cuestiones «bizantinas» en las que otrora se enredara la teología. Son preguntas existenciales, vitales, diría mejor.
Este perfil está tomado de Juan José Tamayo, Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica, Fragmenta, Barcelona, 2013, pp. 288-295, que reproducimos con permiso de la Editorial.
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