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NIÑEZ MIGRANTE

Autor | Autores: 
Editorial YSUCA, Universidad José Simeón Cañas, El Salvador

La cantidad de migrantes menores de edad que viajan solos hacia Estados Unidos crece año con año; según estadísticas de la Patrulla Fronteriza del país norteamericano, se duplica anualmente. A finales de mayo, el total de niños detenidos por la Patrulla ascendía a 46,188. De ellos, el 20% (es decir, 9,850) son de origen salvadoreño; el resto, de Honduras, Guatemala y México. Esto llevó a que las autoridades estadounidenses se declararan en emergencia y tomaran medidas para atender la situación, pues la capacidad de las instituciones ha sido rebasada. El hacinamiento de menores en los centros de detención ha obligado al Gobierno de Obama a habilitar incluso instalaciones militares para atender a los niños migrantes. Sin embargo, como siempre, no actuó por su propia iniciativa; fue necesario que diversas organizaciones humanitarias y un congresista dieran la voz de alarma, denunciaran la gravedad del asunto y exigieran acciones del Estado.

Esta situación se debe en parte a los miles de niños cuyos progenitores están en Estados Unidos en calidad de migrantes sin papeles. Para muchos, llevar junto a ellos a los hijos que dejaron en sus países de origen es una prioridad; una prioridad que debe entenderse en la lógica de la responsabilidad y del amor parental. La negativa del Gobierno estadounidense a reconocer a los migrantes indocumentados y la imposibilidad de que la reunificación familiar se dé por la vía legal obligan a muchas familias a trasladar a sus hijos desde su país de origen hasta Estados Unidos sin el acompañamiento de un pariente adulto, usando los servicios de los coyotes. También es cada vez más común que menores de edad decidan viajar por su propia cuenta y riesgo, abandonando sus países con el único deseo de reunirse con sus padres o, en algunos casos, en búsqueda de un poco de paz.

El aumento de la violencia tanto en México como en los países del Triángulo Norte es uno de los elementos que empuja a la migración, y cada vez gana más peso. Hay datos que confirman el vínculo entre la inseguridad y la migración. Por ejemplo, un estudio reciente de la Maestría en Psicología Comunitaria de la UCA encontró que el número de migrantes que se marchó por razón de la inseguridad aumentó de 4.5% en 2012 a 10.8% en 2014. A medida que crece la inseguridad en la región, la cual afecta principalmente a los jóvenes y a los niños, se incrementa la migración, con lo que se explica en buena medida que cada vez sean más los menores de edad que viajan solos hacia Estados Unidos. Es compresible que el deseo de los padres de mandar a traer a sus hijos aumente al ver las noticias y temer que puedan verse implicados en hechos de violencia o ser víctimas de las pandillas.

La migración en las condiciones actuales, si la vemos con ojos fraternos y solidarios, es una tragedia humana de proporciones dantescas. Es probable que su única consecuencia positiva sean las remesas familiares que sostienen económicamente al país. Pero humanamente significa desintegración familiar, dolorosa y traumática separación de hijos y padres, fractura del tejido social, pérdida de talentos y capacidades, miles de vidas rotas en el trayecto de El Salvador a Estados Unidos. Una migración que se daría en menor medida si en El Salvador hubiera lugar y vida para todos, si fuéramos capaces de construir una sociedad próspera y segura, si consideráramos que lo más valioso es la gente, nuestra gente, y garantizáramos el derecho a la realización personal y a vivir con dignidad.

Por otra parte, la tragedia sería también menor si los países que reciben a los migrantes reconocieran sus derechos humanos, tuvieran leyes justas que permitieran su incorporación como ciudadanos y les otorgaran permisos de trabajo (incluso temporales), y, a la larga, documentos de residencia. Ya han pasado más de seis años desde que Obama prometió una reforma migratoria que, aunque no habría resuelto la situación completamente, sí hubiera podido mejorarla en gran medida. Pero la terquedad de los republicanos y el cálculo político-electoral la mantienen paralizada. En ese sentido, la clase política estadounidense también es responsable de lo que ocurre con los niños y niñas migrantes.

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